Las neuronsas de la periferia contactan directamente con estirones, compresiones y temperaturas extremas. Sufren en su membrana el impacto de estados y agentes dañinos, destructivos. Testifican la muerte celular violenta próxima.
Las neuronas de las capas centrales sólo tienen noticias de los sucesos. Se alegran y sufren por empatía. Son solidarias con la muerte ajena.
Las neuronas de la periferia lanzan en ocasiones angustiadas señales de muerte violenta inminente o consumada. Estas señales dejan el mensaje en todas las capas de procesamiento intercaladas entre el mundo y el cerebro. Cada capa activa su respuesta de una forma integrada, colaborando en el programa defensivo centralizado en el cerebro, cuyo objetivo es minimizar la destrucción y reparar los destrozos.
La última capa de la cebolla neuronal es el YO, la conciencia. Las señales le llegan en forma de dolor, una percepción desagradable, imperiosa, que le presiona a una conducta protectora.
El dolor es un mensaje, una notificación del sistema. Nos obliga a compartir la pena de la destrucción violenta de nuestras células y a colaborar en la respuesta defensiva.
El cerebro es responsable de que no se produzca destrucción celular violenta. Organiza las acciones del individuo de tal forma que se minimice la probabilidad de la necrosis.
La forma más eficaz de conseguirlo es activar el programa que utiliza para notificar los sucesos violentos. Obligar al individuo a actuar como si ya se estuvieran produciendo.
Los pacientes describen el dolor como si... Como si les estiraran, comprimieran, quemaran o pincharan... El cerebro ha activado el mismo programa que notifica los desgarros, compresiones, quemaduras y pinchazos reales. No hay modo de saber si sucede algo o no por las características del dolor. Sólo hay un programa para generar la percepción dolor. Se activa tanto si están destruyéndose células como si se trata de una previsión alarmista injustificada cerebral.
El cerebro sufre con la incertidumbre, con hipótesis y presentimientos. Guarda memoria de sucesos propios y ajenos y prevenciones de los expertos sobre tiempos revueltos, desánimos, estreses, excesos, defectos, alimentos, genes y hormonas.
Al cerebro de sapiens (ma non troppo) lo han vuelto hipocondríaco entre todos: los familiares, los expertos, los amigos y la pescatera.
El cerebro alimenta su hipocondria con las noticias. Se traga todos los bulos. Es cándido y sensible. Se preocupa por todo lo que pueda suceder a las células. También es cándido con los remedios: calmantes, agujas, ensalmos, meditaciones, hierbas, aromas y cirugías...
Todo puede valer para alarmar y todo puede valer también para calmar. Falsos venenos y falsos antídotos.
Lo único verdadero es el dolor, el programa activado por falsas creencias de amenaza.
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