
Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología. | We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology. |
domingo, 31 de enero de 2010
El dolor y la homeostasis

sábado, 30 de enero de 2010
Algo es algo

Theodosius Dobzhansky
viernes, 29 de enero de 2010
Programas
Para los temas que nos ocupan en este blog es útil considerar a la red neuronal como un complejo sistema informático biológico conectado a una red que emite información de fiabilidad incierta.
La red neuronal contiene programas. Responde a los estímulos, lugares y momentos con percepciones, acciones y emociones previamente configuradas.
La percepción de hambre, calor, frío, cansancio, desánimo, dolor, angustia, pánico, aburrimiento, alegría... está programada, configurada ya antes de contactar con el entorno.
Cada percepción tiene una amplia gama de matices que se van perfilando a golpe de procesamiento de información y experiencia. Los expertos llevan descritos ya más de un centenar de tipos de dolor de cabeza, en función de su localización, cualidad, intensidad, modo de aparición, persistencia, frecuencia y supuesto desencadenante.
Podría haber también expertos clasificadores de tipos de calor, aburrimiento, picor, hambre o cualquier otra percepción pero no les ha dado por ahí...
Los programas se han ido configurando genéticamente a golpe de evolución. Han sido seleccionados por la sencilla razón de que han demostrado su utilidad para sobrevivir.
Cada programa perceptivo consigue o, al menos, pretende, una conducta del individuo con un propósito, aversivo o apetitivo. Conseguir comida sin ser comido.
El programa dolor tiene la virtud de obligarnos a atender una zona potencialmente dañada y a protegerla evitando su utilización.
Cuando la amenaza es externa el dolor se acopla a un programa motor de evitación, de apartar la mano del pincho y de la cazuela demasiado caliente.
Si el peligro es interno el programa dolor promueve la inmovilidad, la suspensión de los propósitos del individuo a favor de los intereses de la seguridad de los tejidos.
Lo fundamental de los programas es el encendido. El cuándo, cuánto y dónde de su puesta en acción.
Hay dos tipos de dolor de cabeza y de cualquier otra zona:
1- El dolor con encendido justificado.
2- El dolor no justificado
El dolor justificado se ha disparado porque la red ha detectado un estado-agente con capacidad destructiva.
El dolor no justificado se pone en marcha por previsión de peligro, por miedo somático a que en un lugar, momento, acción (o, simplemente, propósito) se destruya tejido.
El dolor, justificado o no, se edita en las mismas zonas cerebrales, al igual que un dispositivo de seguridad que ha saltado, justificada o injustificadamente, lo hace activando el mismo programa de alerta.
El profesional debe establecer en cada caso si el programa dolor está debidamente justificado por un episodio de necrosis (destrucción violenta de tejidos) o, en su ausencia, obedece a una evaluación alarmista cerebral que atribuye absurdamente a todo tipo de contingencias internas y externas una peligrosidad que no tienen.
- Me duele
- No tiene nada. Es todo normal.
- ¿Entonces...?
Aquí el profesional y el paciente debieran sacar la conclusión correcta:
- Si no hay nada, es que el cerebro gestiona de forma alarmista, supersticiosa, la seguridad del organismo.
- Vale. Me quedo tranquilo. Ya me ocuparé de que mi cerebro recupere la confianza.
Habitualmente la conclusión que derivan del "me duele-es todo normal" es:
- Serán los nervios, el estrés, anda el tiempo revuelto o una de las múltiples opciones que la cultura ofrece como "causas" del dolor...
o...
- Tiene desgaste, contracturas, "hernias de disco", tensión alta, osteoporosis o cualquier otra etiqueta "diagnóstica" de las muchas que la cultura de los sanadores ofrece para gustos de consumidores y proveedores...
Hay una tercera y peligrosa opción: la de las enfermedades misteriosas, emergentes, derivadas, según se propone, del tumulto de la vida moderna con su ajetreo, contaminación, escaso ejercicio y comida basura que perturba de forma global el organismo ( psiconeuroinmunoendocrinosocioambientobromoergonomiofascioartroosteopatías).
