Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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jueves, 13 de mayo de 2010

Las defensas se equivocan



El objetivo biológico de los seres vivos es la supervivencia, individual y de especie. Ello no sería posible sin una capacidad defensiva pues el entorno está rebosante de estados y agentes peligrosos, letales. 

Las estrategias defensivas definen a cada especie. Homo sapiens (ma non troppo) no es gran cosa físicamente. Lento, torpe, sin garras, corazas ni venenos...

Los sapiens (m.n.t.) se defienden a golpe de conocimiento. Aprenden equivocándose, como todo hijo de vecino, pero han desarrollado la capacidad de transmitir lo aprendido de generación en generación a través de la imitación y el lenguaje. De este modo han llegado a la luna y a saber más que nadie sobre peligros ocultos. Los sapiens (m.n.t.) son los únicos que saben que tienen alto el colesterol...

La estrategia de querer conocerlo todo para estar seguro de que no corremos riesgos tiene su inconveniente. No todo lo que nos decimos, lo que damos por cierto, lo es, y ello nos puede llevar a situaciones complicadas, sin retorno. 

Las defensas pueden estar altas o bajas pero hay algo mucho más común entre los sapiens (m.n.t.). Pueden estar equivocadas. Pueden ver peligro en lo irrelevante y activarse innecesariamente obligando al individuo a vivir en un régimen de  alerta continua, en un sinvivir por la incertidumbre de enfermedad o por la certeza de haber sucumbido a ella.

Los dos sistemas defensivos de sapiens (m.n.t.), el Inmune y el Nervioso, son falibles. A veces se les cuela el enemigo (gérmenes, cáncer...) sin darse por enterados y otras ven peligro o enfermedad inexistente.

El sistema inmune activa innecesariamente inflamaciones y muertes programadas en superficie (piel y mucosas) e interior por error, poniendo en riesgo la integridad y función de los tejidos y el cerebro enciende programas de percepción de daño y enfermedad estando el individuo razonablemente sano haciendo su vida insoportable.

El organismo somatiza sus miedos somáticos, expresa físicamente su angustia y trata de que el individuo se contagie y colabore. Enciende dolores, cansancios, desánimos, rumiaciones y catastrofismos para forzar al individuo a comportarse como lo que no es: un enfermo...

Equivocarse es inevitable, incluso conveniente, instructivo. Hay que explorar, arriesgar (lo justo) y pasarse de alguna raya, descuidarse... oscilar entre direcciones contrarias sin caer al precipicio... pero es necesario estar preparado para detectar el error y dar giros de 180º.

Migraña, fibromialgia, fatiga crónica, colon irritable... ¿Genes equivocados, infecciones ocultas, dietas inadecuadas, estreses mal gestionados, emociones silenciadas, misterio no desvelado...?

En mi opinión, algo mucho más sencillo y difícil de aceptar. Las defensas están equivocadas. La mayor equivocación es que cerebro e individuo ignoran y/o niegan la equivocación...

miércoles, 12 de mayo de 2010

Empatía



Homo sapiens (ma non troppo) es una especie empática. Interioriza lo que les pasa a los congéneres cercanos y reproduce en sus circuitos la representación de sus emociones, percepciones y acciones. Una prueba cotidiana de que esto es así es el carácter contagioso del bostezo. Empatizamos con el bostezo ajeno (me ha bastado citarlo para abrir la boca según lo escribía).

La empatía de los sapiens es una herramienta que cohesiona al grupo, lo sincroniza. Cada observación de un episodio de daño en alguien reproduce en nuestro cerebro empático los patrones de actividad que dan lugar al dolor. Un paciente me contaba que vio unas imágenes sobre una intervención de rodilla y que sintió dolor... ¡en la rodilla! 

La copia del sufrimiento ajeno es generalmente tenue y evanescente. Las neuronas responsables susurran suave y fugazmente lo sentido por el prójimo. Con esta copia nos ponemos en el pellejo del otro y actuamos en consecuencia, en función de lo que signifique para uno que le vaya bien o mal al congénere. Si es un ser querido la copia nos empujará a una acción de ayuda y si es un ser objeto de nuestro desaprecio sentiremos un leve o intenso regodeo por su desgracia.

