Aparentemente nos movemos a golpe de voluntad. Nos ponemos de pie, nos sentamos, andamos, corremos, saltamos... porque lo decidimos así. Los músculos que ejecutan nuestras decisiones se limitan a obedecer nuestros propósitos.
En condiciones normales el movimiento debe ser indoloro. Los músculos desplazan segmentos rígidos sobre superficies articulares bien pulidas y lubricadas. Nada roza, comprime, desgarra ni pinza. Los músculos están suficientemente abastecidos de energía para contraerse y relajados una vez cumplida la tarea.
Si el dolor aparece es que algo va mal, los tejidos no soportan la acción decidida. Nuestro propósito motor afecta algún componente dañado, vulnerable. Los músculos nos obedecen pero su contracción genera problemas, riesgos, daño. Eso parece...
Realmente no pintamos gran cosa en el movimiento. Nos limitamos a seleccionar y exponer deseos: "quiero levantarme, andar, tumbarme, estar sentado ante el ordenador, coger un libro..." El cerebro toma nota de nuestro deseo, valora pros y contras y decide qué hacer, qué programa motor activar, después de evaluar el beneficio y coste de lo que le pedimos. Si ve peligro protegerá la zona implicada en la acción.
La evaluación y toma de decisión motora es compleja. La escala de valores que sopesa el cerebro tiene como referencia no sólo el objetivo del individuo, la ganancia, sino también la repercusión potencial que la acción pueda tener sobre la integridad de los tejidos.
La escala de valores que guía la decisión cerebral entra muchas veces en conflicto con la que promueve los deseos motores del individuo.
- Me voy a levantar...
- Con esa columna mejor estarías en la cama
- Tengo que levantarme...
- Te bloqueo la zona lumbar y activo la alerta por si hay problemas.
- Me duele
- Me lo temía...
El individuo no escoge el programa motor que le pone en pie. Eso es cuestión del cerebro. Básicamente hay dos programas: el confiado y el desconfiado. Si duele es que está activado el desconfiado, el alarmista.
Las decisiones cerebrales sobre selección de programas motores pueden ser erróneas pero el cerebro debe saber que se ha equivocado.
- Me voy a levantar
- Con esa columna mejor estarías en la cama
- A la columna no le pasa nada
- Te recuerdo que tienes dos protrusiones discales, artrosis...
- Ya sabemos que eso no supone ninguna amenaza. Relájate. No tengas miedo. Pon el programa confiado.
- Vale
- No me ha dolido. ¿Ves?
- Lo reconozco. Estaba equivocado. Lo tendré en cuenta para otra vez...
No decidimos si se activa el programa confiado o el desconfiado pero podemos influir en la decisión cerebral . A través del conocimiento podemos proyectar nuestras convicciones al ámbito de las decisiones cerebrales. Podemos representar el movimiento confiado y después solicitarlo.
El movimiento contiene reflejos, condicionamientos, hábitos, temores conscientes e inconscientes... Aprendemos a movernos. El modo de hacerlo estará fuertemente condicionado por la evaluación, el cálculo de coste-beneficio que el cerebro aplica a cada una de nuestras solicitudes motoras.
El individuo propone y el cerebro dispone...
Podemos invertir los término: el cerebro propone y el individuo dispone... dentro de ciertos límites.
La jerarquía entre cerebro e individuo es cambiante, plástica. El error debe ser detectado y corregido. El experto puede ser responsable de la generación de errores pero también puede y debe ayudar a detectarlos y corregirlos.
El individuo debe confiar en que sus deseos motores deben ser atendidos sin miedo y el cerebro debe activar programas confiados, económicos para optimizar el coste-beneficio.
El cerebro debe poner buena voluntad, colaborar con las solicitudes del individuo. Al fin y al cabo no pide nada del otro mundo: levantarse, sentarse, andar, jugar, bailar, hacer deporte... dormir...
- ¿Qué haces ahí en la cama?
- Tengo mal la columna. Me da miedo que me duela...
- Excusas... No te preocupes. La columna está segura. Te pongo el programa confiado. No creo que sientas dolor...
- ¡Es verdad! ¡No ha dolido!
6 comentarios:
Buenos días:
Desde que empecé a leer el blog, siempre enmarcaba todas sus reflexiones en la "valoración cerebral del dolor en ausencia de daño", pero de un tiempo a esta parte sus entradas cada vez se refieren más a conceptos que sí se podría entender que suponen un "daño" (artrosis, hernias discales...)
Entiendo que igual que puede haber un desarreglo de la valoración cerebral en ausencia de daño, también lo puede haber en presencia de un "daño menor", en forma de respuesta exagerada, o activación de un programa inadecuado. Aún así, esto me sigue desconcertando un poco; en ausencia total de daño, está comprendo, pero ¿cómo valorar cuánto dolor es lógico para cuánto daño? ¿Cómo decidir que proporción del abordaje terapéutico ha de ser bio + psico + social?
Gracias, un saludo.
(Perdón por la redacción apresurada, es lo que hay...) ;-)
Roi: desde un punto de vista biológico lo correcto sería "en ausencia de daño necrótico consumado o inminente". Hay ocasiones que lo escribo así y otras sólo digo "ausencia de daño". Esta última expresión es más confusa y abierta y da lugar a comentarios como el suyo.
La cuestión fundamental es el modo en el que el cerebro evalúa peligro, amenaza a la integridad de los tejidos. En esta evaluación influyen daños pasados, sensibilizaciones ya no justificadas, señales ectópicas, vascularizaciones e inervaciones en tejidos previamente avasculares y no inervados...
La red nociceptiva está integrada y nunca hay compartimentos estancos que pertenecen sólo a lo periférico o a lo central. Todo interactúa con todo.
El problema surge cuando la evaluación central está influida por una cultura alarmista, sensibilizante que mantiene un estado crónico de "todo es peligroso". No hay correlación entre artrosis y dolor. No es lo mismo tener una protrusión discal o una antigua hernia discal que una extrusión discal reciente.
Es evidente que una articulación artrósica está dañada pero no supone un riesgo de daño necrótico inminente por lo que no se debiera activar la función dolor. Si aparece el dolor es porque hay una sensibilización central. Esto produce cambios estructurales en la articulación que son responsables de fenómenos periféricos (reinervación, aumento de población de sensores de daño, inflamación neurógena...)
Creo que los profesionales debemos tratar de apagar el fuego central y no alimentarlo sobredimensionando la importancia del daño degenerativo no necrotizante periférico.
En cualquier caso no es posible tener seguridades. Cada paciente es distinto y hay que acoplarse también a sus convicciones y expectativas.
Saludos
Perfecto, muy bien explicado, como siempre! Gracias.
Saludos.
Perfecto, muy bien explicado, como siempre!
Gracias, un saludo.
Arturo, he puesto una consulta en el dia anterior a este.Por despiste.
Maite
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