Cuando el fisiólogo vienés Hans Selye inventó en 1950 la palabra estrés no era consciente de la importancia de su descubrimiento. El mundo necesitaba ese término. No sabemos cómo podían arreglarse los seres humanos, pacientes y profesionales, sin saber que gran parte de sus tribulaciones físicas y psicológicas eran debidas a que tenían "estrés". De repente se hizo la luz. Todo encontró su razón de ser.
Homo sapiens (ma non troppo) necesita las palabras. Su instinto de dar con las causas de cuanto sucede le lleva a construir nuevas palabras, etiquetas que dan cierta apariencia de que se ha identificado y localizado el problema. Hasta 1950 los sapiens padecían misteriosos padecimientos para los que no se encontraba una explicación convincente y, sobre todo, no se disponía de una palabra satisfactoria. Había algún agente o estado insano que perturbaba el normal funcionamiento del organismo y se expresaba a través de múltiples síntomas y trastornos de apariencia física. Todo el mundo tenía en la punta de la lengua la palabra que describiría esa situación pero no acababa de aflorar. Selye dejó caer, sin darle mayor importancia, el sonido mágico de su nueva palabra: ¡estrés!.
Todo el mundo asintió alborozado. ¡Esa era la palabra! Estaba allí delante de todos y ninguno la veía. ¡Cómo podían haber sido tan ciegos! Desde entonces sentirse mal a pesar de estar bien dejó de ser un problema.
- Me duele todo. He estado en el médico. Me ha dicho que es todo normal pero que tengo estrés y , claro, por eso me duele.
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La reacción de los pacientes a la sugerencia de que el sufrimiento es debido al estrés es variable. Si los síntomas coinciden (cosa nada difícil) con una situación complicada en lo personal, la propuesta de que el estrés les está creando problemas les parece razonable y, en cierto modo, les tranquiliza, pues prefieren tener sólo estrés y no estrés y además, por ejemplo, un tumor en la cabeza. Si el paciente se registra y no reconoce en su vida actual conflictos o ajetreos personales puede que no le convenza la tesis del doctor y manifieste su disconformidad.
- Yo no tengo estrés. Me va todo razonablemente bien. Todos tenemos nuestros problemas pero precisamente ahora es cuando mejor me encuentro. Si esto me hubiera sucedido hace unos años quizás le hubiera dado la razón pero precisamente ahora...
- A veces los problemas quedan mal resueltos y dejan heridas internas abiertas que se expresan a través de síntomas físicos. Le mando al psicólogo.
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¿Qué es el estrés?
Depende para quién.
El estrés es una forma de valorar los sucesos: del pasado, del presente y del futuro. A uno le puede estresar, perturbar, alterar, la lluvia y a otro el que no caiga una gota. Cada individuo atribuye a la realidad (real o imaginada) una relevancia, un potencial de amenaza, una incertidumbre. Ello obliga a disponer estrategias de afrontamiento para paliar el impacto negativo de lo que se teme que suceda, haya sucedido o vaya a suceder. El proceso de evaluación lleva aparejada una apreciación de nuestra capacidad de resolver el teórico embrollo así como una aproximación a lo que a los demás pueda parecerles lo que vayamos a hacer.
Hay una cuestión previa a todas estas especulaciones sobre el estrés. ¿Estamos hablando del cerebro o de nuestro YO? ¿El dolor es la consecuencia del estrés cerebral, de cómo evalúa nuestro pasado-presente-futuro o de cómo lo valoramos nosotros? El individuo consta de dos partes: de la piel hacia fuera y de la piel hacia dentro. Los síntomas físicos expresan una evaluación negativa, pesimista o incierta sobre sucesos piel-adentro. No habría que mezclar la subida del Euribor o el fracaso escolar del niño con la probabilidad de que se infecten las meninges.
El cerebro tiende a considerar una relación posible de todo con todo. Busca causas obsesiva y compulsivamente. Cualquier propuesta autorizada de relación de causa efecto la da por potencialmente válida. Ello hace que valide el temor al chocolate, el queso curado, la comida china o el viento sur. El cerebro se estresa cada vez que el insensato paciente migrañoso cede a la tentación de comer unos bombones o beberse un cubata. El estrés se apodera de los cicuitos defensivos. Se activan las alarmas y las defensas.
- ¡Ha comido chocolate. Ha bebido un cubata! Alerta roja. Estrés!
