Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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martes, 30 de junio de 2009

Alodinia




En condiciones normales la aplicación de un estímulo nocivo (temperaturas extremas, pinchazos, corrosivos, ácidos, compresiones, desgarros,etc) genera dolor en la zona de aplicación. Los sensores de daño (nociceptores) repartidos por todo el organismo, detectan el estímulo y transmiten señales hasta el cerebro, donde se genera la percepción dolorosa. Si aplicamos un estímulo inofensivo: tacto suave, apoyarnos en un sofá, respirar, movernos... y aparece dolor hablamos de "alodinia" ("otro dolor").

Existe alodinia fisiológica cuando una zona ha sido dañada y está en fase activa de reparación. La alodinia, la exquisita sensibilidad dolorosa de la zona herida, impide utilizarla hasta que se haya finalizado el proceso de curación.

En ausencia de daño, de lesión o herida reciente, una zona objetivamente sana puede mostrar la misma conducta: no permite ningún estímulo, aunque sea inofensivo. Estamos ante una alodinia patológica, una hipersensibilidad protectora de una zona que no necesita ser protegida porque no le sucede nada.

En realidad se trata de un término que no aclara nada. El dolor siempre contiene alodinia, prohibición de utilizar la zona dolorida. El problema es el de aclarar el origen de esa situación: "no tocar...peligro".

En las terminaciones nerviosas de los nervios que detectan daños (nociceptores) se liberan unas sustancias (sustancia P, CGRP) que aumentan la sensibilidad de la zona, generan alodinia. ¿Cuándo se produce la liberación?

1) de forma refleja, local, cuando se produce daño violento (necrosis) como quemadura, desgarro, compresión, aplicación de ácidos, infarto etc.

2) cuando el cerebro olfatea peligro y ordena la liberación de esos mediadores (sustancia P, CGRP) en la zona bajo sospecha.

El resultado en los dos supuestos es el mismo respecto a la producción de sensibilidad exquisita: la zona protegida no puede utilizarse mientras no se autorice, es decir, mientras no se repare o hasta que no desaparezca el peligro (teórico).

Toda percepción implica una decisión cerebral y toda decisión cerebral contiene una argumentación, una evaluación de pros y contras. La alodinia, el dolor ante cualquier estímulo banal, es la consecuencia de una evaluación de amenaza y una decisión de proteger una zona. A veces la decisión está justificada y nos beneficia aunque nos incomode y otras no lo está, nos incomoda y no no nos sirve para nada.

Una paciente con migraña crónica me comentaba ayer que había visto salir a un paciente con un brazo enyesado y que sintió envidia: "al menos este tiene una causa y sabe que el dolor se pasará".

El comentario es comprensible pero no correcto. Es una suerte estar sano y disponer de la integridad de células y tejidos. A partir de esa convicción y del conocimiento del origen del dolor hay que ponerse las pilas y dedicarse a quitar miedos cerebrales. Para eso tiene que empezar uno a quitarse los miedos reconocidos.

Uno puede ponerse colorado porque hace mucho calor o por timidez. El sonrojo por timidez sería el equivalente a la alodinia. Bastan unas simples palabras para que se ponga roja la cara, para que salga del cerebro una orden que produce la liberación en las terminales nerviosas de CGRP. El color rojo está servido. La neurona responsable de ejecutar la orden cerebral es la misma que ejecuta la de encender los nociceptores (los dormidos y los de guardia) y acabar produciendo dolor. Sólo es cuestión de grado.

Todo el mundo entiende que ponerse colorado tiene un origen cerebral pero se resiste a aceptar que el dolor también tenga ese origen. El miedo y la incertidumbre son libres.

- ¿Y qué hago para no ponerme colorado...?

- Usted mismo

- No sé, no me parece normal...

lunes, 29 de junio de 2009

Teorías y práctica




Homo sapiens (ma non troppo) habita entornos teóricos. Respiramos, digerimos, metabolizamos, excretamos teorías. Deshojamos una y otra vez la margarita antes de tomar la decisión. Necesitamos siempre más manuales para tener la seguridad de que vamos a acertar esta vez. Mientras tanto la realidad, el tiempo, sigue su curso, con sus oportunidades al alcance de la mano.

Los períodos reflexivos son necesarios y necesitamos disponer de un prospecto mínimo del mundo pero debemos dar por terminado el período escolar y no prolongarlo hasta el infinito con diversos masters.

Cuando obtuve la Licenciatura de Medicina era consciente de que no estaba preparado para asumir la toma de decisiones diagnósticas ni terapéuticas. Así que decidí intercalar un período de formación adicional como residente en un Hospital para aprender lo necesario. Cuando acabé mi formación en Neurología, al cabo de 5 años de práctica intensa, accedí a mi puesto de trabajo como neurólogo único en mi hospital. En ese momento fuí consciente de que estaba en una situación similar a la de mi Licenciatura: me faltaba preparación para desarrollar con seguridad (para los pacientes) mi trabajo. Sin embargo, en esta ocasión no podía evitar la realidad: estaba sólo frente a la incertidumbre y me las tuve que apañar yo solito.

