El cuento de las neuronas del dolor afirma que este se construye (preforma) en el lugar donde lo sentimos aunque es allí microscópico. Miniaturizado, viaja hasta el cerebro, por los nervios. Una vez en la estación cerebral término se amplifica y surge con la definitiva dimensión en la conciencia.
La cuestión fundamental de la Ciencia es la de los orígenes. La aparición de nuevos seres a partir de un huevo dio mucho que pensar a los sabios. Básicamente se han barajado dos propuestas:
1) El huevo contiene un miniser completamente formado pero muy diminuto. El desarrollo es, simplemente, un aumento de proporciones (Preformacionismo)
2) El huevo contiene material más o menos homogéneo, amorfo, a partir del cual se va desarrollando el nuevo ser con elementos y factores provenientes del entorno (Epigenetismo)
En el siglo XVII se hizo fuerte la tesis preformacionista (a pesar de Descartes, que era epigenetista). Se consideró que el huevo contenía preformado al nuevo ser. Unos defendían que la criatura era el espermatozoide (animaculismo) y otros, el óvulo (ovistas).
A finales del XIX se zanjó la discusión sobre espermas y óvulos y se situó el origen en el huevo ya fecundado, pero se siguió pensando que ya todo estaba predeterminado aunque no se sabía cómo.
El Proyecto Genoma Humano presentó con ruidosa trompetería la Gran Solución: allí estaba todo, en los genes. Todo estaba preformado.
Con las percepciones sucede lo mismo. Lo que vemos, oimos, olemos, degustamos está allí fuera. Nuestro oido capta los sonidos, que, están allí fuera pero son tan sutiles y diminutos que necesitan ser amplificados. Desde el tímpano hasta la conciencia no hay mas que un proceso de crecimiento.
Es lo que nos cuentan los inevitables preformacionistas.
El dolor también se genera allí donde lo sentimos. Es muy pequeño y debe ser amplificado. De eso se encarga el cerebro. Preformacionismo.
La migraña está ya determinada, escrita, en los genes. Sólo faltan condiciones ambiente para que empiece a crecer y crecer... hasta que un buen día... ¡nace!, se ha hecho mayor. Preformacionismo.
Los epigenetistas defenderían las tesis del desarrollo, de la importancia del diálogo entre recetas y potencialidad de los genes y restricciones del entorno en el que se produce el desarrollo (Evo-Devo).
Los neurólogos son preformacionistas en el tema de la migraña. La migraña, como ese hombrecito (animáculo-homúnculo) acurrucado en el espermatozoide, está en el genoma, ya conformada, con su dolor, sus vómitos, su intolerancia sensorial, sus auras y su carácter intolerante al chocolate y demás.
Ver al hombrecito acurrucado nos parece cómico pero afirmar solemnemente que la migraña está acurrucada y miniaturizada en los genes no lo es menos.
El dolor (migrañoso o de cualquier otro origen) no se forma donde lo sentimos, no hay receptores de dolor que lo detectan, no hay vías de transmisión del dolor. No hay un centro del dolor en el cerebro.
Sin embargo nos siguen contando el mismo cuento, cautivadoramente sencillo. ¿Por qué quitar ilusiones infantiles tan lógicas y redondas? ¿Por qué embarullarlo todo con nuevas teorías? ¿Por qué ese empeño en matar la inocencia?
La respuesta es muy sencilla: porque nada de lo que parece verdad lo es y porque esa inocencia resultará cara: una crisis de migraña no es ninguna tontería.
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