Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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jueves, 23 de julio de 2009

Emoción somática




Emoción es sinónimo de relevancia, de estado-suceso que significa algo importante, apetitivo-positivo o aversivo-negativo. Los estados emocionales se expresan hacia el individuo como un sentimiento agradable o desagradable al que se acopla una serie de respuestas viscerales (respiración, latidos cardíacos más fuertes y acelerados, sudoración etc... ) y una incitación a una conducta motora de huída, acercamiento o bloqueo.


Ira, alegría, miedo, pánico, tristeza, sorpresa... son emociones básicas que no necesitan ser descritas pues todos las hemos sentido a lo largo de la vida.


Dolor, hambre, frío, sed, mareo, picor, nausea...son sensaciones desagradables acompañadas de respuestas viscerales que habitualmente asociamos a estados-sucesos físicos inconvenientes y que nos incitan a una conducta cuyo objetivo es la desaparición del malestar.


Para el individuo lo emocional se limita a las emociones básicas clásicas mientras que al dolor, mareo, hambre y demás los consideramos como síntomas, como señales de estados o conductas inconvenientes pero no como emociones.


En mi opinión los síntomas son estados emocionales, situaciones relevantes que solicitan una conducta del individuo. La única diferencia respecto a las emociones clásicas es que en los síntomas se trata de algo relevante interno. La emoción emerge desde el organismo y va dirigida a implicar al individuo, a contagiarle emocionalmente.


William James afirmaba que "no lloramos porque estamos tristes sino que estamos tristes porque lloramos" queriendo resaltar el papel del organismo en la generación de las emociones, desplazando al individuo, a la conciencia, a un papel receptor. Desde nuestra perspectiva como individuos parece que la afirmación de James es, al menos, discutible pero si hablamos de los "síntomas" como estados emocionales referidos al y desde el interior, tiene sentido la precisión del psicólogo americano: "no nos duele porque estamos preocupados sino que estamos preocupados porque nos duele".


El organismo hace sus propias valoraciones y construye miedos, tristezas, alegrías, inquietudes... como consecuencia del procesamiento de momentos, lugares y estados. Su tendencia anticipadora, predictiva, puede generar incertidumbre sobre sucesos relevantes (para
su criterio) y dar lugar a estados emocionales internos que encienden los programas correspondientes, que contienen el recado perceptivo hacia el individuo en forma de lo que llamamos síntomas.


- Me duele la cabeza. Todos los fines de semana me sucede lo mismo. Debe ser que trabajo demasiado y se me acumula el estrés.


-¿Le gusta su trabajo?


- Pues sí. Estoy contento.


- Lo lógico es que los fines de semana estuviera contento, satisfecho, por haber cumplido con sus objetivos laborales... No entiendo por qué ni para qué surge el dolor...


- Si usted no lo entiende Doctor...


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Desde la perspectiva del organismo la cosa cambia:


- Me duele la cabeza. Todos los fines de semana me sucede lo mismo. Debe ser que trabajo demasiado y se me acumula el estrés.


- Su dedicación laboral preocupa a su cerebro que desaprueba su entusiasmo. El dolor indica que el hecho de que usted trabaje le hace sentir miedo a que pueda suceder algo en la cabeza. Ese miedo cerebral respecto a su conducta activa automáticamente el programa dolor. Indica un estado emocional cerebral de preocupación por la integridad física de su cabeza.


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Es poco probable que se encuentre con una explicación así en la consulta de un neurólogo. El componente emocional se lo atribuirán a usted. El neurólogo y sus allegados le sugerirán que trabaja demasiado y le convertirán su vivencia emocional de satisfacción por la implicación entusiasta con el trabajo en algo no recomendable, en una transgresión, en una conducta que repercute negativamente sobre su cabeza.


- Tranquilice a su cerebro. Dígale que es absurdo que esté preocupado por lo que pueda pasar en su cabeza, que trabajar a gusto y a fondo en el trabajo es neurosaludable, que no haga caso de lo que cuentan del estrés y el trabajo...


Hay que cuidar y gestionar las emociones pero no hay que descuidar los estados emocionales somáticos, los que surgen de la significación y relevancia que el cerebro da a lo que la cultura le indica sobre lo adecuado o inadecuado de nuestra conducta. La psicoterapia puede y debe dirigirse hacia el individuo cuando éste lo requiere pero también debe ir dirigida hacia el organismo. Muchas veces es el único que necesita cuidados psicológicos, modificar sus convicciones y su conducta.

miércoles, 22 de julio de 2009

Emoción inteligente



Dentro de la feroz competición de la batalla de las modas conceptuales ha hecho fortuna la sugestiva etiqueta de la "inteligencia emocional". Antes suponíamos que las emociones y los instintos eran fuerzas malvadas, demoníacas, que nos incitaban a las conductas desviadas y que sólo la "fuerza de voluntad", la racionalidad, la inteligencia, la "humanidad", podría evitar el imperio de los apetitos desordenados propios de los animales.


La batalla contra los apetitos conseguía el objetivo de no comernos un rosco a costa de no pocas zozobras mentales. Ya con perspectiva histórica, tenemos la convicción de que la lucha contra lo emocional fue poco inteligente y no sorprende que la propuesta de recolocar a las emociones en el sillón del gobierno de la inteligencia haya tenido una excelente acogida. Lo emocional vende.