Las enfermedades emergentes se dotan como primera instancia de una etiqueta diagnóstica y se lanzan al ruedo de la lucha por el label de enfermedad biológica. De otro modo se les cuelga el San Benito del origen psicológico.
Existe un voluminoso apartado de síndromes, con y sin etiqueta, que son debidos a encendido injustificado de programas defensivos.
No debiera resultar tan complicado hacérselo saber a profesionales y ciudadanos que la red informática neuronal comete errores de evaluación de peligro y que pueden y deben ser detectados y corregidos.
Nada hace pensar que vayan a ir por ahí los tiros. No interesa a casi nadie. Es más productivo para todos mantener el status actual.
Los pacientes, acuciados por el sufrimiento y adoctrinados por la cultura siguen confiando en que se demuestre que están enfermos "realmente" y que se descubra la terapia que les devuelva la salud perdida. Mientras, los expertos de lo emergente sostienen que "no hay curación".
- Está usted sano. Enhorabuena. Espero que su cerebro lo crea y le deje llevar una vida normal... ¡Suerte!


jueves, 28 de enero de 2010
Nacidos para copiar

miércoles, 27 de enero de 2010
Naufragos
.jpg)
Los neurocientíficos (físicos, matemáticos. biólogos, químicos, lógicos, lingüistas, filósofos, psicólogos... y algunos psiquiatras y neurólogos atípicos) no dejan de aportar datos sobre la vida de las neuronas.
Las Neurociencias debieran haber cambiado el modo de operar de los médicos en algunos terrenos.
La Neurobiología del dolor debiera estar de moda, en boca de profesionales y ciudadanos pero los pacientes siguen pensando que...
- Todo esto es muy interesante pero muy complejo y no creo que me vaya a solucionar nada.
Seguimos atados angustiados al madero de las terapias, de fármacos, agujas, meditaciones, dietas y conjuros.
Necesitamos soltar las manos de las supuestas soluciones y tratar de aprender a flotar en el agua.
Me he despertado con esta reflexión para escribir la entrada y me encuentro con un testimonio desgarrado de una paciente migrañosa, María, que, justamente describe la situación de niña asustada que no consigue soltarse de los calmantes porque tiene a su lado un carcelero atento que le atiza con el dolor si intenta hacerlo.
María vive enganchada por dictado de la migraña a los fármacos, a los triptanes.
Su cerebro exige con el dolor que se consuman esas moléculas, cuya única aportación es introducir algún confuso y modestísimo cambio en la complicada química de la ejecución de la orden cerebral de mantener la alerta roja en la cabeza.
El cerebro de María no es capaz de conceder un momento de sosiego si no dispone de la garantía de que se ha tomado "la pastilla".
No es un problema químico. Es un temor cerebral absurdo que niega el derecho a la vida.
¿Cómo se llega a esta situación?
No son los genes de la migraña. No existen.
No son los desencadenantes, los cambios hormonales, las perturbaciones meteorológicas, los estreses de la vida moderna ni la contaminación.
La migraña es la consecuencia de un adoctrinamiento. Es un producto cultural. Un encadenante.
La cultura no es sólo una herramienta intelectual que nos capacita para poder leer libros, ver monumentos y escuchar conferencias. La cultura envuelve al recién nacido e interviene poderosamente en la configuración de sus programas motores, emocionales y perceptivos. La cultura guía el proceso de catalogación de lo que es peligroso e inconveniente.
La cultura convierte la cabeza, el lugar más protegido del organismo, en un enclave sensible, vulnerable, al que le pueden afectar, según sus proclamas, todo tipo de variaciones irrelevantes (respecto a la integridad física).
La cultura sobre dolor de cabeza está rebosante de insensateces biológicas, de supersticiones y falsedades, proclamadas por una variopinta corte de sanadores que no tienen ningún recato en sostener teorías y prácticas desprovistas del más mínimo fuste teórico.
