La ley de Weber-Fechner pretende establecer matemáticamente una correlación entre la intensidad de los estímulos y la de las percepciones que evocan.
Gustav Fechner estaba interesado , además de la Psicofísica, en la Metafísica y con su ley quería demostrar que mente y cuerpo eran expresiones de una sola "sustancia" y que por tanto podía establecerse una relación cuantificable y precisa entre los estímulos (materia) y su percepción (mente).
Aunque la ley supuso un hito en el nacimiento y despegue de la Psicofísica su vigencia está bastante cuestionada cuando intentamos aplicarla a condiciones naturales. Los estímulos (las señales) vienen siempre envueltos en ruido y el sujeto cambia su estado receptor (criterio) en función de múltiples factores.
Las convicciones de Fechner de identificar materia y mente están fuertemente arraigadas en los padecientes de dolor: si hay dolor se deduce que hay estímulo y la intensidad de ambos está correlacionada.
- Si me duele, algo tengo
- Si duele mucho, ese algo es intenso
- Si no se quita con el calmante es que hay gato encerrado
- Para eliminar un dolor intenso hace falta un analgésico potente y, en vena.
Estas reflexiones puede que sean válidas en las situaciones de dolor agudo, en las que existe un proceso activo de destrucción de tejido: el dolor informa sobre las características del estímulo: su ubicación, intensidad y persistencia.
En el dolor crónico, generalmente no hay estímulo. Nada tira, pinza, comprime, desgarra, quema ni corroe. La ecuación de Weber-Fechner no es aplicable.
En el dolor en ausencia de estímulo (migraña, fibromialgia...) hay que buscar la correlación con lo que el cerebro está evaluando como amenaza, con sus creencias.
Podríamos tratar de buscar ecuaciones entre la fuerza expresiva de una película y las emociones que despierta en el espectador. El dolor tiene la propiedad garantizada de la fuerza expresiva. El cerebro es un realizador magistral. Nos mete de lleno en la pantalla. Vive tanto la ficción que llega a creérsela y contagiarnos. Nos contagia sus emociones.
La única manera de dejar de sufrir en el cine es alejarnos de la pantalla, saber, decirnos que sólo es una película.
Algunos pacientes entienden y aceptan que esto es así y consiguen que su cerebro les deje tranquilos.
Otros siguen en la butaca, atrapados por la pantalla... por la película...
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