Desde los tejidos a la matriz cerebral que genera la percepción de dolor, varios circuitos en serie y paralelo conducen la señal de daño tisular, actual o potencial. El circuito contiene varias estaciones de relevo en las que se procesan los trenes de potenciales procedentes de la primera neurona (nociceptor), la que recoge datos del tejido potencialmente en peligro.
En estas estaciones de relevo (sinapsis) se produce una integración de señales de un determinado territorio, tanto las que proceden de los nociceptores (sensores de daño) como de sensores de estímulos inofensivos.
De las estaciones de relevo la señal de daño puede salir amplificada o atenuada, en función del resultado del proceso integrativo.
Todos los niveles del circuito están fuertemente integrados, influyéndose de forma compleja.
Hay un flujo de señal desde la periferia hacia el cerebro, que informa del estado y sucesos de los tejidos amenazados y otro desde el cerebro hasta las terminales de los nociceptores que informa del resultado de las evaluaciones del cerebro, en función de archivos y contextos.
Cada uno de los centros de relevo dispone de programas motores que disparan una respuesta de evitación-alejamiento del estímulo externo o de bloqueo si es interno.
En general, la regulación de los niveles superiores es inhibidora, como pasa con los reflejos viscerales (control de esfínteres...). Los flujos de señal descendente tienden a contener los ímpetus reflejos de las capas periféricas (terminales, médula, troncoencéfalo, amígdala).
Cuando se consuma el daño necrótico, los sensores de los nociceptores sufren un proceso de sensibilización explosivo que hace que cualquier estímulo genere dolor (alodinia fisiológica). La zona lesionada queda así protegida por un tiempo variable (según los tejidos) hasta que se consolide la reparación tisular.
La sensibilización iniciada en la periferia se extiende hasta el último nivel de la red, el individuo consciente, el receptor de la percepción de dolor. Sólo en aquellos casos en los que existe una amenaza externa que exige una huida eficaz, se produce un bloqueo de la proyección del dolor hacia el individuo (analgesia por estrés), especialmente de su componente afectivo. El cerebro facilita la analgesia para huir del león o del fuego.
El poder cerebral de inhibir el flujo de señales hacia la conciencia permite a una bailarina saltar y girar sobre sus pies o a un jugador de rugby soportar los embates violentos de los contrarios. La acción, autorizada y promovida porque es evaluada como positiva por el cerebro, es analgésica, a pesar de que genera estímulos en nociceptores.
El poder cerebral de inhibir los flujos de señal de los jugadores de rugby tiene su contrapartida en el poder de sensibilizar todos los niveles del circuito si valora un estado de amenaza, haciendo así que cualquier intento de acción del individuo resulte doloroso.
Los sucesos necróticos abren micrófonos de daño (nociceptores) y aumentan el volumen de los amplificadores de los centros de relevo, especialmente en el primer momento (el del coscorrón, cuando pica...) para aliviarse y quedar en un estado tolerable si ha cesado la destrucción tisular. Sólo los intentos del individuo de utilizar la zona en reparación generarán dolor contundente.
En ausencia de necrosis, las elucubraciones alarmistas cerebrales pueden generar un estado de alerta en todo el circuito, por facilitación descendente, induciendo la apertura de micrófonos extra (nociceptores silentes) y estableciendo el estado de amplificación en todos los niveles de relevo de señal.
El circuito nociceptivo tiene la misma configuración en estado de alerta preventiva que cuando acaba de producirse el hecho necrótico. Los nociceptores están sensibilizados (así lo ha ordenado el cerebro) y los centros de relevo abiertos, con ganancia de señal.
El circuito nociceptivo tiene conmutadores que encienden y apagan micrófonos de daño (nociceptores) y filtros y amplificadores que atenúan o aumentan la señal. Los sucesos necróticos aprietan el ON de la alarma y apagan el OFF de "tranquilos, todo está en calma". El cerebro tiene un teléfono rojo que produce el mismo efecto que el suceso. El despliegue defensivo es el mismo cuando ha explotado la bomba que cuando hay una amenaza (cierta o falsa).
La diferencia la marca la destrucción de tejidos, consumada o inminente, que haya realmente una bomba, haya o no explotado.
El dolor no certifica el bombazo (necrosis) sino que la red evalúa, acertada o erróneamente, esa posibilidad.
- No tiene nada. Es una falsa alarma.
- Y entonces ¿por qué duele?
- El dolor es una alarma.
- A mi me duele. No es que lo piense. No me parece normal. Algo tengo que tener...
- No necesariamente. La alarma puede ser falsa pero el cerebro cree que existe alguna posibilidad de que se produzca un desaguisado.
- ¿No me va a dar nada contra el dolor?
- Por supuesto que sí: la seguridad de que es una falsa alarma...
2 comentarios:
Gracias Arturo por hacerme ver con tus entradas, que no todos los médicos ven a los fisioterapeutas como la última opción de tratamiento para un paciente.
Soy compañero de Villovi y me recomendó hacerte una visita por aquí, creo que no pudo haber estado más acertado.
Como le he comentado a él,descubrí hace poco un portal dedicado exclusivamente a la recopilación de evidencias científicas en el campo de la fisioterapia,el amistosamente conocido como "PEDro"
Uno de los fundadores es el famoso Moseley, te copio el link
http://www.pedro.org.au/
Ismael: muy amable por los comentarios. No me pierdo nada de Moseley, así que entraré a curiosear. El problema con la Fisioterapia no es cómo os vemos los demás sino cómo os veis a vosotros.
Creo que estáis en un momento apasionante para consolidar vuestro sitio con dignidad, sin dependencia de otros. El tema del dolor no asociado a daño está necesitado y no parece interesarse nadie en él.
El futuro es vuestro y el tema apasionante.
Animo y suerte
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