El cerebro humano está socializado. Actúa a golpe de enculturación. El sistema de defensa neuronal está socializado. Nos defiende de los enemigos que contempla su adoctrinamiento.
El cerebro está protegido contra la necrosis (el único suceso que justifica el encendido del dolor) por el cuero cabelludo, el cráneo, las meninges y la barrera hematoencefálica. Vive en un recinto sólido, con todo tipo de previsiones evolutivas que garantizan su integridad.
Falta la barrera cognitiva, la que debiera protegernos de las falacias.
- Se han producido avances espectaculares en el conocimiento de la migraña, que facilitarán nuevos fármacos en el futuro.
En 1992 se anunció a bombo y platillo en los titulares de los informativos el fin de la migraña. Habían aparecido los triptanes, familia de activadores de un determinado tipo de receptores de serotonina, que según sostenían sus promotores, marcaban una nueva era, un antes y un después.
La migraña sigue ahí, probablemente con más presencia y saña que en 1992.
- En la lucha contra la migraña necesitamos promover la información. No se hacen las cosas bien. Si los ciudadanos conocieran y aplicaran nuestra doctrina todo estaría razonablemente controlado...
Los neurólogos que proclaman esta recomendación tienen una incidencia de migraña casi diez veces superior a la de los ciudadanos que deben atender.
¿Más información... de lo mismo?
Me temo que, como es bien sabido, todo puede empeorar aún más.
La migraña no aflojará hasta que haya un proceso profundo de saneamiento sobre lo que se dice, se cree y se teme sobre ella.
Mientras no llegue esa renovación habrá muchos pacientes como María, agarradas a los triptanes o a lo que sea porque no ven la manera de encontrar el alivio.
- La migraña crónica es debida al abuso de analgésicos...
Es lo que sostienen los neurólogos en sus congresos...
martes, 26 de enero de 2010
El conmutador del peligro necrótico. Neuronas ON, neuronas OFF

Existe en los sótanos cerebrales un grupo de neuronas que se encargan de facilitar la generación y tráfico de señales de peligro (nociceptivas), las "neuronas ON", y otro que genera el estado opuesto: impide que las señales de peligro lleguen a los centros cerebrales responsables de la percepción de sufrimiento, las "neuronas OFF".
Especialmente cuando sentimos dolor, nos gustaría tener un mando a distancia para apretar el OFF. Un chorretón de opiáceos se encargaría, al momento, de eliminar el flujo de señal nociceptiva hacia los centros del sufrimiento. Sólo habría información. Las señales de peligro podrían ser analizadas fríamente en el cerebro, desprovistas de relevancia emocional.
En las unidades de dolor insertan dispositivos de bombeo de morfina para ser activados a demanda por el paciente cuando el dolor aprieta. Es el equivalente a las neuronas OFF.
El cerebro activa el ON cuando quiere disponer de información nociceptiva amplificada, sensible, en estados en los que se ha consumado el daño necrótico o se teme (con más o menos fundamento, que pueda producirse). La posición ON hace que estímulos habitualmente inocuos generen señal de peligro que fluye sin filtros hacia las áreas cerebrales del dolor.
Cuando dormimos, luchamos, huimos, defecamos, masticamos... se activa el OFF para proteger la acción.
No es que el sueño quite el dolor. Sucede que el cerebro amortigua el sufrimiento para proteger el estado del sueño, necesario para procesar la información debidamente. Cuando lo considere oportuno el cerebro quitará el OFF y repondrá el ON.
- A veces el dolor me despierta. Yo estoy dormido... no estoy pensando que me va a doler...
Si uno duerme es porque el cerebro le ha desconectado. Si quiere tenerlo despierto vuelve a conectarlo al mundo con los recados que considere oportunos:
- ¡Despierta! La cabeza está en peligro...
- Me duele la cabeza
- ¡Me lo temía!
La valoración de amenaza a las cuatro de la madrugada hace que el cerebro quite el OFF y reponga el ON.