- Por un día... No creo que me duela...Mañana lo sabré
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El cerebro se ha estresado por el capricho del niño, por su temerosa conducta.
El YO se ha estresado con el programa defensivo migrañoso que se ha encendido innecesariamente por una nimiedad como comerse un bombón o echarse un trago.
El estrés puede ser bueno, razonable, necesario, protector, adaptativo... o malo, innecesario, irracional, perturbador, alienante.
La cuestión radica en una correcta evaluación de la relevancia de las cosas. Ese es el problema:
¿Evaluamos racionalmente el interior, el mundo invisible de piel-adentro?
¿Evalúan los profesionales racionalmente el estado de nuestro organismo, el impacto de nuestra conducta?
Hay buenos y malos estreses. La racionalidad marca la diferencia.
No hay que estresar a nuestro hipersensible cerebro con lo del estrés. Bastante tiene con lo del chocolate y los otros miles de desencadenantes...
12 comentarios:
Das en el clavo con las conclusiones a las que llego últimamente, eso de "no hay que estresar a nuestro hipersensible cerebro con lo del estrés" resume a la perfección mis reflexiones de ayer tarde. Es cierto que yo prefería tener "estrés" antes que una enfermedad peor, antes incluso que una "simple" hernia de disco, luego de sufrir y convivir con las supuestas consecuencias del estrés, hasta le di la razón a la psicóloga que me decía que podía ser incluso peor que un cancer...
Claro que mi problema (ahora lo sé) no era el estrés, aunque llegué a convencerme del todo con la psicoterapia de que era el "origen" de mis males, lo que no tenía tan claro era qué me había provocado en el organismo (he llegado a leer, y no en Internet, que el estrés desencadena esclerosis múltiple, artritis reumatoide, fibromialgia... por no hablar de los infartos, ictus y un largo etcétera). Con toda la información que me transmitían diversos profesionales, más todo lo que yo leía, más todo lo que la gente me contaba, terminé "estresada" de puro miedo al estrés, miedo a lo que me había hecho en el organismo (me preguntaba una y otra vez, por Dios ¿qué me está pasando?), miedo a mi insomnio de toda la vida (que yo antes no veía como a un león sino más bien como a una mosca cojonera), miedo a mi estresante trabajo (que a mí antes me gustaba), miedo a mi gusto sobre las vacaciones (circuitos "estresantes" en vez de ir a relajarme a una playa), miedo hasta a mi forma de ser. La consigna era -aprende a relajarte-, tarea más bien difícil en el peor momento de mi vida, sólo con la explicación del estrés (o la depresión) frente a todo el dolor, la rigidez, la angustia, el insomnio más latente que nunca y toda la incertidumbre que me rodeaba. Ni una sobredosis de ansiolíticos, ni toda la psicoterapia del mundo, ni el yoga, ni siquiera la marihuana (como me decían y no probé) me hubiera inducido a la relajación...
Ya ni recuerdo qué pensaba del estrés antes del inicio de mis males (creo que ni pensaba en él y, desde luego, no lo sentía como una amenaza en mi vida, no sé mi cerebro qué opinaba del tema...), y prefiero dejar a un lado lo que he llegado a pensar (y lo que ha llegado a pensar mi cerebro alarmista ayudado por toda la información que yo le facitaba) durante estos largos dieciséis meses, y sustituirlo por nuevas creencias, por lo que pienso ahora: el estrés no es nocivo en sí mismo pero ha de gestionarse de forma inteligente, no evitarse por todos los medios, sino tratar de compensarlo, porque hay mil formas de "compensar" las situaciones o los momentos estresantes, saliendo con amigos, teniendo aficiones, haciendo deporte, etc. El estrés también se puede apagar, como me dijo Arturo en una consulta: "¿Acaso dejas todas las luces encendidas de la casa cuando no lo necesitas?".
En resumidas cuentas, no hay una relación directa y claramente demostrada entre estrés y dolor crónico (sin daño), así que a mí me habían contado un cuento chino. ¿Y hay relación directa entre depresión y dolor? Es que me temo es otro cuento chino que me han contado...
Cristina: el problema del estrés disfuncional reside en que construye un estado de indefensión, una incapacidad para controlar el problema pues en muchos casos introduce cargas del pasado que no admiten la vuelta atrás, el volver a través del túnel del tiempo y la falta de perspectiva sobre una opción de cura.