La fuerza de la propuesta de lo emocional invade todos los terrenos. No es una excepción el de la salud. Una buena gestión de nuestro cuerpo exige un cierto abandono a las pulsiones emocionales y todo disturbio físico puede provenir de problemas emocionales no resueltos, no expresados, contenidos verbal y conductualmente.


Emoción es un término complicado. Si tuviera que utilizar un sólo sinónimo escogería el de relevancia. Algo nos emociona cuando posee relevancia, y algo es relevante cuando significa mucho...


Las percepciones físicas negativas son relevantes. Significan mucho. La sed, el hambre, el picor, el mareo, el dolor, el cansancio, el frío, el calor... son la expresión de un estado emocional somático que atribuye relevancia en esos momentos al agua, a la comida, a los parásitos, a las caídas, a la necrosis, a la reposición de energía, a la temperatura...


El problema es si esa emoción somática está justificada. Es evidente que un organismo de 150 kilos obsesionado (emocionado) por la apropiacion de los alimentos a mano para llevarlos a la boca no está actuando de forma inteligente. Se deja llevar del miedo somático a la falta de comida. Puede la pulsión emocional de las hambrunas teóricamente posibles y prácticamente imposibles (en nuestra civilización del "todo a cien... metros").


El dolor en ausencia de necrosis tisular, expresa el miedo somático a la destrucción teóricamente posible de tejidos, altamente improbable (si descontamos los accidentes de tráfico) en nuestra avanzada sociedad garantista.


Homo sapiens (ma non troppo) viene al mundo con el equipaje completo de lo emocional, preparado para sobrevivir en la sabana, con la tutela de los buenos consejos de los adultos de la manada. Lo emocional seguirá siempre ahí, en las capas profundas de la cebolla cerebral, independientemente de las civilizaciones que se ocupen de escolarizarle.


Los tutores iniciarán desde el primer momento una campaña sin retorno hacia la sensibilización de los apetitos y las aversiones. Todo debe ser consumido y evitado... a poder ser sin esfuerzo ni incertidumbre. El que no se encuentre bien no será por no haber hecho bien los deberes sino porque está sufriendo las consecuencias de la incompetencia ajena. Basta con que se acerque a la oficina más próxima de reclamaciones para que se le provea al instante de razón para demandar lo que eche en falta.


El organismo se ha crecido desmesuradamente en sus ancestrales emociones al calor de las proclamas culturales de "pida usted lo que quiera que tenemos derecho a tener de todo". Cualquier inconveniencia dispara la emoción y enciende uno de los muchos programas emocionales somáticos que impulsan al individuo hacia la obtención de la conducta solicitada: bocadillos, botellitas de agua, calmantes, hipnóticos, antidepresivos, fajas, collarines cervicales... Los bolsillos ya no dan para tanto complemento y necesitamos mochilas. Acabaremos llevando una maleta con ruedas para ir de viaje al bar de la esquina.


La capa última de la cebolla cerebral, la corteza prefrontal, está emocionada dando relevancia a todo tipo de nimiedades, activando compulsivamente los botones de la reclamación emocional somática, de los miedos irracionales a las diestas inadecuadas, los excesos, los defectos, los estreses, los viajes y los desgastes.


¿Inteligencia emocional? Vale, pero no nos vendría mal algo de Emoción inteligente

martes, 21 de julio de 2009

Dolor y daño necrótico




Ya he comentado en alguna entrada la diferencia entre dolor (percepción) y daño (pérdida de integridad física y/o funcional). Hay una tendencia bastante extendida a establecer correlaciones entre dolor y cualquier agente o estado que pueda causar daño del tipo que sea, físico o psicológico. Aquello que consideramos como inconveniente o perjudicial, en sentido amplio e indefinido, puede perfectamente explicar la aparición de dolor.

Desde el punto de vista evolutivo la percepción de dolor aparece asociada a la detección de destrucción violenta de tejidos, a la necrosis.

En los animales pluricelulares aparece en primer lugar el Sistema Inmune como estirpe celular capacitada para detectar el daño celular violento consumado (necrosis) y los gérmenes responsables (necrosis inminente) y organizar una respuesta defensiva que permita minimizar los episodios de daño e iniciar y proteger la reparación del tejido dañado. Esta respuesta no es otra que la benefactora y extrañamente odiada y combatida inflamación.

Más adelante aparecen las neuronas, células capacitadas también, como las del Sistema Inmune, para detectar estados de destrucción violenta (necrótica) de tejidos y agentes físico-químicos (temperaturas, energía mecánica, falta de oxígeno, acidez...) incompatibles con la vida. Las neuronas no pueden detectar gérmenes y las células vigilantes del Sistema Inmune no pueden detectar temperaturas, agentes mecánicos (estirones, compresiones) ni condiciones químicas (falta de oxígeno, acidez) necrotizantes. Sus capacidades de detección se complementan.

La visión aparece acoplada a la existencia de receptores de radiación electromagnética (luz) y el dolor a la de receptores de muerte violenta consumada o inminente. Sólo la luz explica y justifica la visión.

Los alimentos, la radiación electromagnética de los aparatos electrodomésticos o antenas de móviles, el estrés, los desánimos, la meteorología, el esfuerzo mental, el sueño desordenado, la osteoporosis, artrosis, las curvaduras anómalas de columna, las rectificaciones... puede que sean más o menos saludables y que acumulen pequeños e inapreciables desgastes diarios, al igual que sucede con una cuenta corriente con el gasto cotidiano. El dolor no aparece para indicar esta inconveniencia del día a día sino para señalar episodios violentos en los que mueren por temperaturas extremas, desgarros, compresiones, acidez, infección o falta de oxígeno.

