La imagen que tenemos de nuestro cuerpo, el esquema corporal, contiene una percepción fuerte de la superficie, el contorno, sus límites. Esta representación es más definida en la parte anterior y más confusa en la posterior debido a que nuestros ojos no tienen acceso a esta última.
Generalmente el interior es silencioso. Sabemos que existe y que es un mundo bullicioso, con mucho ajetreo pero no lo sentimos. Desde el punto de vista de la percepción somos una cáscara, sin contenido interno.
Incluso la superficie se vuelve insensible si nos quedamos absolutamente inmóviles, debido a la habituación de los sentidos. La percepción de la superficie exige variación, movimiento.
El organismo no informa al individuo de su actividad. Este tiene otras cuestiones en las que ocuparse: explorar el entorno para buscar alimento y pareja, interactuar socialmente y defenderse de los enemigos.
El individuo tiene su mundo y el organismo el suyo.
Al organismo le preocupa la integridad y seguridad interna, mantener las condiciones necesarias para la supervivencia de las células. Muchas veces la conducta del individuo pone en peligro al interior. En ese caso el organismo reacciona y activa programas de alarma, programas que tratan de atraer la atención del individuo sobre cuestiones internas y que le presionan para que adapte su conducta a los intereses y preocupaciones celulares.
El individuo tiene tareas, proyectos, preocupaciones, estados de ánimo, emociones, angustia, ansiedad. Evalúa su capacidad y sopesa los riesgos.
El organismo también tiene proyectos, inquietudes, desánimos, emociones, expectativas... También evalúa su capacidad y analiza los pros y los contras.
Por otra parte el individuo y el organismo se evalúan mutuamente. No se fian.
De todo este trajín de evaluaciones e hipótesis surge la percepción corporal. Lo que percibimos es lo que el organismo y el individuo, cada uno desde su perspectiva, desde sus objetivos y preocupaciones, proyecta al otro. El debate es continuo pero no lo sentimos como tal. Nos atribuimos en exclusiva el contenido del pensamiento y pensamos que se trata de un monólogo, un ronroneo con nosotros mismos.
La migraña contiene preocupaciones de organismo y de individuo, valoraciones de individuo y organismo, deseos y temores de individuo y organismo, conflicto entre intereses de individuo y organismo.
Generalmente el organismo consigue que el individuo asuma sus temores y propuestas y este acaba en la habitación, a oscuras, con el cartel "no molesten, tengo migraña" librándose de lo que ha comido y deseando coger el sueño después de tomarse el "calmante".
En la migraña el organismo ha contagiado al individuo. Ha impuesto su visión alarmista, su temor (irracional) a un inminente suceso de destrucción violenta (necrosis) en la cabeza.
Cada crisis es una oportunidad para el debate pero la cultura migrañosa lo disuelve. Su propuesta es: obedece a tu cerebro. Haz lo que te pida. Desde esa perspectiva el individuo está indefenso. No existe.
2 comentarios:
Ya que los comentaristas también guardan silencio, le diré me ha gustado mucho esto:
"Generalmente el interior es silencioso. Sabemos que existe y que es un mundo bullicioso, con mucho ajetreo pero no lo sentimos. Desde el punto de vista de la percepción somos una cáscara, sin contenido interno."
Le veo venir...
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