En presencia de un suceso de nocividad manifiesta (necrosis consumada o inminente) el dolor brota del cerebro a consecuencia de la llegada de un flujo de señales de daño, generado en la zona afligida. Los nociceptores (neuronas vigilantes de daño) transforman (transducen) los mensajes moleculares de las células agredidas y el estímulo responsable (mecánico, térmico, químico, biológico) en potenciales eléctricos que activan el conjunto de áreas cerebrales generador de la percepción de dolor.
- Me duele el dedo índice de la mano derecha. Acabo de darle un martillazo. Mira cómo se ha puesto. Está inflamado... No puedo ni tocarlo...
En este caso la percepción de dolor tiene un origen nítido, un suceso generador de estímulos nocivos, suficientes para que desde el cerebro se proyecte sobre esa zona la percepción doliente.
El problema surge cuando sentimos dolor en ausencia de un suceso o estado nocivo capaz de estimular los nociceptores. Los receptores de daño necesitan estímulos de suficiente intensidad. Un nociceptor térmico sólo genera señal por encima de unos 45º. Hay también otros receptores de calor que se activan por debajo de esos 45º y sentimos calor indoloro pero si sobre pasamos esa temperatura sentiremos dolor. Se han activado los nociceptores de calor peligroso y se han apagado los del calor inofensivo.
Duele una zona. No hay temperaturas extremas. Ningún estímulo peligroso mecánico, químico ni biológico enciende ningun nociceptor. Allí no está sucediendo nada relevante... pero ha brotado del cerebro la percepción de dolor, proyectad allí y ahora.
¿Qué hace que surja esa percepción de las áreas cerebrales dolientes?
La respuesta es simple. Se ha producido una evaluación de amenaza en los sistemas de memoria predictiva. El cerebro anticipa posible daño. Allí y ahora. ¿Por qué? No lo sabemos. Se dedica a representar la realidad como una probabilidad sin esperar a que suceda.
Al dolor se llega tanto por los sucesos nocivos como por su pre-visión. No hace falta confirmación de lo temido. El dolor no es sólo notario y consecuencia del daño consumado-inminente. También lo es de los estados evaluativos teóricos, de los pre-sentimientos.
El brote de dolor obliga al individuo a atender y evaluar la zona doliente, considerar qué puede estar pasando y a qué puede ser debido (desencadenante).
El brote puede suceder tras haber comido chocolate o por condiciones meteorológicas cambiantes.
- Me duele la cabeza. No tenía que haber comido chocolate.
Realmente el chocolate no ha activado ninguna población de nociceptores. Las áreas cerebrales dolientes se han encendido por la acción: comer chocolate, alimento prohibido por estar catalogado como potencialmente nocivo.
El cerebro evaluativo juzga estados, sucesos, acciones, omisiones... a los que atribuye una capacidad de amenaza. El dolor brota cuando se alcanza el nivel de peligrosidad teórica, especulativa en la representación virtual del organismo. Nada sucede ni va a suceder pero la atribución teórica es suficiente para hacer brotar la percepción doliente. No es necesaria la agresión, la nocividad consumada o inminente. No hay flujo de señal nociceptiva.
Desde el momento en que el individuo recibe la proyección perceptiva del dolor está implicado en su desarrollo. Tendrá que tomar decisiones, considerar posibles orígenes y remedios.
- Me duele. ¿Por qué? ¿Qué puedo hacer para que deje de dolerme?
La cultura nos ha instruido en la solución externa:
- Toma un calmante. No esperes.
Aunque no suceda nada, el cerebro, el órgano de lo virtual, de lo imaginado, exige aquello que considera debe hacerse. Si en sus circuitos dice que debe tomarse el calmante el dolor seguirá hasta que el individuo cumpla con lo exigido.
- No quería tomar nada pero, al final, he tenido que...
El dolor exige conductas, acciones. Esa es la función de cualquier percepción: proponer acciones, seleccionar aspectos de la realidad, filtrar, amplificar...
Los brotes se producen en función de dinámicas propias de la red neuronal. No se ajustan a la lógica de causas y efectos tangibles.
En los brotes de dolor por dinámicas evaluativas, probabilísticas, impera la irracionalidad, el error, el miedo fóbico, supersticioso y la adicción a conductas aliviadoras.
En la neutralización del miedo irracional puede servir cualquier acción, también irracional. Basta con que el cerebro esté instruido a exigirla. El nocebo y el placebo asientan sobre condiciones irrelevantes. Convierten lo inofensivo en potencialmente destructivo y lo innecesario en remedio necesario y suficiente.
Los desvaríos probabilísticos cerebrales se corrigen podificando los pesos de conectividad neuronal que atribuyen peligro a lo que no lo contiene. Hay que proyectar racionalidad, conocimiento, acercar lo virtual a lo real.
- No compres lotería. No te va a tocar...
- ¿Y si toca ese número? Me ha brotado la necesidad de comprarlo... Tengo que hacerlo...
Las batallas virtuales deben librarse en el ámbito virtual pero no siempre se gana. Es cuestión de tiempo, constancia y determinación.
- Me ha brotado dolor. El cerebro alucina. Imagina daño...¡Qué cruz!