La incertidumbre me salpicó en épocas en las que me tocó ser paciente, a veces por enfermedad y otras por percepción de síntomas inexplicables, estando inciertamente sano. Comprendo la situación de mis padecientes sanos porque me ha tocado engrosar la lista.

Con los años he ido disolviendo la angustia por la toma de decisiones diagnósticas y terapéuticas propias y ajenas pero sigo deshojando margaritas y buscando teorías para afrontar el día a día.

Los pacientes de esta época son, en cierta manera, médicos... de sí mismos. Han recibido formación teórica pero no tienen práctica y padecen la angustia de la incertidumbre diagnóstica y terapéutica. Necesitan prolongar el peródo teórico antes de afrontar la realidad. Mientras tanto el mundo va a su bola y las oportunidades se esfuman porque no estábamos allí.

Los padecientes sanos, las víctimas del "worry-well" (estar bien y sentirse mtal) sobredosifican a veces los períodos teóricos a costa de asumir la formación práctica, que no es otra que la de asumir la realidad y dejarse de masters previos. Los masters están bien pero como compañeros de viaje de los encontronazos con el entorno y uno mismo.

Puestos a escoger masters mi sugerencia es que se lea algo sobre "disonancia cognitiva", "terapia de aceptación y compromiso" y "logoterapia". Basta con pinchar en Google. Con la convicción de estar sano, una decidida voluntad de asumir la incertidumbre de la realidad y formación continuada teórica (incluso como actividad intelectual gratificante) se puede y debe emprender el camino sin más preámbulos sabiendo que no podremos eliminar nunca la incertidumbre ni la necesidad de esforzarnos.

- ¿Qué proyectos tiene en la mente?

- Pues verá: mi hija hace submarinismo y tengo interés en ir a Australia, que no he estado nunca, y me hace ilusión ver unos tiburones que hay por allí. Así que me va a dar un curso de buceo y me iré para Australia dentro de unos meses...

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Este es un diálogo real de mi consulta con una abuela de 75 años. Primero se apuntó a un curso de buceo (teoría y práctica tutorizada) para lanzarse luego al agua (práctica). Es la mejor forma de no ahogarse en un vaso de agua.

domingo, 28 de junio de 2009

Complejidad neuronal





Muchos neuroterapeutas reducen la complejidad de la actividad neuronal a cuestiones bioquímicas simples. El cerebro es visto, a veces, como una glándula endocrina que segrega unas pocas hormonas: serotonina, dopamina, noradrenalina y algunas otras de menos relevancia. El desánimo es la consecuencia de un bajón de serotonina, el desvarío sigue a la hiperactividad de dopamina y la ansiedad al exceso de adrenalina. Basta hacer una corrección externa de la producción de estas hormonas, bajando las que están altas y subiendo las que están bajas, para devolver el sosiego,la cordura y las ganas al padeciente.

Otras veces se aplica la fórmula de culpar todo a las arterias, a sus calibres, que no dejan de contraerse y dilatarse, obligando al terapeuta a corregir esos despropósitos vasculares dilatando lo estrecho y estrechando lo dilatado.

Los avances en el conocimiento de los llamados "canales iónicos" (artilugios-proteínas- que transforman estados y agentes externos e internos en pequeñas corrientes en un punto de la membrana neuronal), elementos que determinan la excitabilidad neuronal, han permitido disponer de reguladores de dichos canales. Los padecimientos surgen de excesos de actividad de algunos canales y los remedios vienen, lógicamente, de templar con fármacos que bloquean esa hiperactividad indeseable.

Para redondear las culpas están los genes que muestran innumerables mutaciones responsables de casi todo.

La migraña, por ejemplo, se ha explicado a lo largo del tiempo como una perturbación de serotonina, del calibre arterial y, actualmente, de los canales iónicos... y los genes, por supuesto.

No nos olvidemos del individuo a quien siempre se suponen desviaciones de una imposible línea de buena conducta.

El mundo de las explicaciones de los neuroterapeutas exigiría para ser válido unas neuronas que no existen, organizadas en un modelo de red neuronal que tampoco existe.

La neurona de los neuroterapeutas se limita a recibir estímulos, sumarlos y restarlos y producir una salida si el resultado supera una cifra, el umbral. Más o menos es lo que sucede en una máquina de cocacola. Ello exige una neurona estática que se limita a esperar a que lleguen las monedas y las señales de las teclas para empezar a operar y "decidir" si suelta o no el refresco.

Sin salirnos del modelo de la máquina de cocacola, la neurona real hace algo más que sumar y restar: tiene estados variables de decisión (los precios suben y bajan constantemente), está conectada con otras máquinas que también expresan sus estados (precios), tiende a respetar un mínimo y máximo (día, semana o mes) de suelta de cocacolas (integrando sus decisiones con los consumos de otras máquinas) y, además de con los precios, intenta disuadir del consumo aplicando, por ejemplo, corrientes eléctricas cada vez que se aprieta el botón.