El dolor no nace de esas neuronas ON sino del cerebro. El encendido ON sensibiliza las señales de peligro. Alimenta la sospecha de alarma. Disminuye el umbral del dolor. Anula filtros y amplifica.
- Si muevo la cabeza algo se mueve dentro como si... Es horrible. Todo duele: los ruidos, las luces, los olores...
Las neuronas ON y OFF no se encienden y apagan solas. Están sometidas al ámbito de las decisiones cerebrales o al de los sucesos, en tiempo real.
El cerebro evalúa calmas y tempestades, predice y/o constata el peligro y en función de ello aviva el sentido del daño o lo adormece.
En el dolor crónico el encendido está automatizado, acoplado a momentos, lugares, acciones... No sucede nada pero el cerebro actúa como si el organismo fuera vulnerable, frágil... y las acciones y propósitos del individuo inasumibles por su peligrosidad.
- Necesitamos un mando a distancia para regular a demanda el dolor.
- Ya lo tiene: su voluntad, la decisión de tomar calmantes, meterse al cuarto oscuro... Usted intenta calmar el dolor. En realidad tiene que conseguir calmar a su cerebro. Eliminar su temor irracional al daño necrótico. Tiene que hablarle... No utilice el engaño de los bálsamos milagrosos. Si no cuela, su cerebro ya no le hará caso. Los calmantes no le calmarán y su cerebro le exigirá con un apretón de dolor que vaya a urgencias a que le pongan algo "en la vena".
- Eso es muy difícil. No sé cómo hacerlo...
- No busque remedios complicados. Es sencillo. Hay miedo en el organismo. Probablemente el miedo es injustificado y debe restablecerse la calma. Con argumentos, con palabras... no con engaños "calmantes"...
El conmutador del dolor en ausencia de daño está en la corteza prefrontal, el lugar donde se toman decisiones apoyadas en la información sobre peligros, el lugar donde reside el impacto de la enculturación. El trabajo debe hacerse allí, eliminando falacias, augurios, presagios, supersticiones y sustituyéndolas por información sobre la biología del sentido del daño necrótico y del sentido del peligro de que tal cosa suceda.
- Si no lo veo no lo creo
- A veces es así pero en este caso es: Si no lo creo no lo veo... Al menos así lo creo y veo yo.


lunes, 25 de enero de 2010
Atención

domingo, 24 de enero de 2010
La química de las palabras
En los estudios sobre placebo-nocebo se indica a los voluntarios que se les ha aplicado una crema que va a disminuir o aumentar el dolor producido por estímulos dolorosos (lasser, p.ej).
La palabra "disminuir", acoplada a la crema inerte, alivia el dolor a un porcentaje de ellos mientras que la palabra "aumentar" intensifica la sensación dolorosa.
¿Qué tiene de mágico la palabra "disminuir" para inducir una serie de cambios químicos en el complicado circuito del dolor? ¿Cómo consigue poner en danza endorfinas, serotoninas, noradrenalinas, glutamatos, sustancia P y un largo etcétera...?
¿Qué energía negativa contiene la palabra "aumentar" para hacer que la crema inerte se transforme en un activador químico de los neurotransmisores de la percepción de dolor, justo en sentido opuesto al de la palabra "disminuir"?
Basta aplicar el antagonista de las "endorfinas" (opiáceos endógenos), la naloxona, para que (en gran parte) la palabra "disminuir" pierda su eficacia.
Si a los analgésicos les quitamos las palabras, si los administramos de forma oculta, sin notificar que lo estamos haciendo, apenas hacen nada.
Las palabras modulan la química neuronal, la encienden, aceleran, estabilizan, desestabilizan, frenan y/apagan.
- No me convence. Total no hace mas que hablar. Perdí la mañana. Necesito una solución, que me manden algo para el dolor.
Homo sapiens (ma non troppo) vive entre palabras. El ronroneo verbal no tiene respiro. La química del dolor (en ausencia de daño) es la química de las palabras, de las expectativas y creencias.
- El dolor aparece porque el cerebro cree que existe peligro. En su caso creo que está equivocado.
