El dolor forma parte de la respuesta defensiva que el organismo activa para proteger y/o reparar una zona amenazada, vulnerable. Tan pronto como desaparece la amenaza debiera inactivarse el programa defensivo y recuperarse la plena funcionalidad (indolora).
Habitualmente es así. El dolor de una contusión, una fractura, una infección o una quemadura cede cuando la zona necrosada pierde actividad y recupera fiabilidad ante la acción.
En muchos casos la lesión se repara debidamente pero el programa dolor sigue activo negando la utilización de la zona.
Ni siquiera es necesaria una lesión aguda inicial. Con frecuencia el programa dolor se enciende espontáneamente, sin nada que lo justifique, permaneciendo encendido indefinidamente.
¿Por qué?... Para gustos...
Están los impenitentes de la responsabilidad de los genes ("genes para todo"), los que parecen negar al organismo la capacidad de curar debidamente las lesiones ("tendones y nervios cogidos"), los que cargan las tintas en los factores psicológicos y emocionales ("son los nervios"), los que se autodefinen como garantes de las explicaciones científicas y sostienen las tesis de la sensibilización central por bombardeo previo del asta posterior con señales nociceptivas ("periferalistas-todo es química") y los holísticos ("conjuntos arbitrarios de un poco de cualquier cosa").
Ninguna de estas tendencias al uso contempla la responsabilidad de la gestión evaluativa del cerebro, la toma de decisión de encender, mantener y apagar programas en función de cómo se valora el peligro, la vulnerabilidad, es decir, las expectativas y creencias cerebrales sobre la zona defendida.
Menos aún, las propuestas sobre cronificación, contemplan el papel de la cultura, de la instrucción experta, el modo en que el cerebro ha aprendido a defender el interior procesando información a través de la observación-imitación y el lenguaje.
El Congreso fundacional de la SEFID sirvió para lanzar la nueva vía de explicación y afrontamiento del dolor: la vía cognitivo-conductual, la que aborda las falsas creencias y conductas inadecuadas sobre estructura y función de los tejidos. Los psicólogos se han encargado de detectar y corregir las creencias y afrontamientos inadecuados del individuo dolorido dando por válidas las creencias y afrontamientos que los colegas físicos del "equipo multidisciplinar" proponen. Sus terapias cognitivo-conductuales han puesto el punto de mira en los pacientes y han tratado de ayudarle a sobrellevar el sufrimiento.
Los "neo"fisioterapeutas ponen el acento en las falsas creencias y afrontamientos indebidos sobre movimiento desde la perspectiva de organismo. La fisioterapia cognitivo-conductual pone en la camilla de exploración al cerebro gestor del movimiento, el que debiera autorizarlo y promoverlo pero lo desautoriza, desincentiva y penaliza.
Los fisios "con cerebro" han recuperado la pregunta clásica del "¿a qué lo achaca?" y se interesan por lo que el paciente (y su cerebro) opina sobre su cuerpo, sobre su esquema corporal. Quieren saber lo que le han dicho otros profesionales. Reconstruyen la historia, el proceso de generación de una idea de vulnerabilidad tisular.
La nueva vía mira más allá del corto plazo, de la ficción engañosa del "me encuentro mucho mejor" después del masaje, la "reposición" de vértebras o cualquier otra práctica de efecto inmediato. El placebo anda detrás de lo espectacular.
El dolor se cronifica porque también están cronificadas las falsas creencias y remedios que lo sustentan.
Espero que el Congreso de la SEFID en Valencia haya sido el revulsivo que necesita esta incipiente Fisioterapia para hacerse con el respeto de colegas y ciudadanos.
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