Cualquier encendido del programa dolor que aparezca fuera de un episodio de necrosis consumada o inminente es un encendido innecesario, excesivo y nocivo para la integridad física de la zona dolorida. Sucede lo mismo que con la inflamación y el Sistema Inmune: cualquier encendido inflamatorio producido fuera del contexto de la necrosis consumada o inminente (gérmenes) es innecesario, excesivo y dañino: unas narices sometidas a la carga absurda de la inflamación porque hay en el ambiente doméstico ácaros, moléculas del gato o polen de gramíneas sufren daños que deben ser reparados constantemente.

Recientemente se ha descrito en Nature la capacidad olfatoria de detectar daño necrótico y presencia de gérmenes y parásitos. Ratones y gusanos pueden oler la necrosis consumada ajena y la presencia de parásitos en la pareja o bacterias peligrosas en la tierra respectivamente y rechazar el pretendiente o el bocado.

Podemos imaginar escenas visuales con los ojos cerrados, alucinar con los sueños estando dormidos o no del todo despiertos o bajo la influencia de tóxicos alucinógenos. No es necesaria la luz para que el cerebro construya escenas visuales.

También podemos imaginar dolor o padecerlo en sueños o al despertar o sentirlo bajo el efecto de todo aquello que el cerebro considera como una amenaza, como algo potencialmente necrotizante. Tanto la inflamación alérgica como el dolor sin daño necrótico se pueden producir en ausencia de una activación de nociceptores (receptores de necrosis consumada o inminente). Se trataría por tanto de procesos alucinatorios en los que el organismo "ve", "olfatea", necrosis inminente.

Es comúnmente aceptado entre los neurofisiólogos que la percepción es un fenómeno alucinatorio controlado por los sentidos.

El dolor no justificado es un fenómeno alucinatorio no controlable por los sentidos. No hay manera de calmar el desasosiego cerebral por una supuesta necrosis al acecho. No hay manera de conseguirlo si, a través de la cultura, seguimos tratando de reforzar la quijotesca convicción de que los molinos de viento son gigantes

domingo, 19 de julio de 2009

Los neurólogos y las neuronas





Durante mi período de formación, en la Facultad como médico, en Hospitales como residente de Neurología y ya como neurólogo titulado en el día a día de la clínica, dediqué bastante tiempo a entender la estructura y función de la red neuronal. Lo que me enseñaron parecía ser cierto, tenía lógica y el armazón anatómico y funcional aprendido estuvo vigente durante muchos años, ayudándome a entender el organismo, normal y patológico.

En algún momento, que no puedo precisar, empezó a chirriar y desestabilizarse el andamiaje, especialmente en el sector de los padecimientos (dolor, mareo, hormigueos, cansancio, vértigo, desmayos, temblor, distonía...) en los que no podíamos dar con el origen: "síntomas sin explicación médica".

Anduve varios años un poco a la deriva en este apartado de "lo misterioso", supongo que usando y abusando de las etiquetas de trastornos "funcionales", "psicosomáticos" y "psicológicos" o entreviendo simulación y manipulación en las actitudes de los padecientes.

En algún momento, que tampoco puedo precisar, empecé a darme cuenta que el andamiaje chirriaba porque era falso, de cartón piedra. Los datos reales que había ido metiendo, sacados de los relatos de los pacientes, habían erosionado su estructura. Esta estructura sólo soportaba historias recortadas, reducidas a unas pocas preguntas y respuestas contenidas en una plantilla protocolizada de diagnóstico y tratamiento ("algoritmo") que se iba "actualizando", creando nuevas etiquetas diagnósticas y farmacológicas que se limitaban a cambiar la apariencia externa de lo mismo.

La "década" del cerebro ha producido en la Neurología un efecto paradójico: el desinterés de los neurólogos por el cerebro... y, si me apuran, por los procesos básicos celulares.

La erótica de la Biología molecular, del genoma, de la clave de todo, ha borrado de la mente de los neurólogos el interés por lo básico de la función neuronal, integrada en el quehacer del organismo.

Antonio Damasio ha criticado a los cognitivistas su desinterés por el organismo, la homeostasis y la evolución. Creo que esa crítica puede hacerse extensiva a los neurólogos.

Los cantos de sirena de las moléculas, la erótica de genes y proteínas, ha desvirtuado el significado de lo biológico, su profundo sentido histórico-narrativo, evolutivo. Las neuronas están corporizadas y el cuerpo está enraizado en la historia de su interacción con el entorno, un entorno fuertemente conformado en nuestra especie por la cultura. La red neuronal es una red predictiva e intencional, falible, exploradora, evaluativa, gestora de recursos, plástica.

Existe una patología de la narración, del significado de los sucesos. Los "síntomas sin explicación médica" expresan las consecuencias de esa patología.

La red neuronal no sólo puede infectarse, traumatizarse, intoxicarse, degenerarse, estar sometida a deficiencias nutricionales, carencias de agua, sales y minerales, malignizarse, o desvariarse. Con frecuencia sufre las consecuencias de algo más simple y común: puede equivocarse.