No basta con pedir cocacola poniendo unas monedas. La máquina tiene que estar dispuesta a concederla con esas monedas. Por supuesto que el precio no figura en ningún lugar. El ciudadano comienza a echar las monedas y en un momento no siempre predecible (aunque aparecen pautas) sale la cocacola.

Las neuronas son complejas, variables, impredecibles, inexcrutables. Cambian constantemente los umbrales y la población de canales iónicos. Los calibres de las arterias que las nutren se adaptan estrictamente a los requerimientos de la actividad neuronal, al igual que la cantidad de gasolina que entra al carburador depende de lo que pisemos el acelerador.

La plasticidad es la propiedad que contiene esa facultad de cambiar para adaptarse a una realidad que no cesa de variar. Se van conocienco nuevos mecanismos básicos que permiten acercarnos a la complejidad neuronal: sensibilización, habituación, facilitación y depresión sináptica a corto, medio y largo plazo, escalado sináptico, metaplasticidad, homeostasis sináptica.

Cada cambio impuesto externamente por los neuroterapeutas induce un reseteo complicado de la red. Si el psicofármaco es poderoso puede inducir una nueva situación que puede resultar beneficiosa para el individuo pero no siempre sucede así, especialmente en lo que se refiere al medio y largo plazo.

La neurona suma, resta, calcula derivadas de primero, segundo y tercer grado, integra, modifica su estado de resonancia para amplificar lo que en ese momento decide sea resonado, escucha a otras neuronas que a su vez han hecho las mismas tareas, se somete a las decisiones jerárquicas que en ese momento operan en la red (la autoridad en la red cambia constantemente en función de los contextos).

Los neuroterapeutas viven en lo que los teóricos de la ciencia postnormal Sivio Funtowick y Jerry Raxetz denominan la "falsa certidumbre" o la ignorancia de la ignorancia.

El modelo neuronal vigente de los neuroterapeutas es peligrosamente claro y operativo. Ello hace que los colectivos de neuroterapeutas gocen de excelente salud. Quizás no podamos decir lo mismo del colectivo de sus padecientes.

sábado, 27 de junio de 2009

Resonancia estocástica




Lo que nos interesa del mundo (vamos a llamarlo señal) está siempre mezclado, confundido con una realidad para nosotros irrelevante, incluso perturbadora (vamos a llamarla ruido). El cerebro debe limpiar esas señales informativas interesantes, aislarlas y librarlas del ruido, fijando la atención en lo necesario y/o deseado y desestimando lo superfluo. Lo ideal sería un mundo sólo con señales, sin ruido, con los sentidos activados únicamente por lo deseable, sin interferencias.

Olvídese de ese supuesto mundo idílico, cristalino, en el que se ha eliminado la perturbación. No existe y hay que lidiar con lo que hay: señal con ruido o, lo que es peor aún: sólo ruido.

Aunque no parezca tener sentido, el ruido puede, en ocasiones, facilitar la transmisión de la señal: en aguas fangosas de ríos americanos, con poca visibilidad, existe un pez (Polyodon spathula) que utiliza la electricidad para detectar su alimento, la pulga de agua o Daphnia. El pez emite una descarga eléctrica débil que permite sondear el campo ya que la pulga genera diminutos campos eléctricos que son recogidos por sensores eléctricos dispuestos en la trompa. Investigadores del grupo de Frank Moss demostraron que introduciendo ruido eléctrico en el agua se podía aumentar el número de capturas. Lo que teóricamente tendría que perturbar la deteción de las diminutas señales eléctricas generadas por la sonda del pez raqueta y la pulga de agua producía, con determinados parámetros, el efecto contrario.

La realidad produce señal y ruido. Daphnia produce señal pero acopla ruido de grupo para defenderse, para confundir a su depredador. El pez "sabe" que hay comida en un conjunto de señal ruido y ha aprendido a sintonizar precisamente esa combinación. El ruido "pulga de agua" le facilita la recepción de señal. El calamar emite ruido visual con la tinta para camuflar su señal pero un depredador que aprenda a detectar ese tipo de ruido junto a una señal visual insuficiente de "calamar" podrá hacerse con la presa. Además de detectar ruido de presa el propio depredador podría utilizar su propio ruido neuronal para optimizar la detección de señal insuficiente. Parece ser que es eso lo que ocurre. Las neuronas pueden manipular su ruido y así mejorar la detección de señales que necesitan un pequeño empujón para superar el umbral.

Este efecto de amplificación por ruido se conoce como Resonancia (amplificación) Estocástica (aleatoria).

Existen aplicaciones terapéuticas consolidadas apoyadas en este principio físico: implantes cocleares que generan ruido o zapatos que generan vibración para mejorar la sensibilidad en diabéticos con afectación de sus nervios. También se investigan aplicaciones en neurocirugía y robótica. La amplificación sensorial conseguida con el ruido no se limita al sentido utilizado (por ejemplo ruido sonoro para la audición) sino que se extiende a otras modalidades sensoriales: el ruido "sonoro" facilita la percepción de estímulos subumbrales visuales, tactiles y propioceptivos.

