No se sabe con seguridad quién fue el padre de la máxima Primum non nocere (ante todo no dañar) pero ha quedado consolidada como una actitud exigible a toda acción médica. Podemos y debemos actuar terapéuticamente cuando de ello se deriva un beneficio para el paciente pero también debemos considerar y minimizar todos aquellos efectos colaterales negativos que pueden derivarse de nuestra acción.
Habitualmente los profesionales consideramos y sopesamos los daños físicos y psicológicos secundarios pero no estoy seguro que se aplique la misma actitud ante los daños colaterales derivados de la información.
El cerebro construye una idea del organismo interactuando con el entorno (físico y social): su integridad, vulnerabilidad, funcionalidad, resiliencia (capacidad de afrontar las contingencias de adversidad) y resultado. Esta idea está muy influenciada por la cultura, la información sobre interior. El cerebro activará programas perceptivos, emocionales (relevancias) y motores cuyos parámetros estarán adaptados a la evaluación operante en ese momento sobre las consecuencias teóricas, probabilísticas, que puedan producirse.
El simple hecho de sentarse, levantarse, caminar, correr, coger objetos... está sometido a la máxima del primum non nocere. Si el cerebro evalúa amenaza a la integridad física en la acción solicitada por el individuo antepondrá la defensa y minimización del daño teórico, activando programas defensivos con percepción de dolor acoplada, miedo al movimiento, bloqueo articular regional. En realidad, el cerebro preferiría que el individuo decidiera renunciar a la acción...
El miedo del guardián cerebral a las acciones del individuo (primum non nocere) corresponde al efecto nocebo, la expectativa de efectos negativos, el efecto de signo contrario al placebo (expectativa de efectos positivos).
Los profesionales podemos alimentar, con la información, las expectativas negativas de efectos secundarios derivados de nuestras acciones, el efecto nocebo. Podemos producirlo. Sin embargo no parece que se esté extremando el cuidado a la hora de sopesar los efectos secundarios de la información.
Para empezar este 2011 he pensado que no estaría de más proclamar una máxima adiccional al Primum non nocere referida al peligro subyacente en la información: ... et non nocebere.
Vivimos tiempos de disfunción informativa. Todo vale. Cualquiera puede sacarse de la manga teorías, doctrinas, orígenes y remedios de males. Se sobrevaloran los datos de imagen y se infravaloran cogniciones, creencias y expectativas. Se dictaminan degeneraciones, inflamaciones, enfermedades, disfunciones, trastornos, carencias, excesos... sin más procedimiento que un vistazo, una corazonada o una rutina interpretativa.
- Me duele...
- No me sorprende. Tiene usted la columna hecha un desastre...
Hay que cuidar la nocividad de la práctica profesional, los efectos secundarios, el Primum non nocere. De acuerdo, pero tampoco hay que descuidar el non nocebere.
El impacto de la nocebidad puede ser dramático.
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