La probabilidad de error aumenta si la tutoría experta inyecta información errónea en una red biológicamente cándida y entregada a la cultura que le arropa.

La fiebre molecular, el enfoque a lo atómico, a lo "científico", impide la lectura global de las cosas. Alguien, que no recuerdo, comentaba, no sin razón, que no ganamos nada intentando leer un periódico con el microscopio. Es una variante de "los árboles no dejan ver el bosque".

Hemos abandonado precipitadamente la teoría celular del Omnis cellula e cellula popularizada por Rudolf Virchow para dedicarnos a ensartar moléculas en secuencias imposiblesy amañadas para no perturbar las teorías al uso.

¿Por qué a los neurólogos no les interesan las neuronas en vida y se encandilan con los bancos de cerebros muertos?

Si la metáfora del cerebro como un ordenador es válida:

¿Qué sentido tendría un banco de ordenadores a los que ya no se les puede conectar la energía eléctrica...?




sábado, 18 de julio de 2009

E.B. Twitmyer



Edward Burkit Twitmyer fué un oscuro Psicólogo Americano que describió el reflejo condicionado y presentó su trabajo en forma de tesis doctoral en 1902. Dos años más tarde comunicó sus conclusiones en los Encuentros Navideños de la Asociación Americana de Psicología. La sesión, desarrollada en Filadelfia en 1904, estuvo presidida nada menos que por Williams James y al pobre E.B. Twitmyer le tocó exponer escuetamente un resumen después de los canapés y no tuvo el menor eco.

Ese mismo año se concedió el premio Nobel a Pavlov.

Twitmyer describió en esencia lo mismo que Pavlov, sólo que en vez de utilizar campana y salivación en un perro experimentó con campana, reflejo rotuliano y seres humanos. Comprobó que tras una serie de campana y martillazo bastaba oir la campana para que se produjera la clásica respuesta del reflejo de la rodilla que nos identifica a los neurólogos.


Causas y desencadenantes




Nuestras percepciones, emociones y acciones son el resultado de una interacción compleja entre nuestros genes y el entorno. Ambos contribuyen a causar y/o desencadenar sucesos. A la hora de atribuir cuotas de responsabilidad a veces se lleva la palma nuestra genética y otras los sucesos.

Hay padecimientos, como la migraña en los que se señala la responsabilidad mayor en la genética, que construye un supuesto generador hiperexcitable de migrañas que sólo necesita la presencia de un estímulo generalmente irrelevante como el chocolate, el queso curado, una variación hormonal o el viento Sur para disparar los programas que conforman una crisis.

¿Qué causa la migraña? La genética migrañosa, contestarían sin titubeos la mayoría de los neurólogos... pero también son importantes los desencadenantes, matizarían prudentemente. Es una pistola genéticamente determinada a dispararse cuando se toca el gatillo sin hacer presión.

Entre los genes y las respuestas hay una compleja red neuronal que está determinada genéticamente a buscar y establecer asociaciones entre nuestro cuerpo y el entorno. Algunas de estas asociaciones están ya bastante preestablecidas por los genes pero muchas de ellas se irán construyendo a golpe de aprendizaje, a base de adquirir experiencia en carnes propias y ajenas y recibir instrucción de los expertos.

Lo importante no es la genética ni el entorno sino la asociación que vamos estableciendo entre estímulos y estados (internos y externos).

Los genes no contemplan ninguna asociación entre sonidos de campana y salivación pero Pavlov podía hacer que el sonido de la campana generara salivación. Para ello debía forzar un aprendizaje en el perro, repitiendo varias veces una secuencia de campana-visión de comida. Los genes sólo habían dispuesto un soporte neuronal que fuera capaz de acoplar determinados sonidos, olores, e imágenes a la probabilidad de que inmediatamente apareciera comida. Hay que andar listo y anticipar lo interesante pues hay mucha competencia y mucho depredador merodeando por el comedor.

Los genes no contemplan ninguna asociación entre chocolate, vientos y viajes y probabilidad de infección meníngea o rotura arterial pero la cultura fuerza una asociación entre estos estímulos y el encendido de programas de alerta. Los programas de alerta son variados. La migraña es uno de ellos. La capacidad de generar comida de la campana es la misma que la de generar una infección meníngea comiendo chocolate. Lo que está en juego es una información sobre probabilidad de contigüidad, de comida con la campana y de peligro cefálico con el chocolate.

Si después de tocar la campana Pavlov deja de presentar comida, el perro deja de salivar. Si después de comer chocolate el cerebro le quita relevancia, no se encienden las alarmas...no duele.

Pavlov y la cultura ponen y quitan asociaciones.

El placebo contiene esa trama asociativa que hace que el dolor se alivie con una acción simbólica engañosa. La trama asociativa es una creencia. El placebo es un efecto creencia. El cerebro del perro y el propio perro de Pavlov cree que después de la campana salivará y el paciente migrañoso (su cerebro y él mismo) cree que después del chocolate vendrá el dolor y las nauseas.

No hay causas y desencadenantes. Sólo creencias construidas por aprendizaje, preparadas en la red neuronal para disparar programas apetitivos o aversivos.

¿Cómo convencemos a Pavlov y al cerebro migrañoso para que inhabilite la asociación?