La red neuronal está acostumbrada al ruido polimodal. Ha evolucionado con él y ha aprendido a combinar señales externas e internas con ruidos internos y externos para optimizar sus objetivos.

Cuando aplicamos fármacos que modifican globalmente todas las conexiones (sinapsis) neuronales en las que interviene un determinado neurotransmisor (por ejemplo serotonina) estamos aplicando ruido químico. Si después aparece una mejoría no es porque hayamos arreglado una deficiencia o anomalía previa sino porque el cerebro ha reseteado sus circuitos con la nueva situación ruidosa. Nosotros sólo pretendemos modificar la serotonina, la "droga de la felicidad" pero se producirán readaptaciones en toda la red en relación a los otros neurotransmisores (noradrenalina, dopamina, opiáceos...) y el efecto final dependerá de la evaluación que el cerebro trate de imponer respecto a la novedad terapéutica (ruido o ruido-señal) añadida.

Parte del efecto placebo asociado a terapias se podría explicar, además de por condicionamientos, opiáceos y expectativas, por resonancia estocástica. Campos ruidosos eléctricos, magnéticos, químicos, emocionales o cognitivos, todos ellos carentes de información, es decir, globales, pueden modificar las salidas del sistema con beneficio a corto plazo si esa era la decisión cerebral (cabe que hayamos "engañado" provisionalmente al cerebro pero también cabe que este reaccione en diracción contraria a nuestra intención).

La Resonancia estocástica permite solucionar parcialmente situaciones de baja señal en ambiente ruidoso y traspasar un umbral que teníamos cerca pero existe una solución mejor: mejorar la señal para no depender del empujón del ruido externo o interno.


El conocimiento (señal racional) es el mejor antídoto frente a la mala información (señal irracional, alarmismo). El ruido en sus múltiples versiones puede consolidar una situación definitivamente errónea (efecto nocebo) o aparentar un beneficio transitorio (efecto placebo) hipotecando el medio y largo plazo.

Cuando una terapia ruidosa no ha conseguido su objetivo el aumentar aun más el ruido no hace sino disminuir la señal que nos sacará del problema. La banda de ruido eficaz es estrecha y fuera de ella no obtendremos beneficio o, lo que es peor, complicaremos la situación aumentando la dosis.


En las aguas turbias de la cultura se hace necesario disponer de un mecanismo similar al del pez raqueta que nos permita identificar la presa. Este mecanismo no no es otro que el conocimiento verificable, científico.

viernes, 26 de junio de 2009

Los dedos ven y los ojos tocan




Los ojos son como los dedos. Palpan la realidad, aunque a distancia. Reciben de ella radiación electromagnética reflejada. Esta radiación modificada por el contacto de la luz con los objetos nos permite interpretar el mundo externo. Los murciélagos no disponen de esa capacidad de lectura a través de la radiación electromagnética y, en su lugar, generan ultrasonidos (el equivalente a un foco de luz) y luego interpretan los objetos por la forma en que esas ondas ultrasónicas son rebotadas. Algunos peces emiten descargas eléctricas que son modificadas por las de sus presas y ello les permite localizarlas.

Homo sapiens (ma non troppo) es una especie visual. Accedemos al mundo tocándolo con los ojos. Somos "voyeurs".

La habilidad para recorrer, palpar, analizar los objetos visualmente es similar en dificultad y precisión a la exigida por un pianista para pulsar las teclas del piano. Los dedos del pianista llegan a las teclas gracias a movimientos auxiliares previos del tronco, brazos, antebrazos y muñecas. Una buena técnica exige una relajación absoluta de todos los segmentos implicados, con un mínimo de acciones musculares y un aprovechamiento óptimo del peso y elasticidad de todo el cuerpo. De esta manera, el ejecutante puede disfrutar de la música sin cansancio ni dolor. Si la técnica es mala aparecen todo tipo de problemas: contracturas, dolor, distonías... y una ejecución imperfecta, limitada. Los dolores aparecen en columna, escápula y hombros, no en mano ni dedos.

Cuando recorremos visualmente una escena nuestros ojos "percuten" cada punto de interés de los objetos. Como sucede con la mano, el ojo debe ser colocado previamente allí. Esa labor se realiza por los movimientos de tronco, cuello y cabeza. Allí se produce la aproximación y, finalmente, los ojos dan el toque de precisión. Si aplicamos una mala técnica aparecen los problemas con cuadros similares a los de los pianistas. Dolor en la espalda, cuello y hombros, pero no en los ojos.

El problema de los pianistas y los mirones no reside en una mala calidad de sus espaldas sino en una mala técnica de ejecución.

El enemigo de los músicos es la tensión psicológica por la incertidumbre de la ejecución, ante el profesor o ante el público, y la mala pedagogía (un profe agobiante-angustiante-amenazante que genera miedo fóbico ante el teclado en vez de disfrute sosegado de la música). Con buena técnica apenas se siente el cuerpo. Sólo música.

El enemigo de los mirones (todos lo somos) es la tensión psicológica por la incertidumbre del dolor y del daño facilitada por mala pedagogía (un profe agobiante-angustiante-amenazante que genera miedo fóbico al movimiento en vez de disfrute sosegado de la contemplación visual del mundo).

