Los primates "avanzados" disponemos de un plus cerebral especializado en proyectar al individuo la percepción de que algo no va bien en el interior, de que estamos enfermos. La percepción de enfermedad invita al individuo a comportarse como un enfermo, es decir, quedarse inmóvil en el refugio y darse de baja de todo tipo de actividades.
El programa "siéntete enfermo" combina cansancio, dolorimiento, desánimo, desinterés, visión negativa de la realidad, repaso crítico de la conducta...
Los tejidos enfermos, necróticos, generan señales que son captadas por células del sistema inmune y terminales del nervio vago. Las noticias del suceso necrótico llegan al cerebro por la sangre y por el circuito neuronal provocando el encendido del programa que nos hace sentirnos y comportarnos como enfermos.
El programa de sentirse enfermo no necesita la enfermedad para activarse. Si introducimos en el organismo de un ratón sano las señales de enfermedad provenientes de un colega de jaula enfermo, el cerebro del sano encenderá el programa tan pronto como reciba la información errónea, engañosa.
El cerebro de Homo sapiens (ma non troppo) va aún más allá: basta con que piense que puede haber enfermedad para que se active el programa (no la enfermedad, claro).
Podemos sentirnos griposos: doloridos, cansados, abúlicos, desanimados porque nuestro cerebro aplica el cálculo de probabilidades y decide que actuemos, por si acaso, como si hubiera enfermedad.
En los tiempos que corren es fácil que el cerebro, bombardeado por la información alarmista que está condenado a procesar, acabe construyendo una idea de enfermedad posible-probable.
Puede que el cerebro sapiens sea hipocondríaco (todos los cerebros lo son) y tienda al encendido alarmista injustificado pero para eso tenemos a los expertos, los que saben cuándo hay y no hay enfermedad. Los expertos compensan la tendencia enfermadora del cerebro con mensajes tranquilizadores que ponen la alarma en el sitio razonable... ¿o no?
Pues va a ser que no.
Los expertos etiquetan el encendido innecesario y alarmista del cerebro sapiens como enfermedad misteriosa, emergente, psicosomática, somatizante, funcional, holísticosistémica, cósmica o vaya usted a saber... aumentando aún más si cabe la incertidumbre y angustia somática.
El Congreso de la SEFID acabó con una ponencia sobre dolor visceral en la que se habló del nervio vago, las citoquinas (mensajeros de enfermedad), del reflejo inflamatorio-antinflamatorio vagal y se proponían actuaciones de manipulación visceral que habían mostrado un poder analgésico. Confieso que no entendí la relación de lo expuesto sobre el nervio vago y la respuesta de enfermedad con las propuestas de manipulación visceral.
Hice algún comentario para insistir en la importancia de lo expuesto como base fisiológica y la relación que la respuesta de enfermedad tenía con la fibromialgia. Como colofón a mi inoportuna serie de intervenciones en el Congreso se me contestó (con cierto fastidio) con referencias (otra vez) a la Resonancia Magnética Funcional y a sus colorines. ¿?
El tema de la gestión cerebral de interior es importante y está bastante desatendido. El mundo del dolor ha pivotado en exceso sobre estímulos externos y "músculoesqueléticos". Era oportuna la ponencia sobre visceralidad pero no acabé de captar el hilo argumental del ponente. Al menos se habló del nervio vago, de las citoquinas y del programa respuesta de enfermedad.
Aplicando la definición de la IASP sobre dolor podríamos proponer que:
La percepción de enfermedad es una experiencia sensorial desagradable debida a enfermedad real o potencial o vivida como tal enfermedad.
Basta con que el cerebro evalúe enfermedad como probabilidad para que el desgraciado usuario residente en ese organismo lo viva como enfermo.
Lo terrible es que el padeciente del encendido erróneo del programa reclama la enfermedad real. Está convencido de padecerla... Mal asunto...
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