Se admiten propuestas.......

viernes, 17 de julio de 2009

El clásico condicionamiento (cultural) humano





Cuando se produce reiteradamente una sucesión de acontecimientos en los que A precede a B, siempre y en ese orden, podemos concluir cuando detectamos A que aparezca B al poco rato. Esto es lo que aprendían los perros de Pavlov en sus conocidos experimentos de tocar una campana inmediatamente antes de presentar la comida. Los chuchos sabían que probablemente vendría la comida si oían el sonido de la campana y salivaban, anticipando así una respuesta digestiva.

El sonido de la campana anunciaba la comida... siempre que el experimentador así lo hubiera decidido. El perro "creía" en el poder predictivo de la campana. Lo que no sabemos es si también creía en la capacidad del sonido de generar la producción de saliva directamente. Si fuera así, estaría, lógicamente, equivocado. Pavlov podía escoger cualquier estímulo para producir la salivación. Bastaba con aplicarlo inmediatamente antes de presentar la comida para conseguir, tras varias aplicaciones, que el estímulo (condicionado a la presentación inmediata de la comida) indujera la liberación de saliva.

Hay ciudadanos que cuando cambia el tiempo sienten que su dolor habitual (equivalente a la salivación canina) empeora. Han comprobado esa asociación una y otra vez y nada ni nadie podrá hacerles cambiar de opinión de que "el cambio de tiempo me produce más dolor". Incluso presumen públicamente de sus poderes:

- Mañana va a llover. Me duele la rodilla.

Bastaría hacer varias comprobaciones estadísticas sobre dolor y lluvia para saber si la conclusión es cierta, pero, al parecer, lo que sí está demostrado es que las variaciones meteorológicas aumentan la probabilidad de que algo habitualmente dolorido, duela aún más. Es decir: si se toca la campana, los perros salivan; probablemente luego les traigan la comida. Si el amo deja de traer comida los perros dejan de salivar al oir la campana. Dejan de creer en la probabilidad de que el sonido anuncia la proximidad de la comida. Su Sistema Nervioso tiene la capacidad de construir y derribar creencias.

Los humanos somos más cabezotas con nuestras creencias: si cambia el tiempo el dolor aprieta. Damos por sentado de que es así y de nada vale que, realmente, fallemos en la predicción. A la hora de sacar conclusiones hay algo que está por encima de las verificaciones: la creencia... humana. Homo sapiens (ma non troppo) tiene esa condición cabezonil de imponer su criterio sobre lo verificable. El cerebro humano tiene, sobre el papel, los mismos recursos que el canino para cambiar de opinión sobre las probabilidades en función de lo que suceda realmente. Los dos son cerebros científicos en potencia: construyen hipótesis, hacen comprobaciones y, en función de los resultados, reafirman o refutan la hipótesis.

El cerebro de sapiens dispone de una fuente adicional para sacar conclusiones: la fe absoluta en su creencia. Es un estado de convicción singular y peligroso. Puede tergiversar la realidad y añadir una conclusión falsa a la interpretación de los hechos que se suceden en el tiempo: si duele cuando cambia el tiempo... el cambio produce el dolor a través de un efecto nocivo sobre las articulaciones. La campana genera saliva.

- El cambio de tiempo no afecta a los huesos. Ya me dirá usted por dónde entra al organismo y por dónde viaja, "sin romperse ni mancharse", hasta su rodilla...

- Lo único que sé es que me duele. Usted me va a decir a mí...

La condición humana añadida de la fe está promovida por la cultura. Mantiene alta la convicción de las probabilidades ejerciendo el papel de Pavlov. Para ello necesita un colaborador sumiso: el cerebro. Es el cerebro quien activa el dolor cada vez que su departamento meteorológico anuncia "tiempo revuelto". El encendido del programa dolor es el equivalente a la actividad de las glándulas salivales. Luego Pavlov mostrará lo comida y el programa generará la percepción dolorosa. El proceso se completa y se refuerza.

Un artículo reciente de Nature muestra la existencia de reflejos condicionados en bacterias y levaduras. La bacteria Escherichia Coli atraviesa el aparato digestivo, un ambiente rico en lactosa y más adelante en maltosa. La bacteria "sabe" que de primer plato tiene lactosa y que de segundo, invariablemente, le sacarán maltosa. Su "aparato digestivo" prepara todo para la digestión de maltosa anticipadamente mientras degusta la lactosa: piensa con deleite ya en el segundo plato.

La cultura nos define, para bien y para mal, como humanos. En el tema del dolor crónico la cultura es la que obceca a nuestro cerebro y, por arrastre, a nuestro YO.

Seguimos teniendo reflejos condicionados como las bacterias y los perros pero, a veces, nos sobra la falsa sabiduría de lo transmitido culturalmente y defendemos a capa y espada nuestras convicciones negando la fuerza de las comprobaciones. Dejamos de ser científicos.



jueves, 16 de julio de 2009

Ironías del cerebro



Hay veces que necesitamos angustiadamente conseguir un objetivo, concentrar el esfuerzo y la atención en una tarea. Nos hacemos el propósito, nos concentramos y tratamos de evitar todo aquello que nos perturbe y distraiga dando al traste con nuestra intención.


Necesito dormir, necesito acordarme u olvidarme de esto o lo otro, voy a guardar este secreto, no voy a pensar que me va a doler...


La mujer de Lot y Eurídice recibieron la recomendación de no volver la cabeza hacia el fuego del que huían y no pudieron evitar hacerlo.