El "cervicalismo" impide una visión relajada y placentera de los objetos. Nos llena las camas de ridículas almohadas, nos almidona el cuello, nos intoxica el organismo con supuestos "relajantes" musculares e innecesarios antiinflamatorios, nos estresa con el estrés de la evitación imposible de nuestros benditos estreses y nos somete a disciplinas absurdas y obsesivas de mantenimiento rígido de posiciones envaradas, rectas.

Las manos de los pianistas necesitan buenos profes y los ojos de los mirones también. Afortunadamente, la pedagogía de la ejecución musical ha mejorado considerablemente. El miedo escénico va desapareciendo de las aulas de los conservatorios.

Desgraciadamente, la pedagogía del "cervicalismo" sigue campando a sus anchas y el miedo escénico adquiere caracteres de epidemia. Urge la aparición de una nueva generación de "profes" de la mirada, profes que desactiven el miedo a mirar el mundo por miedo al dolor y daño cervical.

Olvídate de las cervicales y mira el mundo. Deja que la cabeza y el cuello se muevan libre, flexible, elásticamente. No estés tieso como un palo, delante del ordenador.


Disfruta con la música...

jueves, 25 de junio de 2009

Cervicales







La función del cuello es facilitar que los ojos palpen a distancia los objetos. Los ojos se mueven con libertad y precisión en el interior de las órbitas pero necesitamos ampliar el campo de observación con el movimiento de la cabeza sobre el cuello y el de las propias vértebras cervicales entre sí.


A veces los objetos de interés están quietos y el sistema ojos-cabeza-cuello debe ofrecer estabilidad y fijeza, y otras se mueven rápida e irregularmente exigiendo al conjunto ajustes vivos y precisos para no perder detalle.


Somos una especie visual y damos por supuesto que la evolución habrá ido seleccionando aquellos individuos que, al menos durante su época fértil, hayan demostrado una habilidad suficiente para leer adecuadamente con los ojos el mundo (incluyendo a sus congéneres). Ello exige, además, una capacidad de la estructura cráneo-cervical para soportar el estrés de la exploración visual continuada. La cabeza no pesa gran cosa, apenas 2 kilos, por lo que las vértebras cervicales no tienen que soportar una carga excesiva. No parece, por tanto, que la evolución hubiera de tener demasiados problemas para conseguir el objetivo del seguimiento visual sin poner en peligro la integridad de las vértebras del cuello.


No sabemos nada sobre quejas cervicales de Homo sapiens (ma non troppo) hasta que se descubrieron los rayos X. Suponemos que nuestros antepasados también se mareaban y sufrían dolor en cuello y cogote pero probablemente no culpaban a su columna. Cuando pudimos "echar los rayos" al interior, todas las sospechas empezaron a recaer sobre la columna. Las radiografías afloraron columnas torcidas, rectificadas, desgastadas, deformadas y decalcificadas. El cuello se mostró como el peor enemigo de la cabeza (y de los ojos). No sólo había perdido movilidad sino que estrangulaba las arterias que ascendían hacia el cerebro comprometiendo su "riego".


El cuello, fiel aliado de ojos y cabeza durante millones de años de lucha por la supervivencia, se ha convertido en una zona vulnerable, frágil, deformada, avejentada prematuramente, que ya no sirve para mirar ávidamente y con precisión el mundo.


Al parecer, no hay muchos motivos para sentirse orgullosos de nuestra cervicalidad actual. Apenas podemos mirar al cielo ni girar la cabeza por el mareo. Con el movimiento nuestras deformadas vértebras comprimen las delicadas arterias que atraviesan complicados desfiladeros y las neuronas no pueden trabajar porque no les llega "riego". Los discos están herniados, los nervios pinzados y los músculos contraídos por el apretón del estrés.


El "ejército de salvación cervical" se ha puesto en marcha: fisios, osteópatas, quiroprácticos, masajistas, energizadores, acupunturistas, homeópatas, fármacoterapeutas, herboristeros, maestros de yoga, gurus, curanderos... todos ellos hablan de "las cervicales", de su lamentable estado y de la bondad de sus remedios.


- Tengo cervicales...


- Todo el mundo las tiene. Sin ellas no podríamos observar adecuadamente el mundo. Forman parte del aparato visual.


- Bueno, no sé a qué se refiere. Me duelen las cervicales y me mareo. Me han explicado que tengo mucho desgaste y que la sangre no llega bien a la cabeza.


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El cerebro está hecho un lío con lo de "las cervicales". Ya no se atreve a mirar, a palpar el mundo. Ha renunciado a activar el exquisito juego de movimientos de cabeza-cuello, sus infinitas combinaciones perfectamente ajustadas al movimiento de objetos y ojos y ahora mira con temor con el rabillo del ojo o girando todo el cuerpo sobre la pelvis. Mantiene el programa de alerta con la contracción preventiva de los músculos del cuello, con el umbral de dolor bajo, con la incertidumbre de la caída in mente...Toda previsión es poca.


