El término homeostasis significa estabilidad. Los seres vivos precisan condiciones estables, necesarias para su supervivencia. El interior es un medio exigente que mantiene unas condiciones constantes de temperatura, concentración de sales, agua, presión arterial, volumen intravascular, oxígeno, glucosa...
Cualquier desviación de esas condiciones constantes dispara un mecanismo de regulación cuyo objetivo es recuperar la condición perdida.
Las percepciones somáticas se acoplan a algunas de las desviaciones de la posición estable obligando al individuo a una conducta de reposición. Sed para que busque agua, hambre para comida, frío para abrigo, hambre de aire para oxígeno...
Algunos autores consideran que el dolor forma parte de la homeostasis y tendría como objeto mantener la integridad de los tejidos. En general no se hacen precisiones sobre el término daño, convirtiendo así a la percepción dolorosa en un indicador inespecífico de que algo no va bien.
En mi opinión el dolor, desde el punto de vista biológico, debe ser referido estrictamente al daño necrótico, a los episodios de destrucción violenta de tejidos. Debiera indicar que un agente o estado ha consumado (o va producir si no se anula inmediatamente) una incidencia de necrosis.
La percepción de frío, hambre, sed, cansancio y dolor probablemente cumplían una función homeostática en condiciones de vida salvaje, en entornos precarios y competidos pero en nuestra civilización han perdido totalmente esa cualidad.
La percepción somática ha perdido la condición de referencia fiable del medio interno para convertirse en muchos casos en un indicador de expectativas, creencias, dependencia, adicción, miedos, incertidumbre...
El organismo ha situado el punto de confianza que garantiza el silencio somático, el "todo está en orden" fuera de la realidad. Ya no se conforma con lo que está sucediendo sino que hace cábalas sobre lo que pudiera suceder.
El cerebro probabilístico marea la perdiz del universo de lo posible y sitúa el punto de encendido de las alarmas no ya en el daño necrótico consumado y/o inminente sino allí donde la cultura alarmista lo proclama.
Si duele no es porque se haya perdido la homeostasis tisular sino la de la confianza.
La confianza es una constante deseada. Cuando se pierde se activan percepciones somáticas varias que incitan al individuo a una conducta de evitación de lo que ha generado desconfianza y/o del auxilio terapéutico (masajes, dietas, fármacos, relajaciones, ejercicio...) considerado como conveniente.
La confianza en la integridad funcional tisular es una variable homeostática. Si se pierde el cerebro presionará al individuo a la conducta que considere exigible para recuperarla.
- ¿Ha salido algo para la confianza?. ¿No hay medicamentos antidesconfianza? Me han dicho que va bien el yoga...
- La confianza vuelve si se libra usted de la desconfianza. Sus tejidos están razonablemente sanos y aptos para el servicio.
- No estoy de acuerdo. A mí me duele y eso no me parece normal. Algo tengo que tener...
- No confía en lo que le digo. Le repito: su problema es la desconfianza...
4 comentarios:
Pues eso...........el organismo hace perfectamente su trabajo, y trata de recuperar la homeostasis del INDIVIDUO ¿no?.
Jesús: así es, para suerte o desgracia. El problema es si criamos o no bien al individuo (y, sin darnos cuenta, al organismo).
Saludos
Cuando somos niños, somos capaces de jugar aun estando resfriados o incluso con algunas décimas de fiebre. Pero siempre hay algun adulto temeroso "desconfiado", que se empeña en poner remedio alarmista a una enfermedad que no existia. Dejamos de jugar, pero tenemos los cariñicos de nuestra madre. La confianza se va poniendo lejos de nuestro alcance, en el exterior....no te fies de tu cuerpo.
Manuel Fajardo: nuestro período de crianza es muy prolongado. Somo la especie más frágil y vulnerable y la evolución ha seleccionado un poderoso instinto de petición de auxilio del cuidador. Ese instinto es necesario para sobrevivir y el cuidador debe estar ahí para darnos una sensación de seguridad y disponer de control emocional pero la cultura ha modelado el instinto y lo ha convertido en un multiservicio externo que ofrece de todo para encontrarse bien.
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