Irónicamente cuanto más empeño ponemos en conseguir un propósito, cuanto más nos urge la necesidad o nos apremia el tiempo, más probabilidad hay de que nos salga el tiro por la culata.


El Psicólogo de Harvard Dan Wegner describió la Teoría irónica de la supresión de pensamientos mostrando experimentalmente que se producía el efecto contrario al solicitado. Basta prohibirnos algo que pueda interferir la tarea para que, irónicamente, el cerebro nos lo muestre con insistencia.


Algunos pacientes comprenden y aceptan los conceptos sobre generación cerebral de los síntomas. Con las nuevas ideas en la cabeza se proponen librar la batalla contra la intrusión de pensamientos que puedan reactivar el síntoma. Obsesivamente se recuerdan: no voy a pensar que me va a doler...voy a pensar que no tengo nada... Sin embargo el cerebro responde en la dirección contraria: nos presenta en la conciencia aquello que le hemos pedido ignorar:


- No quiero que me hables de dolores...


- Te recuerdo que me has dicho que te recuerde que no te acuerdes del dolor...


- ¡Déjame en paz!. Te he dicho que no me recuerdes que me duele...


- Tal como me has ordenado te recuerdo que me has dicho que no te distraiga recordándote que te duele... así que concéntrate en lo que estás haciendo.


- No hay manera de conseguirlo si no me dejas de recordar que no me acuerde del dolor...


No está claro entre los psicólogos qué debemos hacer en estos casos. A veces parece que debemos desviar la atención del dolor y otras, al contrario, que debemos centrar nuestra atención en él para disolverlo.


Parece que lo que no es recomendable es: negar los síntomas (la realidad), ocultar los problemas y tensar excesivamente la autoprohibición.


Lo que está claro es que el cerebro no funciona con un mando a distancia y que los procesos de solicitarle prestaciones o estados deben seguir unas reglas y condiciones que debemos explorar.


Si queremos dormir debemos quitar hierro al insommio. Si queremos que no nos duela debemos eliminar la relevancia del dolor... pero para eso antes tenemos que eliminar la incertidumbre sobre supuestas alteraciones somáticas. Debemos convencernos que estamos sanos.


En cualquier caso, parece que es aplicable la recomendación de "Prohibido prohibir... pensar"

miércoles, 15 de julio de 2009

Complejidad y simplezas




Buscamos siempre las explicaciones sencillas, claras, comprensibles, coherentes con la apariencia (y conveniencia) de las cosas. Tejemos cadenas lineales de causas y efectos. Necesitamos teorías simples en las que encajen nuestros sucesos.

Si A precede a B... A es la causa de B.

Si ha sucedido A y andaba por allí B... ha sido B el causante

Si al añadir A a B, B desaparece... A ha eliminado a B.

Si A y B forman parte de C... C es la suma de A y B y algún otro componente pendiente de ser desvelado.

No nos gusta que las cosas se muevan. Las preferimos estáticas, inamovibles, consolidadas en la posición debida: ¡para quieto! ¡siéntate bien!

Nos encanta la visión redonda de la realidad, las bolitas. Los átomos, los genes, los neurotransmisores... son bolitas, unidas por palitos, ensartados en un hilo o encajados en receptores cóncavos.

Las membranas celulares son simples paredes con cerraduras y buzones para abrir puertas y recoger la correspondencia.

Siempre debe estar un chivo expiatorio de guardia para asumir la responsabilidad de cada inconveniencia.

Por eso a los ciudadanos no les gustan las propuestas "complicadas":

- El dolor es un proceso complejo. No siempre podemos encontrar un clavo en el zapato para explicar la molestia del talón...

- Explíquemelo de forma sencilla, que lo entienda...

- Sus pies son normales. El problema está en el cerebro. Cree que sus pies son vulnerables. Es como si le pusiera un zapato con un clavo para evitar que usted ande y se produzca alguna avería...

- Eso es muy complicado. ¿No me puede hacer una radiografía para ver si tengo algo donde me duele?

...............................

Los ciudadanos están dispuestos a aceptar explicaciones que relacionan el dolor con el cerebro...sólo si el dolor es en la cabeza, por aquello de que la cabeza duele por "los nervios" y "los nervios" tienen que ver algo con el cerebro, que, a su vez, está en la cabeza. Los pies pillan muy lejos de la cabeza. Están en las antípodas. ¿Cerebro y pies? ¡Venga ya!

Las peroratas sobre cerebro y dolor se traducen libremente a afirmaciones que nunca se hacen o que, incluso, se critican:

- Estuve con un neurólogo que me dijo "que me dolían los talones porque YO quería..." No me quiso hacer radiografías de los pies. Menos mal que el de cabecera me mandó al trauma y me encontró que tenía "espolón calcáneo". Es como un clavo que te sale dentro del talón y te pincha al apoyar el pie. Me ha dicho que igual me tienen que operar...

Es difícil pelear contra la imagen de un "espolón" pinchando el talón y el argumento contundente de que hay que quitar el clavo interno para que deje de doler.

Acabo de leer unos artículos de Science que describen el movimiento incesante de las proteínas, variando su comformación entre varios estados posibles en un marco o "paisaje" de energías, a frecuencias y amplitudes variables, siempre en relación con los toques de proteínas y otras moléculas vecinas. !Así no hay quien investigue¡ Alguien tendría que decirles a las proteínas que estén quietas...