Homo sapiens (m.n.t.), además de empático, es, también, chismoso. Relata compulsivamente los sucesos y previsiones propias y ajenas.

Un tema habitual en la omnipresente tertulia de los sapiens (m.n.t.) es la enfermedad. Los dolores van y vienen de un cerebro a otro disputándose el ranking del día. Las propuestas de orígenes y remedios de los males sobrevuelan los mapas de la corteza cerebral generando un leve ronroneo solidario.

Los foros eran antaño limitados, de unas pocas unidades sapiens (m.n.t.) pero internet ha disparado todas las expectativas. Las páginas de éxito congregan a miles de congéneres sufrientes que leen a diario el parte del drama del dolor crónico, de sus peregrinajes, desesperanzas y ocasionales triunfos. 

El cerebro queda así preso de la compulsión a procesar a todas horas todas las letanías del dolor. La atención se vuelve hacia el interior, hacia huesos, juntas, músculos y vísceras emulando todo tipo de reumas, degeneraciones y disfunciones. El cuerpo ya no es lo que es sino lo que se dice de él. 

La empatía y el parloteo facilitan la colonización del miedo a la enfermedad, condición necesaria y suficiente para sentirse mal estando bien.

- No me encuentran nada, pero YO algo tengo que tener. Esto no es normal...

- Su cerebro...

- No me convence...

Las propuestas sobre el origen cultural del sufrimiento (en ausencia de enfermedad) no siempre son bien recibidas. 

- No hizo mas que hablar... No me soluciona nada...

El cerebro tiene mala prensa, la peor posible... la que le silencia... o, como se dice ahora, le ningunea...   
  

martes, 11 de mayo de 2010

Las amígdalas del cerebro



A la entrada del mundo externo, en las fauces, existe a cada lado una formación en forma de almendra, la amigdala. Es asiento frecuente de infecciones en la infancia y, en nuestros viejos tiempos, si estas se repetían en exceso, Don Mariano, el médico de cabecera, procedía a extraerlas en la cocina. Muerto el perro, se acabó la rabia.

A la entrada de la información del mundo externo, en las fauces del cerebro existe también a cada lado una formación con aspecto de almendra, inevitablemente llamada amigdala. Su extirpación daría lugar a una anestesia emocional. 

Las amigdalas cerebrales analizan la relevancia biológica y social de los flujos de información de los sentidos. La información sensorial, después de dejar una copia en la amigdala, prosigue su curso hasta las áreas de procesamiento analítico y sesudo de la corteza. Si la amigdala detecta alguna señal sensorial etiquetada como relevante procede a activar la alerta y encender los motores del organismo para una respuesta eficaz.

La amigdala detecta información visual de caras emocionadas, olores y sonidos de lugares, rastros de una pareja potencial, cualquier señal que anuncie peligro, comida o ligue. Memoriza la relevancia de imágenes, olores y sonidos que acompañan a la realidad significativa y toma decisiones sin esperar a la opinión de las oficinas de lo intelectual, ganando un tiempo precioso para la supervivencia o el éxito.

La amigdala es sensible a las señales sensoriales que acompañan a lo relevante pero también lo es a las especulaciones teóricas de las areas frontales, al mundo de lo posible aunque resulte altamente improbable. 

Los sentidos y las hipótesis meten el miedo en el corazón de los núcleos de las amigdalas y disparan las alarmas.

Los Homo sapiens (ma non troppo) de los tiempos actuales son asustadizos, desconfiados y pesimistas. Se procuran entornos garantistas, con sustento y cobijo y sin micropredadores. Temen el fracaso social, la exclusión, el ridículo y la enfermedad. Los sentidos transportan flujos rebosantes de todo tipo de señales que son analizados a la luz de la cultura por las áreas teóricas, probabilísticas. Si lo cotidiano es evaluado como relevante se ordena a los nucleos amigdalares que se enciendan las alertas ante lo valorado como significativo.