- Y ¿cómo podemos eliminar el error?
- Con palabras, con argumentos, con información...
- ¿Así, sin más... sólo hablando?
Hay un diálogo continuo entre el cerebro y el individuo. A veces es tan rutinario que ni siquiera nos damos cuenta. En cada episodio de dolor el cerebro habla con el individuo.
Como sucede con las conversaciones "reales" puede haber acuerdo o desacuerdo entre los interlocutores.
- Usted está de acuerdo con su cerebro alarmista y le refuerza los temores. Obedece sus consejos. Apaga el ordenador, se mete a la habitación a oscuras y se toma el "calmante".
La dinámica de la conversación es la de los bulos: "dicen que..." "¡ya lo he oído!... por lo visto..." "¡no me digas...!"
El individuo debiera desbaratar la inquietud cerebral de que algo terrible (necrosis) va a suceder en la cabeza.
- Anda cerebro... apaga la alarma. Porque haya salido viento Sur no va a infectarse, quemarse, desgarrarse ni corroerse nada... No hagas caso de las habladurías...
- Preferiría que no salieras de casa y te quedaras en la cama, con el calmante... me han dicho que el viento Sur...
- Hazme caso. Estáte tranquilo. Vuelve a ponerme la química del "no hay peligro". Suelta la endorfina y la dopamina, que necesito preparar el examen...
Las habladurías son peligrosas por su poder de trastocar la química cerebral del sentido común.
- ¿No hay nada para el sentido común? Con los adelantos de hoy en día ¿cómo es que no han sacado nada para que el cerebro acierte en sus decisiones?
- La solución siempre ha estado ahí delante de nuestras narices, o mejor dicho, de nuestros ojos y oídos. El problema es que nos ponemos vendas y tapones...
La solución y la condenación es cosa de palabras, de imágenes...
- Vale... pues dígame algo que me baje la colecistoquinina y me suba la endorfina...
sábado, 23 de enero de 2010
Empatía
Vi en la consulta recientemente a un paciente con dolores de cabeza. Hablando sobre los mecanismos cerebrales del dolor me confesó que tendía a reproducir fácilmente los síntomas observados o referidos por otras personas.
- Hace unos días ví un programa en TV sobre prótesis de rodilla con imágenes de la intervención. Mientras observaba la agresión física de la colocación de la prótesis sentía dolor.
- ¿En qué lugar?
- En la rodilla claro. No era muy intenso pero era claramente dolor.
Hay estudios que demuestran en voluntarios la generación de dolor por observación de escenas de necrosis tisular. Los estudios se realizan con RNMf lo cual permite objetivar y cuantificar la actividad sináptica de las zonas cerebrales responsables de la generación de dolor y validar así que el relato de los sujetos del experimento es verídico.
El cerebro humano es empático para bien y para mal. Copiamos e imitamos. El resultado del proceso de copia es impredecible. Extraemos información de la observación, que luego será procesada y dará lugar a decisiones variables.
El copiado se refiere tanto a efectos negativos como positivos. Nocebo y placebo.
La socialización de los síndromes, la existencia de asociaciones de pacientes en las que se produce un trasiego incesante de relatos sobre los síntomas, su origen y posibles remedios influye poderosamente en la evolución de los síndromes si estos corresponden al grupo de "síntomas en ausencia de enfermedad".
El efecto varia en cada caso y puede ser positivo o negativo. Me limito a señalar la trascendencia del agrupamiento de los pacientes en colectivos en los que se produce una referencia continuada a los síntomas.
La epidemiología de las creencias tiene similitudes con la epidemiología infecciosa. Hay contagio, inmunidad, predisposición, resistencia, cronificación...
Las ideas y creencias sobre enfermedad (no asociada a daño) pueden ser el agente patógeno que genera la enfermedad si encuentra un huésped (sistema de creencias cerebral) adecuado.
No estaría de más que, en el marco de la analogía con las enfermedades infecciosas, existiera una sensibilización hacia el riesgo que contienen las propias ideas sobre enfermedad que diera lugar a medidas preventivas.