Las proteínas son entidades vivas, evolutivas, sometidas a constante variación y selección por los avatares de su interacción con la vecindad molecular. Existe la sociología molecular, la red de interacciones complejas entre las moléculas.

Genoma, transcriptoma, proteoma, metaboloma, ambientoma, memoma, interactoma, fluxoma...

La migraña no se escapa del furor de lo simple y redondo. Sostienen los neurólogos que es una enfermedad producida por uno o varios genes-bolita. Cuando los descubramos, tendremos fármacos a medida para cada paciente.

No habrá mas que retocarle ligeramente las bolas...

martes, 14 de julio de 2009

¿Falta de concentración?




- Ultimamente no me concentro. Se me olvida todo. He perdido mucha memoria.

- Por ejemplo...

- Sin ir más lejos... el mes pasado... Lo recuerdo perfectamente... Había ido con mi cuñada...

Los relatos sobre "pérdida de memoria y falta de concentración" sorprenden por su precisión. Los olvidos son recordados con todo detalle. Todas las circunstancias del marco en el que se producen son referidos sin titubeos, como si se estuviera produciendo el lapsus en ese momento. La rememoración minuciosa del olvido, sorprendentemente, aumenta la zozobra y la convicción de que la memoria no anda bien.

- Recuerda usted muy bien los olvidos, señora...

- No me los puedo quitar de la cabeza. Todos los días tengo alguno. Ayer mismo...

Es difícil hacerles ver que su relato es una exhibición de buena memoria y mejor concentración... en la retención de episodios de olvido.

- No me parece normal. Antes no se me olvidaba nada. Lo tenía todo en mi cabeza y sacaba las tareas sin problemas. Ahora no me concentro. Comienzo con una cuestión y se me va la cabeza...

- ¿A dónde?

- No lo sé pero tengo que esforzarme para mantener la atención en lo que estoy haciendo.

La mente es una facultad muy disputada. Dispone de menos recursos de los que pensamos y los concentra en una sola tarea. Los ámbitos de relevancia pelean entre sí para hacerse con la atención.

A veces lo que preocupa es la calidad de la mente y esta no hace mas que mirarse al espejo tratando de captar arrugas y defectos. Mientras tanto, la casa sin barrer.

Si lo que le preocupa a la mente es su calidad, fijará obsesivamente su foco atencional en la detección de olvidos y en la capacidad de concentrarse en una tarea imposible: trabajar en el ordenador vigilando angustiadamente por si se producen fallos. Es como tratar de dar un concierto pendiente de lo que hacen los dedos. El pianista cometerá cada vez más fallos, que recordará perfectamente.

- Ya no recuerdo las partituras. No me concentro en la ejecución. De repente me quedo en blanco. Ayer mismo... en un pasaje que nunca me había dado problemas, no sabía...

- Olvídese de las manos y piense en música. Usted no toca el piano. Es su cerebro. Deje que sea él el que dé el concierto.

La obsesión por los resultados, la incertidumbre sobre nuestro organismo, desvía nuestra atención del contenido de las tareas a una inspección angustiada sobre la calidad del rendimiento. Nos concentramos en captar nuestros fallos. Perdemos automatismo. Sustituimos a nuestro cerebro para hacernos cargo de cuestiones para las que no estamos capacitados.

- Se me olvidó bajarme del autobús en mi parada.

- ¿En qué iba pensando?

- No me acuerdo. Se me olvida todo, ya le he dicho...

Cuando surge la desconfianza en la capacidad, se reorganizan los focos de atención. El cerebro se concentra en contabilizar fallos y deja de facilitar recursos para las tareas que nos interesan. Vemos la botella medio vacía. El problema deriva de una excesiva concentración en la función de vigilancia y retención de olvidos.

Demasiada concentración y memoria.

- Tiene que concentrarse menos. Olvídese de sus olvidos y recordará normalmente, es decir, sólo lo justo para poder trabajar. Lo ideal es librarse de todo lo irrelevante. Contabilizar minuciosamente su rendimiento intelectual es irrelevante. Sabemos que su capacidad es normal. Confíe.

- No me convence... Yo antes recordaba todo y no se me iba el santo al cielo o al infierno...

- Tiene razón. Su memoria ha empeorado. Ha perdido confianza. Sin ella no chuta.

- ¿No me puede dar nada para la confianza?

- Hay cuestiones que se escapan a la química...

lunes, 13 de julio de 2009

Abdominales, memoria... y IRS / Abs, memory... and SSRIs


Somos una especie móvil. Nuestra supervivencia dependió (antes de la implantación de la agricultura-ganadería) de nuestra movilidad, de andar de aquí para allá buscando cobijo, sustento y compañía. La movilidad sin inteligencia no serviría mas que para malgastar energías o correr riesgos inútiles. Por eso las especies móviles disponemos de una extensa red neuronal cuya misión es la de seleccionar decisiones inteligentes, aquellas que optimizan el costo-beneficio.

Necesitamos músculos y neuronas: fuerza y memoria; gimnasios y talleres de memoria; pesas y crucigramas.

Estudié piano en mi pueblo con el director de la banda. Recibía las clases hacia al mediodía, justo la hora en la que se levantaba el profe. Me oía desde la cama o el cuarto de baño y, de cuando en cuando, soltaba un grito para corregir: ¡fa sostenido..! En contadas ocasiones observó o corrigió mi "técnica" pianística. Aprendí a tocar según Dios o el Diablo me dieron a entender. Para mí tocar el piano era una cuestión muscular, tenía que coger fuerza en los dedos y diseñaba sistemas con gomas para muscular los flexores, que, eran los que parecían encargarse de bajar las teclas.

