La función de la percepción es la de enfocar, atender un contenido, teórico o actual, de la realidad y proponer una interacción. La percepción es una proposición, con carga de motivación variable, a actuar de un modo determinado, con un propósito y con una relevancia (positiva o negativa).
El dolor es una percepción cuyo propósito es el de forzar al individuo a actuar defensivamente. Si contactamos con un estado o agente externo nocivo el dolor nos forzará a evitarlo, huir-luchar. Si el agente o estado de nocividad es interno el dolor nos presionará a la inacción, a suspender las acciones programadas.
Levantarse, caminar, agacharse... son acciones que el individuo solicita para obtener propósitos. El cerebro conoce la intención, el deseo del individuo y selecciona su propuesta. Si la solicitud del individuo no contiene amenaza (teórica o real) a la integridad física, el cerebro activa programas motores silenciosos perceptivamente. Nos levantamos, nos agachamos, cogemos objetos... sin percibir nada relevante en la ejecución. La solicitud del individuo ha contado con el visto bueno cerebral. La acción ha sido indolora porque la acción evaluativa cerebral la ha autorizado sin reticencias.
Si está vigente una evaluación de vulnerabilidad (teórica o real) de una zona la solicitud del individuo de una determinada acción-propósito puede generar temor cerebral al daño. El cerebro no da el visto bueno y proyecta perceptivamente miedo (temor al daño) y dolor (penalización disuasoria) a la vez que selecciona un programa motor defensivo con músculos inadecuados. El individuo percibe ambas proyecciones cerebrales: miedo y dolor y comprueba que la acción es inadecuada, lenta, dolorosa, rígida...
El dolor ha cumplido con su función disuasoria. Ha forzado la inacción. Si a pesar del dolor el individuo decide seguir con su propósito, el dolor irá en aumento hasta conseguir su objetivo: obligar a claudicar. Dejar de actuar en la dirección deseada por el individuo y colaborar en la inactividad de una zona valorada como vulnerable.
La acción cerebral de seleccionar y proyectar la percepción de dolor en una zona contiene también una previsión de qué acciones del individuo son exigidas para desactivar el dolor. Si el cerebro exige un fármaco, no habrá alivio hasta que el individuo ejecute la acción de tomárselo. Si lo exigido es relajarse deberá uno hacerlo para que el dolor se esfume.
Tomar un analgésico es una acción, algo más que introducir una simple molécula en el organismo. El cerebro pide acciones. Los alimentos no quitan el hambre con sus moléculas. Comer es una acción que el cerebro exige con la proyección de la percepción de hambre. Si se obedece el cerebro desactiva las ganas de comer.
No siempre debemos aceptar las propuestas cerebrales. Debemos aprender a valorarlas como racionales, sensatas o lo contrario y actuar en consecuencia.
Si el cerebro pide inacción por evaluación alarmista no justificada debemos defender argumentadamente nuestra voluntad de actuar y conseguir que el cerebro silencie la percepción de miedo al daño (dolor) y organice el gesto motor con programas económicos y silenciosos.
- ¡No te muevas, no lo hagas!
- ¡Venga ya!
No hay comentarios:
Publicar un comentario