El Homo sapiens (ma non troppo) moderno tiene su tendón de Aquiles en el cuello. Quién lo iba a decir...



No hay que alarmarse. ¡Siempre nos quedarán los collarines!

miércoles, 24 de junio de 2009

¡A mover el esqueleto!



Las neuronas aparecen en la evolución de los seres vivos pluricelulares junto a la capacidad de desplazarse activamente por el mundo. Las plantas seleccionaron la estrategia de apalancarse en el suelo, extraer de él agua y minerales y defenderse con corazas, espinas , venenos y "fármacos" y, por ello, carecen de neuronas. Entre los animales, los herbívoros se conforman con comer hierba (una prolongación del suelo), un alimento de baja calidad, y, en cierta manera, son semi-árboles. Pasan quietos la mayor parte del tiempo, rumiando una comida de difícil digestión, tienen pieles gruesas y cuernos. Sólo se mueven para recorrer el pastizal o huir (en manada) del depredador. Los carnívoros derivaron hacia la comida de calidad y cambiaron unas cuantas asas intestinales, necesarias para procesar la hierba, por unas pocas circunvoluciones de más, imprescindibles para explorar el mundo, dar con alimentos de calidad y defenderse de otros carnívoros.



Homo sapiens (ma non troppo) es un omnívoro, come de todo, pero no come hierba. En los tiempos duros de la sabana, valían los tubérculos, los insectos y la carroña junto a esquisiteces ocasionales como la fruta, la miel o pequeñas aves y mamíferos. Más adelante apareció la caza organizada, colectiva, de grandes piezas de carne y, por fin el cultivo de todo, la comida a pie de la guarida. Así, sin darnos cuenta hemos acabado en una estrategia quasi-vegetal: nos apalancamos en nuestras casas y extendemos raíces que llegan hasta el super. Con el mando a distancia de la tele exploramos el mundo e "interactuamos" socialmente. Ya no necesitamos las neuronas para buscar comida y defendernos de los depredadores sino para conseguir dinero y aprecio social.


No necesitamos mover el esqueleto para sobrevivir. En su lugar movemos la mente. Resolvemos las cuestiones, o las complicamos aun más, imaginando la realidad, rumiando y amasando confusamente el pasado, presente y futuro.


A muchos les sobrevive la tendencia ancestral del movimiento y dedican su tiempo libre a correr, saltar, agazaparse, danzar, escudriñar, huir, perseguir, lanzar objetos, explorar. Los viajes, el baile y los deportes calman las pulsiones atávicas de los tiempos de la sabana.


Otros muchos se dejan llevar por los nuevos tiempos del garantismo físico y social, de la comida, cobijo y amparo social disponibles sin gran esfuerzo y permanecen encamados, evitando el movimiento.


La inmovilidad no es solicitada ni deseada. Se sienten doloridos y agotados, sin energía ni ganas. Quisieran sentirse bien para explorar el mundo pero su organismo no parece estar para esas alegrías.


- Me duelen los huesos, doctor.


- Los huesos no duelen


- Pues serán las articulaciones


- Tienen buen aspecto en las radiografías. Son un prodigio de la evolución. No las infravalore.


- No sé...pues serán los músculos...


- Los músculos, si tienen comida y oxígeno y no les pide que trabajen por encima de sus posibilidades, tampoco se quejan


- Entonces serán los dichosos nervios


- El dolor es una queja física. No mezcle los asuntos


- Pues entonces no sé qué pueda ser...


- Es su cerebro. Está desocupado. Ya no necesita organizar el movimiento para sobrevivir y ahora le preocupan las enfermedades, los desgastes. Ha criado miedos. Tiene incluso miedo al movimiento. prefiere verle siempre en casa, en la guarida. Enciende el programa de "como si...estuviera enferma" y así no corre riesgos


- No soy de esas que se queda en casa porque quiere. Si me encontrara bien saldría pitando a la calle a comerme el mundo, pero no me encuentro bien.


- No le estoy juzgando a usted sino a su cerebro. Tiene que hablar con él y quitarle de la cabeza ese miedo a que se descoyunten sus huesos, rocen sus articulaciones, se pincen los nervios, se vengan abajo sus músculos o pille extrañas y misteriosas enfermedades, ocultas y agazapadas en el exterior.


- No le entiendo. Mi cerebro y YO ¿no somos lo mismo?


- ¡Y un jamón!


- Usted me dirá...

martes, 23 de junio de 2009

Movimiento articulado



Somos una especie articulada. Nuestros 208 huesos están unidos por tejido organizado que permite un desplazamiento variable entre ellos. El grado de libertad de movimiento, el número de formas de acceder a un objeto y manipularlo es considerable. A la hora de imaginarnos, sentirnos, cuando estamos (aparentemente) quietos, sosteniendo una posición, o desplazándonos, podríamos visualizar el continuo bailoteo de nuestras articulaciones, la facilidad con la que se desplazan unas y otras, la increible variedad de programas y combinaciones y, sobre todo, la facilidad y ligereza de las acciones motoras.

