Todo proceso en Biología tiene su antiproceso.
La inflamación se despliega con anti-inflamación, la inmunidad con anti-inmunidad, la expresión genética con supresores y represores.
Los procesos están dispuestos para ser liberados como un resorte cuando se den las condiciones que justifican su existencia pero una vez en escena debe controlarse su ímpetu inicial para ajustarlos a lo necesario, desactivándolos finalmente cuando ya no se necesiten sus servicios.
La nocicepción despliega su capacidad de detección de daño necrótico consumado, inminente o potencial (imaginado) tan pronto como se den las condiciones codificadas como inductoras de dicho daño y lo hace o debiera hacerlo con la prudente compañía de la moderación, del ajuste a las condiciones reales de amenaza, en tiempo, lugar y circunstancia.
El programa dolor se libera cuando la red se activa por los inductores que operan en ese momento. Los inductores pueden ser las señales nociceptivas generadas en los nociceptores (neuronas detectoras de nocividad) por agentes y estados nocivos o tejidos inflamados, o, por los sistemas de memoria predictiva que liberan señales probabilísticas de peligro.
El genoma de Escherichia coli transcribe la enzima necesaria para metabolizar lactosa sólo cuando el medio la contiene. Si no hay lactosa el gen de la enzima está silenciado, reprimido pero hay mutantes de la bacteria que carecen del gen represor de la producción de la enzima y la expresan aun cuando no sea necesaria (en ausencia de lactosa). Ello supone un despilfarro innecesario.
La genética de la expresión nociceptiva dispone que los nociceptores sólo generen señal cuando son estimulados por agentes y estados nocivos o por tejidos inflamados, por lo que el programa cerebral que libera la percepción de dolor sólo se activa cuando algo ha destruido tejido o está a punto de hacerlo. Tan pronto como cesa la destrucción de tejido y se completa la reparación todo vuelve al estado de reposo, de silencio nociceptivo.
La genética de la expresión nociceptiva ha añadido en Homo sapiens (ma non troppo) una capa de activación que permite el encendido del programa cerebral de dolor y la sensibilización de la red nociceptiva por simple predicción. Las expectativas y creencias son inductores suficientes. El mundo virtual, imaginado, especulado está integrado con el real. El genoma humano contiene la posibilidad de esa inducción.
La cultura, a través de la imitación e instrucción experta, convierte lo irrelevante en nocividad en relevante, permitiendo así la expresión de los programas cerebrales que proyectan dolor ante cualquier circunstancia absolutamente inofensiva en el universo real pero codificada como peligrosa en el virtual.
Tan absurdo es expresar beta-galactosidasa cuando no hay lactosa como dolor cuando no hay daño.
Hay mutantes en el genoma de Escherichia coli que permiten ese despilfarro.
Hay mutantes culturales en el cerebro de muchos sapiens (m.n.t.) que alientan el encendido innecesario del dolor.
Los científicos buscan mutantes genéticos para explicar el dolor inexplicado. Algo van encontrando. A buen seguro hay una genética que facilita la inducción de la expresión nociceptiva errónea, innecesaria. No está de más conocerla pero tampoco está de más analizar las mutaciones culturales (meméticas) responsables de la liberación del dolor, en ausencia de daño...
No sólo genes. También entorno... cultura...
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