Por la misma época acudía al "colegio de los frailes" donde la pedagogía se centraba en la memorización de todos y cada uno de los textos a la mayor velocidad y fidelidad posible. Curiosamente, el profe de piano me prohibía tajantemente aprender las obras de memoria y debía mantener los ojos fijos en la partitura.

Musculé flexores de dedos y memoricé listas de ríos y reyes visigodos pero no conseguí retener ninguna partitura. Las listas están en paradero desconocido, los flexores han recuperado su volumen normal y deseable y cuando toco el piano tengo que inventarme las notas.

Estamos en la época del fitness, del machaque muscular y neuronal, de la obsesión por resaltar los vientres musculares del abdomen y los relieves de las circunvoluciones cerebrales (aunque no se vean). Abdominales para poder hacer cada vez más abdominales, como Cristiano Ronaldo, y sopa de letras para resolver cada vez otras más difíciles.

No importa la intención, significado ni complejidad de la tarea. El reduccionismo hace furor: para disponer de una buena capacidad resolutiva hay que hacerse con la tableta de chocolate abdominal y el recuerdo de todo. Gimnasio y taller de memoria.

Un ratón de laboratorio en una jaula sin gimnasio y sin estímulos se queda sin neurogénesis hipocampal (generación de nuevas neuronas en hipocampo: una zona cerebral imprescindible para afrontar lo novedoso). Si se pone al ratón a muscular, haciéndole girar en esa absurda rueda eternamente giratoria, el hipocampo renueva la producción de nuevas neuronas. También vale poner al ratón otros cachibaches por la jaula para que los analice. El hipocampo se anima.

Si no hay músculo ni novedades a recordar nos venimos abajo, nos entra el desánimo, según dicen porque nos baja la serotonina...

No hay que preocuparse si la serotonina mengua. Podemos mejorar su disponibilidad impidiendo que la neurona que la ha liberado vuelva a tragársela sin dejar ni siquiera tiempo a que haga su efecto: podemos bloquear la "recaptación" (un absurdo gesto evolutivo al que no se ve ninguna finalidad) y así queda todo resuelto. Los Inhibidores de la Recaptación de la Serotonina, los IRS, completan el kit de supervivencia para estos tiempos convulsos:

Abdominales y sopa de letras... IRS en la gatera por si acaso...

- Doctor ¿no podría darme algo para olvidarme de todo esto? Ultimamente no consigo olvidar nada. Con los adelantos de hoy en día...

- Lo siento pero no tenemos nada para mejorar su olvido


***




We are a mobile species. Our survival depended (before the implementation of agriculture-livestock) on our mobility, walking around looking for a shelter, sustenance and company. Mindless mobility would only be used to waste energy or take unnecessary risks. 


Therefore, us mobile species have an extensive neural network whose mission is to select smart decisions, those which optimize cost-effectiveness.

We need muscles and neurons: strength and memory, gyms and memory workshops, weights and crosswords.

I studied piano in my town with the band director. I received lessons at noon, when the teacher had just woken up. He used to listen to me from his bed or the bathroom, and from time to time, would yell at me to correct: “F sharp!!” He rarely observed or corrected my piano "technique”. I learned how to play by what God or the devil gave me. For me, playing the piano was a muscular issue, I had to take strength in the fingers and design systems of gums to exercise the flexors, which I thought were responsible for lowering the keys.

Around the same time came the "Friars School”, where pedagogy focused on memorizing each and every one of the texts as fast and accurately as possible. Interestingly, the piano teacher flatly forbade me to learn the songs by memory and I had to keep my eyes fixed on the sheet.

I exercised my finger flexors and memorized lists of rivers and Visigoth kings but could not retain any music sheet. The lists are missing now, the flexors have recovered its normal and desirable volume, and when I play the piano I have to make up the notes.

We are in the age of fitness, of muscular and neuronal crush, of obsession to highlight the abdomen muscles and the brain (although not visible). We need abs to do more sit-ups, like Cristiano Ronaldo, and solve puzzles to solve more difficult ones. The intent, meaning and complexity of the task don’t matter. 

Reductionism is raging: to have a good response capacity, we need shaped abdomen muscles and an incredible memory capacity. Gym and memory workshop.

A laboratory mouse in a cage with no gym and no stimuli is left without hippocampal neurogenesis (generation of new neurons in the hippocampus: an essential brain area to deal with the new). If we make the mouse exercise, making him spin eternally in that absurd wheel, the hippocampus renews its production of new neurons. If there is no muscle or newness to remember, we discourage, apparently because our serotonin goes down.

We don’t need to worry if serotonin wanes. We can improve its availability by preventing the neuron that released it from swallowing it back without even letting it take its time to make effect: we can block the "reuptake" (an absurd gesture of evolution with no apparent purpose) so it becomes instantly solved. The Serotonin-Specific Reuptake Inhibitors, the SSRIs, complete a survival kit for these turbulent times:

Abs and puzzles and SSRIs just in case.

- Doctor, could you give me something to forget about all this? Lately I haven’t been able to forget anything. With today's advances...

- Sorry, but we have nothing to improve your forgetfulness.