La función de copia-empatía-socialización es clave para la supervivencia humana pero constituye también nuestro talón de Aquiles pues puede convertirse en generadora de todo tipo de síndromes en ausencia de enfermedad.
El problema no reside en la empatía hacia el sufrimiento ajeno sino en el proceso de copia de las convicciones sobre origen de los síntomas, propios y ajenos.
Puede que, en ocasiones, no estemos copiando al compañero adecuado. Puede que esté haciendo mal el examen...


viernes, 22 de enero de 2010
Plasticidad
Las conexiones interneuronales tienen un grado de fijeza variable. Hay ligaduras fijas, inamovibles, mientras que otras pueden ser eliminadas o establecidas según el curso de los acontecimientos y, sobre todo, la forma en que son evaluados.
La propiedad de las conexiones de nacer, fortalecerse, debilitarse y/o morir se conoce como plasticidad.
El cerebro es plástico. Hasta que fallecemos sigue buscando la conectividad más rentable para la supervivencia física y social, según su sistema de creencias y valores.
Las creencias sobre integridad tisular (pasada, presente y futura), sobre los riesgos que las acciones del individuo crearon, crean o pudieran crear, guían el proceso de reafirmar redes de conexiones o deshacerlas para ser reemplazadas por otras de signo contrario.
La cronificación del dolor indica que hay establecida una conectividad que mantiene, contra todo viento y marea de lógica, un programa defensivo de alerta continuada que tiene al individuo en un ay! y le impide desarrollar una actividad normal.
Los tejidos de las zonas doloridas están aptos para el servicio. La acción solicitada generalmente no supone ninguna amenaza para su integridad. La inactividad, sin embargo, implica un fortalecimiento de la conectividad que mantiene la proyección injustificada del dolor sobre la atormentada consciencia del individuo.
El encendido hipocondríaco cerebral del programa dolor-cansancio-desánimo sólo genera mortificación, degradación celular por desuso e, incluso, empobrecimiento de las ramificaciones neuronales. El bosque neuronal de determinadas zonas cerebrales acaba ofreciendo un aspecto raquítico con árboles (neuronas) de escasas ramas y hojas. Los árboles están vivos pero algo falta en el terreno del que se nutren o no disponen de la necesaria iluminación.
El bosque neuronal retomaría un aspecto normal si desapareciera el miedo a la necrosis, la convicción de que la acción del individuo no implica amenaza ni fracaso.
A la conectividad neuronal no le falta materia prima. No hay desabastecimiento de serotoninas, dopamina, noradrenalina ni endorfinas. Tampoco hay virus ni tóxicos que hayan generado daño. Nada impide la puesta en marcha de una conectividad normalizada que no sólo permita sino que incluso promueva la acción.
Falta convicción, garantías, confianza.
La conectividad cerebral está agarrotada por virus informativos, culturales.
No disponemos de sistemas de antivirus en el mercado. Sólo tenemos información, datos... El cerebro los utilizará en la medida que:
1- considere que sus creencias actuales son falsas (virus)
2- la nueva información sea válida
Si el cerebro detecta virus y dispone de nueva información validada por su red evaluativa se dedicará a desactivar conexiones defensivas y reabrir las que incitan al individuo a moverse sin temor. Aplicará los antivirus correspondientes reabriendo el flujo de señal por la red de programas perceptivos, emocionales y motores que soportan la cotidianeidad de un individuo gestionado por un cerebro con sentido común.
No sabemos cómo hacer para que el proceso tenga éxito. Sólo podemos presentarlo, conseguir que se entienda, crea y aplique. El individuo no manda, no puede retocar sus conexiones, pero, a través de la escucha, lectura, reflexión, imaginación, decisión... puede ir arañando votos en el parlamento neuronal, inclinando finalmente la balanza hacia opciones cerebrales más permisivas.
Puede que, en muchas ocasiones, estemos dando el voto a las opciones que prometen mucho pero que en el fondo no hacen sino mantener un estado represivo.