Las amigdalas de lo estresados crónicos acaban engordando de tanto activarse, angostando el flujo informativo sensorial y derivándolo hacia el encendido preventivo de las alarmas. 

El cerebro imaginativo, especulativo, culturizado, sensibiliza sonidos, imágenes, olores y sabores pero también simples palabras, conceptos, expectativas, augurios y ofertas.

Todo se ha vuelto relevante. Las amigdalas no dan a basto. El miedo a lo teóricamente posible impregna lo cotidiano irrelevante. Todo está tocado por la emoción, por la incertidumbre, por el miedo. Vivir es demasiado emocionante.


- No me encuentro bien. Estoy deprimido


- Tiene grandes las amigdalas. Podemos extirparlas. Dejaría de sufrir...


La extirpación de las amigdalas produciría un estado de indiferencia, anestesia emocional.  


La inteligencia no tendría el impulso de lo emocional. El cerebro actuaría desde un racionalismo frío.


Necesitamos la emoción para decidir de forma inteligente pero también necesitamos la inteligencia, la racionalidad, la buena información, para contener las emociones somáticas. 


La peor combinación es la que, desgraciadamente, se está dando: un organismo crónicamente emocionado por el miedo y una cultura alarmista que retroalimenta ese miedo.


¿Inteligencia emocional? No estoy seguro. No estaría mal tampoco una emoción inteligente...





lunes, 10 de mayo de 2010

Memeces








Homo sapiens (ma non troppo) está determinado genéticamente a ser influido por la cultura en la que se desarrolla.

De lo que mame surgirán percepciones, emociones y conductas. Ley natural... humana.

Richard Dawkins sugirió, por analogía con el monosílabo "gen", el término "mem", para indicar que existen unidades de transmisión cultural que se difunden por los cerebros de los sapiens (m.n.t.) a través de la imitación y del lenguaje.

Los memes son unidades culturales sometidas a variación, selección y replicación. La selección, la supervivencia y difusión memética, no depende de su bondad intrínseca, su ajuste a la veracidad sino, simplemente, a su éxito social, a su capacidad de invadir los cerebros y replicarse.

Por si no teníamos bastante corsé con los genes recibidos de nuestros padres resulta que nuestros cerebros no serían mas que un terreno preparado para recibir la siembra de los memes del entorno y permitir su desarrollo y difusión. Quedaría poco espacio para la libertad.

Para algunos el asunto de los memes es apasionante y tiene una profunda raíz biológica. La analogía con los virus informáticos es obligada. Nuestros cerebros serían como ordenadores conectados a la red social informativa y correrían el riesgo de ser infectados por los memes de éxito, no siempre bienintencionados ni provechosos... para uno (sí para quien los pone en circulación).

Para otros lo de los memes es "una memez".

Para el tema que nos ocupa, el dolor en ausencia de daño, lo de los memes viene como anillo al dedo. La migraña y otros padecimientos serían la consecuencia de unos genes que construyen cerebros memetizables  que se dejan colonizar por una cultura alarmista que mete miedo necrótico en los circuitos a la vez que ofrece remedios de todo tipo. Las propuestas oficiales y "alternativas" se disputarían el favor de las áreas cerebrales responsables de los encendidos y apagados de los programas.

El cerebro migrañoso sería un cerebro colonizado.

¿Dónde queda la libertad, la capacidad del individuo de defenderse, de librarse de esos memes represores?

Si la migraña es cosa de virus meméticos ¿qué posibilidad hay de adquirir antivirus?

Sabemos demasiado poco para contestar debidamente a las cuestiones básicas de la vida. No sabemos qué es la conciencia, cómo se genera lo que percibimos. Desde esa ignorancia, sin embargo, podemos afirmar que sentimos algo que llamamos libertad y que nos permite, aparentemente, modificar nuestras creencias adquiriendo activamente nueva información y decidiendo afrontar las crisis desde otra perspectiva.

