No le resultará complicado encontrar textos sobre dolor en los que solemnemente se afirma que el cerebro no duele. Podemos estimularlo mecánicamente, eléctricamente, sin obtener dolor. Penfield y Jasper se dedicaron a estimular la corteza en pacientes despiertos y registrar los fenómenos perceptivos y motores evocados. Así dibujaron un mapa, una representación del cuerpo a nivel cerebral, el famoso homúnculo.
El dolor, dicen (no hagan caso), es cosa de tejidos perturbados. Allí se genera, allí hay "receptores de dolor" que lo captan y conducen por las rutas del dolor hasta los "centros del dolor", lugares cerebrales en los que el dolor se hace consciente y en los que se le añade la vivencia de sufrimiento, una interpretación sobre su relevancia (origen y consecuencias) y se prepara una respuesta. Eso dicen, aunque no sea cierto.
Algunos investigadores estrafalarios y disonantes sostenían que algunos de sus cerebros sí generaban dolor cuando se les estimulaba. Eso sí, sólo sucedía si la estimulación se producía en la ínsula y en el opérculo, áreas ocultas, residentes en el profundo valle silviano. A los disonantes se les contestaba con cierto desdén que eso no era posible y que, con toda certeza, lo que estimulaban eran meninges y vasos, tejidos a los que sí se les reconoce la condición doliente. El cerebro no duele. Axioma.
Recientemente el grupo de Luis García-Larrea, reputado investigador español de la Universidad de Lyon ha descrito en PAIN un caso de crisis epilépticas manifestadas por dolor en un hemicuerpo. En el curso de las crisis pudieron registrar la actividad correspondiente en la ínsula y evocarlas con estimulación eléctrica. El foco epiléptico correspondía a un área displásica (malformativa, con fallos en su desarrollo). Su eliminación acabó con las crisis.
En los tejidos se producen daños, estos daños generan señales que son detectadas por sensores de indicadores de daño o presencia de agentes y estados dañinos, presentes en la membrana de las neuronas vigilantes y detectadoras de nocividad consumada o inminente (nociceptores). La información sobre sucesos y estados de nocividad consumada o inminente viaja hacia diversas áreas de respuestas defensivas y, especialmente, en los primates, llega a la ínsula, lugar en el que se genera la sustancia primaria de la cualidad dolorosa. De allí surgen conexiones a otras áreas en las que se complementa esa cualidad dolorosa con toques afectivos, interpretativos, motores, atencionales, conductuales. La activación conjunta de todo ello, proyectada en la misteriosa pantalla de la conciencia da lugar a lo que describimos privadamente como dolor.
La estimulación del cerebro olfatorio produce olor, la del cerebro visual luces, la del auditivo sonidos y la del cerebro doliente, dolor.
Para hacer cosquillas hay que separar el brazo y estimular los sobacos. Para producir dolor hay que separar los bordes del valle silviano y estimular la ínsula.
El cerebro, duele.
Lo dice Luis García-Larrea, que de dolores y cerebros sabe un rato...
2 comentarios:
mas que nada, felicitarte por confirmar una sospecha que tenia.Mas aun, cuando citas el aval de quien lo ha investigado.El arquicortex y todo el universo limbico, puede teñir de afectividad o sentimiento, el componente bioelectrico de la sensacion nociceptiva y supongo que habrá estudios al respecto, asi que ahi tienes otro tema para que nos ilustres
herrerillo, twitter
vicgonbae: El porcentaje de señal sensorial que llega a los núcleos talámicos es cercano al 10%. El resto son datos de los centros procesadores, sistemas de memoria emocional y cognitiva. Lo que percibimos contiene siempre el fundido de esos dos campos: sensorialidad y probabilidad, realidad y temor-deseo.
Saludos
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