Los artrópodos tienen sus huesos y articulaciones en el exterior (exoesqueleto) y pueden disfrutar y enorgullecerse de su increible potencial articulatorio si bien tienen que cambiar su funda rígida periódicamente para amoldarse a los sucesivos y crecientes volúmenes que marca el desarrollo.

Nuestro esqueleto, con sus articulaciones, es interno (endoesqueleto). No lo vemos y podríamos, perfectamente, no imaginarlo ni sentirlo como no sentimos ni imaginamos el páncreas, la vesícula biliar, el bazo o el sistema linfático.

La marioneta corporal está movida por hilos musculares desde un sistema neuronal que programa millones de secuencias adaptadas a nuestros propósitos. Cada punto de contacto entre los segmentos rígidos está convenientemente preparado para soportar el estrés de la carga y fricción que impone el programa.

El endoesqueleto articulado es un universo oculto a nuestros sentidos y ello nos hace vulnerables. Un creciente ejército de expertos en endoesqueleto nos lo van describiendo, vilipendiándolo hasta el extremo, degradándolo, vertiendo sobre él todo tipo de calumnias y descalificaciones.

Nuestros huesos están desgastados y deformados, las articulaciones oxidadas y rugosas, los músculos contraidos y exhaustos por el omnipresente estrés...

Con estos supuestos calamitosos mimbres el cerebro tiene que construir los cestos de los programas para la marioneta, cuidando de que no se degrade aun más la delicada y vulnerable textura del endoesqueleto. Debe protegerlo, mimarlo, evitar cargas y acciones.

El endoesqueleto está amenazado por el día a día del individuo, que se empeña en levantarse y caminar.

- Te conviene hacer ejercicio

- Mi cerebro no me deja

- ¿Por qué?

- Piensa que mi endoesqueleto es frágil y vulnerable

- ¿Quién le ha dicho eso?

- Todo el mundo se lo dice: los doctores, los fisios, el del gimnasio, la pescatera, la tele...

- Dile que no haga caso. El endoesqueleto es una maravilla. Su peor enemigo es el miedo a usarlo. Es el que hace que se oxide, degrade, deforme, fracture y genere sufrimiento.

- ¿Y cómo le quito el miedo a mi cerebro?

- Tendrías que empezar por quitar primero tú el miedo a moverte...

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El miedo al movimiento (por miedo al dolor) es la causa más frecuente de dolor al moverse (una vez descartados los sucesos agudos necróticos).

Si fuéramos artrópodos no tendríamos tanto dolor ni los expertos podrían contarnos cuentos de terror sobre el exoesqueleto... aunque, probablemente, inventarían relatos sobre interior... ya lo hacen con la cabeza. Es como el caparazón de una tortuga y eso tendría que darnos confianza pero los expertos han tejido una extensa red de bulos sobre chocolates, hormonas, viajes, estreses y genes...

Defienda el buen nombre de su organismo. Cuide su autoestima.

De otro modo no hay quien pueda mover el esqueleto...

lunes, 22 de junio de 2009

¡Ahá!


Hay cuestiones que se nos resisten. Disponemos de datos, explicaciones, ejemplos... pero no acabamos de verles el rostro con claridad. Las presentimos, casi estamos a punto de sorprenderlas... hasta que un buen día aparecen de cuerpo presente, casi materializadas. A partir de ese momento forman parte de nosotros, no necesitamos invocarlas ni solicitarlas.

El momento en que eso sucede se acompaña de una vivencia especial, inconfundible. Es el momento ¡Ahá! ¡Ya lo tengo! ¡Ahora lo he entendido! Es como una cerradura que no acaba de obedecer a la llave hasta que tras varios intentos descubrimos que estábamos girando en la dirección incorrecta o que precisaba de un sutil tironcito hacia nosotros de la puerta. La maniobra queda automatizada con unos pocos intentos y ya podemos abrir la puerta cuando queramos.

El cambio de convicciones sobre dolor necesita el momento ¡ahá! Hasta que aparece puede que lo que nos cuentan sobre cerebro resulte complicado, inaccesible, poco práctico: nociceptores dormidos, copia eferente, colecistoquinina, necrosis, apoptosis, antinflamación, neuronas espejo... Nunca podremos automatizar ese nuevo conocimiento. No va a funcionar.

En la consulta reviso esos conceptos para ver si se ha producido el efecto ¡ahá!

- Vamos a ver...¿copia eferente?

- Me suena... pero en este momento no recuerdo. Leí los folios hace ya unos días...

- ¿No recuerda el ejemplo?

- Pues no

- El de que se queda a dormir en casa de unos amigos y le tranquilizan diciendo que es un barrio tranquilo y que no se preocupe si al día siguiente oye ruidos en la puerta pues es la señora de la limpieza que vendrá a las ocho y tiene llave y es muy buena gente...