Muchos pacientes aceptan la propuesta del origen cultural, memético, de la migraña y promueven la entrada de información neurobiológica para dar una opción a que el conocimiento rebaje el poder de los circuitos alarmistas a favor de un cerebro menos hipocondríaco y cándido. El resultado es variable.

Los pacientes colonizados por la cultura migrañosa de éxito desprecian la propuesta cultural y visitan diversos foros en los que los memes migrañosos encuentran un caldo de cultivo ideal. Son foros concurridos por padecientes desesperados y variopintas ofertas de remedios.

¿Migraña y cultura? Una memez

domingo, 9 de mayo de 2010

Nocebo



Piensa mal y ...¿acertarás?

El organismo es un mal pensado. Teme lo peor, es decir, la necrosis, la muerte violenta celular.

El dolor es la expresión de ese miedo a la muerte necrótica.

Si duele, es que hay miedo a que algo terrible suceda. El individuo tiene miedo al dolor pero antes, el organismo ha evaluado, muchas veces sin ningún fundamento, amenaza sobre los tejidos.

El miedo se alimenta fácilmente, dada la condición alarmista biológica de los seres vivos. 

Los sapiens (m.n.t.)constatan la certeza del dolor y su aparición tras una serie de circunstancias (desencadenantes).

- YO lo que sé es que me duele. Los días de viento Sur es matemático...

Las matemáticas del dolor existen. Corresponden a las matemáticas de la probabilidad. El cerebro calcula constantemente probabilidades. Analiza momentos, lugares, agentes y estados y les atribuye consecuencias en base a lo que ha aprendido, a golpe de experiencia propia, observación de ajena e instrucción de expertos agoreros. Los padres también sopesan probabilidades. Temen que el niño se caiga y prefieren que eche el pie a tierra.

- ¡Bájate de ahí ahora mismo! Te puedes caer, abrirte la cabeza y matarte... ¡Obedece!

Los padres temerosos de la muerte violenta de las células de sus niños no pueden proyectar la percepción de dolor "como si" ya se hubiera producido lo que temen. El cerebro sí puede y lo hace cuando le puede la incertidumbre.

La mayoría de las percepciones negativas de interior corresponden al miedo somático. Son la consecuencia del temor del organismo a la necrosis, siempre posible. Si usted come una zanahoria y ello da lugar a una migraña ello indica que su cerebro probabilístico atribuye a esa acción peligro de infección meníngea o de alguna tragedia intracraneal de ese pelo.

Las creencias alarmistas, hipocondríacas, dan lugar al llamado efecto nocebo. Las contrarias, las que las disuelven, generan el efecto placebo.

Nocebo y placebo testifican el alarmismo y la candidez de nuestro cerebro, la dependencia de lo instruido en el período de crianza, es decir, de por vida. 

Los más de ciento cincuenta desencadenantes descritos para la migraña por los sesudos desencadenantólogos son el testigo vergonzante de la facilidad del cerebro sapiens (m.n.t.) de ser alarmado y engatusado con falsas amenazas y conjuros.

Seguimos siendo tan pichones con nuestros agoreros sanadores como siempre...

Seguimos picando el cebo del nocebo y del placebo...




viernes, 7 de mayo de 2010

Estima autocorporal



La autocalificación es una actividad continua, inevitable, como lo es la circulación de sangre por los vasos sanguíneos, la respiración o el filtrado renal. Evaluamos nuestra historia pasada, presente y futura, nuestros éxitos y fracasos, nuestras posibilidades...

También evaluamos nuestro organismo, la máquina en la que reside esa condición misteriosa de la autoconciencia. Huesos, músculos, articulaciones, nervios...

En la condición de sentirnos sanos la evaluación es de una extrema simplicidad: todo en orden, estoy bien, no me siento. Sólo percibo el contacto de mi superficie corporal con el mundo. A veces, ni siquiera eso: sólo mi actividad mental mientras paseo o tecleo el ordenador.

