Cada ser vivo soporta una determinada banda de energía. Fuera de esa banda, por defecto o exceso, las células mueren. Hay estados de energía térmica, mecánica, química y electromagnética que permiten y sostienen la vida y otros que acaban con ella.
La muerte celular puede ser lenta o brusca (violenta). La primera permite al organismo activar respuestas adaptativas programadas mientras que la segunda dispara reacciones defensivas de urgencia para evitar la extensión de la letalidad. Las células que fallecen de forma previsible no ponen en peligro a sus vecinas mientras que las que fallecen de sopetón por excesos térmicos, mecánicos, químicos o electromagnéticos, liberan potentes tóxicos internos que matan en cadena a las vecinas y, si no se hace algo, al individuo.
La muerte programada da lugar a la retirada sosegada e inofensiva de los restos y la muerte violenta activa la respuesta defensiva inflamatoria que trata de impedir la extensión de la letalidad al resto del organismo.
La muerte programable sobreviene en células seniles, ambiciosas (cáncer), defectuosas o con genoma mal copiado y es decidida desde la propia célula (suicidio) o desde el exterior, por el sistema inmune, que decide qué célula es fiable y eficaz y cuál no.
La muerte violenta sobreviene por desgarros, corrosiones, quemaduras, falta de oxígeno, quemaduras, ácidos o cáusticos. Si no se activa inmediatamente la inflamación en el lugar de los hechos, el individuo fallece ante una mínima incidencia. El bosque se quema por un simple cigarrillo si no se procede a apagar el fuego inmediatamente.
La muerte celular violenta se denomina necrosis y es el suceso más temido y, por tanto, vigilado.
El organismo está sembrado de detectores de necrosis. Están incorporados en la membrana de un tipo específico de neuronas, cuya función es detectar el daño, la muerte violenta. Estas neuronas se llaman nociceptores: detectoras de nocividad necrotizante.
Las neuronas nociceptoras detectan señales de necrosis consumada o inminente y mandan información hacia los centros que organizan las respuestas defensivas pertinentes.
Ni las células muertas ni las neuronas que captan las señales de necrosis segregan dolor en el lugar. El dolor no es un estado físico ni una molécula. No está contenido en el agente energético letal (una bala, una cazuela caliente, una espina o una bacteria... ) ni en el tejido que sufre el impacto de la energía que mata.
Muchos textos describen a las neuronas nociceptoras como "detectores de dolor". Los "estímulos dolorosos" generarían el dolor en el lugar que actúan y los sensores de dolor lo recogerían de tejidos machacados, quemados o infectados transportando información de que la zona duele (produce dolor). Al cerebro le llegaría así información de que allí duele para que ordene lo que hay que hacer.
No existe dolor enpaquetado en unas moléculas o pequeñas corrientes eléctricas. Las neuronas nociceptoras sólo contienen información sobre el daño necrótico. Los cables de un teléfono no transportan emociones sino señales que permiten al individuo receptor emocionarse con el mensaje. Si saboteamos la transmisión evitamos la emoción pero no porque hayamos aplicado un antídoto emocional sino porque hemos actuado sobre el proceso informativo.
Cualquier procedimiento analgésico es un acto anti-informativo. Eso puede resultar conveniente o no.
El dolor sólo existe como consecuencia de la activación de diversas zonas cerebrales que lo generan cuando se encienden simultáneamente. No hace falta que suceda ninguna agresión necrótica previa. El encendido del programa está a disposición del cerebro si este "toma la decisión" de hacerlo.
Muchas veces el cerebro enciende el programa en una zona sin que allí suceda nada por puro temor a que suceda algo. El cerebro es previsor con tendencia al alarmismo fácil.
- Me duele "la columna".
- Es su cerebro. Puede que esté pasando algo allí o que simplemente le avisa que ande con cuidado o que, incluso, no ande. En mi opinión, no hay nada que haga pensar en que se estén muriendo violentamente células en su columna. Pienso que su cerebro está en alerta y probablemente es una alerta exagerada e innecesaria. Tendríamos que desactivar el programa...
2 comentarios:
Siempre que tengo varias guardias seguidas y duermo poco, me duele la cabeza. De los tres hermanos que somos soy la única que he heredado las migrañas de mi padre. Durante años me he autotratado mi dolor de cabeza "psicológicamente", apagando la luz por la fotofobia, durmiendo, y tomando de vez en cuando un analgésico. Los neurólogos de mi ex-hospital en Madrid, que eran vecinos de consultas, me decían que tenía que tomar medicamentos profilácticos, algo a lo que siempre me he negado porque soy antipastillas.Tengo que confesarte que los vasconstrictores me desarmaron mis teorías psicológicas del dolor porque funcionaban realmente, por lo menos a mí. El problema es que muchas veces vuelven. Me alegra haber encontrado tu blog con tus argumentos biológicos sobre el dolor, que hacen me den cuenta lo ignorante que soy en esta materia. Ayer cuando salía de guardia me dolía mucho la cabeza, como ya anticipaba. Me llevé mi pastilla en la bata y me di permiso para tomarla (como hago yo con mis pacientes ansiosos), pero conseguí neutralizar mi dolor de cabeza enviando a mi cerebro el mensaje de que estaba equivocado. Me fui a hacer deporte (que dicen es fatal) y luego tomé el sol en una terraza (ya lo peor). Sin embargo no me dolió nada. No me arriesgué a tomar una cerveza por si me pasaba de lista
Me alegraría infinito que se hubiera descatalogado en el cerebro a la cabeza como un lugar acosado y en peligro por las guardias, la radiación electromagnética solar, los frutos secos o los cuartos menguantes lunares. Sería un acto de tolerancia. La tolerancia justificada es un avance. La intolerancia sea inmune o neuronal es una cruz absurda.
Enhorabuena Marga y que se reafirme el cambio.
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