La pregunta de si existe una relación directa entre depresión y dolor mi respuesta es que no existe dicha relación DIRECTA aunque evidentemente son dos estados que se entienden y apoyan a las mil maravillas. Lo que el cerebro y la cultura alarmista unen debe desatarlo el individuo una vez que se sitúe adecuadamente en el panorama.
La depresión corresponde a un programa defensivo que puede o no incluir el encendido del dolor. generalmente existe una facilitación, un descenso del umbral, unido a perfcepción de cansancio. En la enfermedad de Parkinson, por ejemplo, se produce una desmotivación y lentitud del movimiento y se facilita también el dolor. Todo lo que incita a la quietud facilita la promoción del dolor a poco que uno trate de llevar la contraria al programa. la depresión contiene así mismo la tendencia interpretativa catastrofista y crea por ello, todo tipo de cogniiones negativas sobre enfermedad, desgaste, etc. De este modo la cultura alarmista implica un elemento añadido que echa más leña al fuego. creo que deben deslindarse los programas de depresión y dolor y tratar de disolverlos por separado, aunque haya una tendencia fuerte a que discurran juntos.
A proposito de ese concepto tan borros acerca del estrés os recomiendo leais un libro muy divertido de Sapolsky que se titula "Por qué las cebras no tienen ulcera?
Paco: ya lo he leído y, efectivamente, es altamente recomendable. Muestra la incoherencia entre los programas seleccionados a lo largo de millones de años y las condiciones de nuestra sociedad moderna. Sapolsky siempre insiste en que lo importante del estrés es la evaluación que hacemos de la realidad.
No he leído el libro, pero muchas veces mi intuición me dice que la sociedad moderna es bastante incoherente.
Sobretodo cuando me obligan a levantarme temprano. XD
Saludos !
Jorge: la solución es creerte que te levantas temprano porque así lo has decidido tú, que la Sociedad no es la que te va a decir a qué hora te tienes que levantar. Nuestro poder para el autoengaño es infinito...
Me ha gustado mucho la casualidad de que citéis aquí las incoherencias de la vida moderna ahora que estoy con El Mono Desnudo, donde comenta la incoherencia de que, por ejemplo, las mujeres se "tapan" (nos tapamos) el pecho decentemente, para no exhibirlo, y -paradójicamente- tratamos de realzar sus formas (algunas, de almohadillarlo).
Ese autoengaño del que hablas, Arturo, me parece que es dificilísimo (respecto del despertador) aunque desde luego no imposible. Por lo poco que sé, en algunos lo que funciona bien es la motivación, y para esto uno ha de estar motivado en su trabajo o quehacer diario, entonces se levanta de un salto :)
Claro que la motivación pasa por otros muchos pasos (¿qué es la felicidad?) etc. etc. etc....
Ana: siendo un poco perverso podría sostener la tesis de que la motivación es una forma sutil de autoengaño. Es broma.
Realmente la motivación es la clave del equilibrio, lo que nos permite dar sentido al esfuerzo.
Es realmente otro tema interesantísimo que -como tantos otros- tendrá su origen en ese cerebro...
Aunque lo digas en broma, imagino que la frontera entre autoengaño y motivación debe ser brumosilla.
De hecho, me pregunto también dónde estará la frontera entre autoengaño y creencia. Últimamente le he dado algunas vueltas a eso, pues ¿no es la creencia después de todo lo que nos ayuda o bien a sufrir o bien a salir del sufrimiento? Hum...
Ana: en la frontera está lo interesante. Supongo que hacemos oscilar constantemente los significados a las palabras de frontera, en función de los contextos. Autoengaño, motivación y creencia tienen algo compartido. En cualquier caso la mala información es, simple y llanamente, mala información. Si además es alienante por su alarmismo tanto peor. Pienso que no debemos ser piadosos con ella...
Un compañero neurólogo me ha pasado amablemente un resumen de un artículo (Swearing as a response to pain, Neuroreport, 5 Agosto 2009) en el que se demuestra el efecto analgésico de echar tacos. El estrés, si se acompaña de una respuesta del tipo lucha-huída es, al parecer, analgésico. Parece que soltar tacos es una forma de defenderse.
El cerebro quita y pone dolor en función de los contextos y evaluaciones.
Puede que los gritos de dolor y los tacos compartan con los tacos la misma función analgésica, dentro de la respuesta de lucha-huida (analgesia por estrés)
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