El silencio interno se rompe en muchas ocasiones. Sentimos los latidos, las tripas, la respiración, las cargas del esqueleto, la tensión de los músculos, el golpeteo de la luz sobre los ojos, de la vibración del aire sobre los tímpanos o las sustancias volátiles sobre los receptores olfatorios nasales. El cuerpo se vuelve ruidoso, sensible, presente, insoportable.

Tendemos a interpretar que ese cuerpo desagradablemente sentido es un cuerpo enfermo, sobrecargado, degenerado, envejecido,sobrestimulado o abrumado por emociones que no encuentran su expresión natural.

No tenemos en cuenta otra posibilidad: es un cuerpo sano y razonablemente capaz, gestionado por un cerebro alarmista e hipocondríaco que lo considera enfermo, desgastado, sobrecargado, envejecido, sobrestimulado o abrumado emocionalmente.

Lo importante no es siempre lo que está sucediendo sino el modo en que lo valoramos. Esto es especialmente cierto cuando evaluamos una realidad que no está al alcance de nuestros sentidos, como sucede con el interior. Podemos imaginarlo pero siempre será algo especulativo.

- Me duelen los huesos, mis músculos están agotados, mis articulaciones rozan, mis nervios están pinzados, mi mente está embotada... algo misterioso que me quita vitalidad se ha apoderado de mi organismo.

- Está todo normal. Enhorabuena. Su cuerpo es normal. Simplemente se trata de una evaluación errónea de su cerebro. Actúa como si todo lo que usted piensa fuera verdad. En realidad lo que usted piensa es un eco de lo que su cerebro está pensando...

La estima somática es una actividad fundamental. Sin autoestima no vamos a ninguna parte, ni psíquica ni físicamente.

El tema de la autoestima está complicado con los bombardeos sistemáticos a los que nos someten los expertos en corporalidad y la candidez con la que atendemos sus proclamas alarmistas y descalificadoras.

- Tiene mucho desgaste...

El cerebro rumia las evaluaciones de los expertos y elabora programas perceptivos, emocionales y motores para gestionar el día a día de un cuerpo vulnerable al que los mismos expertos que lo han descalificado no encuentran soluciones satisfactorias. 

Se activan programas de sentirse enfermo para conseguir conductas de enfermo. La pescadilla se muerde la cola y engorda... 

- Lo suyo es un problema de estima de su cuerpo inaparente. Las apariencias externas son correctas. Las internas están por los suelos. Parece (por lo que usted siente) que el interior está calamitoso pero es sólo una apariencia. Todo está suficientemente correcto. Su cerebro debiera desactivar el programa que le hace sentirse enferma sin estarlo.

- Casi preferiría tener una enfermedad aparente. Esto que me cuenta no acabo de entenderlo y tampoco acaba de gustarme.

- Mal asunto... Un alumno que ha hecho bien el examen y se niega a ser aprobado...



jueves, 6 de mayo de 2010

¿Por qué ahora y no antes?




Cualquier suceso relevante, y el dolor siempre lo es, suscita la búsqueda de una causa que lo genera. 

Duele la cabeza... ¿qué pasa en la cabeza? ¿Qué novedad se ha producido? ¿Qué he hecho YO para que surja el dolor?

- YO no sabía lo que era un dolor de cabeza. ¿Por qué me duele ahora si sigo haciendo la misma vida?

Es una cuestión frecuente en la consulta. Desconcierta y preocupa a quien la formula.


Las listas de desencadenantes "autorizados" de dolor de cabeza es inmensa. El padeciente la repasa deseando dar con algún agente o estado incluido en ella: "he dormido mal, ando con mucho trabajo, ha hecho mucho calor... las cañas de cerveza..." Si no hay rastro de desencadenantes surgen las dudas y comienza a gestarse el mosqueo y la necesidad de ir al especialista pues el dolor no cede con los calmantes que ha recetado el "cabecera" y, por tanto, no es un dolor "normal".