- ¡Ah sí! Ahora me acuerdo

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Las metáforas, los ejemplos, se comprenden fácilmente. Curiosamente nos cuesta trasladar esa claridad de la idea del ejemplo a otros escenarios. Necesitamos haber visto, oído, tocado u olfateado la realidad para tener una representación activa de ella. Representar mentalmente la actividad neuronal resulta complicado a pesar de que sus tareas y objetivos sean fácilmente comprensibles con la ayuda de los ejemplos.

La estructura de la migraña es la misma que la de una reacción alérgica. Sin embargo todo el mundo entiende la alergia pero a muchos se les resiste la migraña. Ambos procesos son la consecuencia de un error de valoración de peligro.

La estructura de una fobia es similar a la de la alergia y la migraña. Comprendemos la fobia a los aviones y las arañas pero dudamos que el sistema inmune y el cerebro tengan un miedo fóbico a los ácaros o al chocolate.

La utilización angustiada de terapias comparte la estructura adictiva del hábito de fumar o comer (más allá de lo razonable) pero no lo vemos así y utilizamos calmantes como si se tratara de una acción benéfica para el organismo.

Cuando éramos niños y creíamos en Reyes Magos y cigüeñas tuvimos el momento ¡ahá! cuando entendimos "lo de los padres". Desde ese momento podíamos entender la realidad desde ese nuevo punto de interpretación

- ¿Qué es "lo de los padres", chaval ?

- Me suena pero ya no me acuerdo...

- Que eran los padres los que traían los juguetes y que lo de los Reyes era falso...que las cigüeñas no tienen nada que ver con que haya venido el hermanito... lo de la semillita...

- Ah sí. Ya me acuerdo...

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No tiene sentido el quedarse con un confuso eco de las cosas. Debemos hacernos con la comprensión clara y eficaz de la realidad: si lanzo una piedra hacia arriba y no me aparto rápido... me golpeará en la cabeza. El mundo externo y el interno tienen leyes, explicaciones, causas... No existen los Reyes Magos ni las cigüeñas...

- No tienes nada. No has hecho nada malo. La cabeza es normal. Es tu cerebro que tiene un miedo fóbico a que suceda algo terrible y necesita calmarse con fármacos, agujas, hierbas, silencios, refugios y meditaciones. ¡Mándalo al carajo!

-¡Ahá! Ahora lo he entendido...

- Ya veremos...

domingo, 21 de junio de 2009

El cerebro vagabundo



Al cerebro lo que le gusta es que el individuo no tenga nada importante que hacer, no requiera sus servicios y así poder dedicarse a "sus labores", a poner orden en casa, en los sistemas de memoria rebosantes de datos por procesar, para extraer la información que contienen, a veces de forma oculta.

Cuando "pensamos en Babia" tenemos, aparentemente, la mente en blanco, con electroencefalograma plano, pero no, no es así. Más bien todo lo contrario.

Babia es una hemosa comarca noroccidental leonesa en la que pensaban los nostálgicos pastores que la añoraban desde su forzado exilio en los pastos extremeños de invierno. Su cerebro no estaba ocioso en ese momento sino que desarrollaba una frenética actividad, repasando los hechos significativos del pasado, proyectando el futuro y tratando de captar la forma en la que nos verían los prójimos de turno.

Cuando el individuo está de brazos cruzados o cuando estos se afanan en tareas de rutina, muy automatizadas, se activa un estado cerebral denominado "default mode":
modo por defecto. Se pensaba que correspondería a un estado de baja actividad cerebral, de bajo consumo de glucosa, pero cuando se pudo proceder a comprobar si era realmente así se vio que justamente era lo contrario de lo que se esperaba. El cerebro vagabundo, el de Babia, es un cerebro tremendamente activo. Consume más recursos que cuando está aplicado en atender algún complicado requerimiento del individuo.

El cerebro "por defecto" se dedica a rumiar el pasado, proyectar el futuro y especular sobre las opiniones de los demás sobre nuestras acciones. Busca asociaciones, coincidencias previamente no advertidas, causalidades ocultas, señales, hitos...en definitiva, información, capacidad predictiva, conocimiento.

Cuando el individuo duerme o, simplemente descansa, el cerebro vagabundea, retoma los hechos y los zarandea para ver si sueltan alguna enseñanza nueva. Les aplica ópticas nuevas, secuencias invertidas (ingeniería inversa).

El trabajo del cerebro vagabundo no es del todo libre. Está amarrado y lastrado por las creencias. El coto de las convicciones hace que los episodios de dolor sean procesados una y otra vez para buscar asociaciones con la linterna de las doctrinas oficiales. El resultado es un reforzamiento de lo ya creído. El vagabundeo en este caso no sirve para explorar y liberarse sino para consolidar y estrechar las cadenas. Sólo cuando rompemos el sistema de creencias se produce la acción liberadora del ensoñamiento cerebral.

El individuo despierto debe concentrar su esfuerzo en digerir despacio el conocimiento y despreocuparse después. Su cerebro se ocupará en analizar lo novedoso aportado y decidirá si debe o no modificar los esquemas mentales.


Es bueno dejar volar la imaginación, concedernos el
dolce far niente pero primero es necesario soltar las amarras, la cuerda que nos ata al árbol y nos va cerrando el círculo.