La respuesta es sencilla

- Hasta ahora su organismo no estaba alarmado por lo que pudiera estar sucediendo en la cabeza. Desde hace unos meses, parece que se ha activado la alerta. Hay que averiguar si esa alerta está justificada o, simplemente, indica un estado de incertidumbre sobre posibles sucesos... Le pido un escaner para su tranquilidad aunque creo que probablemente sea normal...

- Ya, pero ¿por qué ahora y no antes?

- No lo sé. YO comencé a tener alergia al polen cuando tenía 19 años. Nunca sabré por qué no sucedió antes. Sólo sé que fue entonces cuando mi sistema inmune cometió el error de considerar como peligroso el aire con polen... Lo importante es saber si podemos hacer algo para que el organismo no se alarme cuando no hay motivos para hacerlo...

- Bien. Entonces haga algo para quitarme el dolor...

- No podemos poner ni quitar el dolor a nuestro antojo pero podemos tratar de recuperar la confianza del organismo en que no sucede nada preocupante en la cabeza cuando realmente es así.

- YO no pienso que tengo nada. Tengo dolor y lo que quiero es que se me quite. Usted es el médico.

- El dolor se irá cuando el cerebro desactive la alerta. La seguridad interior no es cosa del individuo. Ni el Sistema Inmune ni su cerebro le preguntarán si considera conveniente activar las alarmas. A diario el organismo neutraliza gérmenes y células cancerosas y le evita heridas, quemaduras y tóxicos sin que usted sea consciente de ello. Mientras los niños juegan en el parque sus padres imaginan peligros. En cualquier momento se enciende la alarma paternal: ¡ten cuidado, no te vayas a caer! Otras veces, el propio niño pide ayuda: "dame la mano, aita"

El dolor contiene a veces sucesos consumados o inminentes: la mano se ha quemado o la tapa de la cazuela estaba muy caliente y hemos podido evitar la quemadura... y, otras veces, sólo contiene incertidumbre sobre sucesos internos: augurios, temores... El cálculo de probabilidades lo lleva el cerebro. Cuando supera un límite se activa la alerta, el dolor.

La incertidumbre sobre daño está en el organismo desde el primer momento. A lo largo de la vida oscila según sucesos propios y ajenos y según lo que se cuenta. La cuenta de esta incertidumbre sube y baja. A veces, sin que se haya producido ningún incidente especial, aparecen los números rojos.

- He ido a sacar dinero del cajero y me dice que no me lo da... No entiendo por qué si hasta ahora siempre había dinero... He gastado lo de siempre...

- Es un cajero que no sólo le da dinero cuando hay dinero en su cuenta sino que también valora el riesgo de lo que vaya a hacer usted con él. Si teme que sus propósitos no son seguros no le dará el dinero aun cuando lo tenga usted en la cuenta.

- Pero el dinero es mío... ¿o no?

- Es del organismo, de sus células... seguridad interna...

- Qué más da. El organismo soy YO... ¿o... no?

- No


miércoles, 5 de mayo de 2010

El dolor me despierta... yo no estaba pensando




Las peleas dialécticas en el cerebro por el cambio de convicciones se expresan a través de diversos comentarios. Uno habitual es:

- Muchas veces el dolor me despierta. YO estoy durmiendo y no estoy pensando en nada, luego...

Estamos ante la omnipresente identificación del pensamiento con el YO consciente. Si el individuo está apagado parece como si no pudiera existir el pensamiento. Las neuronas estarían esperando a que el gallo de la voluntad cante para  ponerse en marcha al paso que marque el señorito.

YO pienso, YO respiro, YO hago la digestión, YO camino, YO fabrico orina, YO, YO y más YO 

YO diría, más bien, que ello piensa, respira, nos duerme, nos despierta, nos camina, nos hace la digestión...

Ello es el organismo. Enciende y apaga programas. Activa ganas y desganas, sube y baja la temperatura, promueve y desactiva conductas, hace propuestas y reflexiones, nos prepara para luchar o huir, enciende los focos de la escena, sube el volumen de los micrófonos... nos bloquea, nos recuerda, nos olvida...

El cerebro necesita apagar al individuo para ordenar todo el conjunto de sucesos, experiencias, reflexiones, lecturas, visiones, escuchas del día al día. Todo debe pasar por las oficinas evaluativas con el objeto de extraer conocimiento, reforzar o refutar creencias. Si el cerebro decide apagar al individuo, se cerrarán los ojos y se apagará la pantalla consciente, iniciándose una actividad intensa en los circuitos que trasvasan el material de los episodios significativos del día desde el hipocampo a la corteza frontal.

En cualquier momento puede más el miedo cerebral hipocondríaco a la necrosis y se pulsa el ON de la alerta con el circuito de seguridad sensibilizado y el programa de dolor proyectado sobre la cocorota. Todo ello como consecuencia de lo que el organismo ha ido experimentando y reflexionando a lo largo del pasado recreado, del presente sentido y del futuro temido.

Estoy lloviendo, estoy haciendo sol, estoy haciendo frío... No tiene sentido

Estoy pensando, estoy haciendo la digestión, estoy orinando, estoy doliéndome... Tampoco lo tiene. 

Reaccionamos ante los estados que se nos presentan desde el cielo y desde el cerebro. Ahí juega nuestra voluntad. Ese es su terreno. Ahí debemos proyectar nuestras reflexiones y propuestas de decisión. 

El cerebro propone y, a veces, al individuo le queda un margen de respuesta, una posibilidad de modificar esas propuestas a través de un diálogo continuo con su cerebro. Lo hacemos inevitablemente, varias veces por segundo. Cada neurona conoce el resultado de sus reflexiones a través de la liberación de sus neurotransmisores. Todo funciona en círculos. Uno no sabe lo que va a decir hasta que lo ha dicho. Cuando lo oye, de forma sutil, puede influir en las siguientes palabras. 

Las salidas (outputs) se convierten en entradas (inputs) tan pronto salen. La percepción es una acción que es percibida dando lugar a una nueva acción. 

El cerebro puede despertar al individuo con propuestas varias plasmadas en percepciones: dolor, ganas de orinar, hambre, frío...

YO estaba durmiendo y me despertaron las ganas de orinar presionando con insistencia en las paredes de la vejiga...

YO estaba durmiendo y me despertó el dolor presionando mi cabeza...

YO estaba dormido luego...

Luego no es uno el que se pone el dolor para despertar. A uno le encienden las luces de la habitación y le espabilan para que vaya al servicio, al frigorífico o se tome un calmante... Eso sucede con frecuencia a horas intempestivas de la noche... ¿Por qué no?

- ¿El cerebro me despierta?

- Eso está mejor... 

martes, 4 de mayo de 2010

No soy de esas personas que...




Cuando se exponen los procesos básicos de generación de dolor, en ausencia de daño, muchos pacientes creen que estamos haciendo un juicio sobre su personalidad, su actitud ante la enfermedad o el sufrimiento. Piensan que estamos atribuyendo el origen del dolor a su condición hipocondríaca y pusilánime, a un carácter frágil que se viene abajo al primer atisbo de sufrimiento.

- No soy de esas personas que se quedan en casa. Aunque me duela, intento hacer la vida normal... pero...

A veces resulta complicado para el paciente el reconocer que estamos, simplemente, tratando de explicar el funcionamiento del cerebro... humano, el suyo y el de cualquier otro congénere sapiens (ma non troppo). 

El cerebro humano se caracteriza por su condición genética alarmista (como los cerebros de todos los animales), su dependencia de la experiencia de sucesos sufridos en carne propia y ajena (como muchos otros animales) y de la instrucción experta recibida por los que saben de interior y guían la construcción de creencias y expectativas sobre salud y enfermedad, circunstancia exclusiva de los sapiens sapiens (m.n.t.).

- No le juzgo. Sólo trato de que conozca un poco el modo en el que el cerebro humano funciona.

- No crea que me gusta tomar pastillas...

A nadie le gustan las pastillas. Todo el mundo aborrece tomar medicación pero también aborrece el sufrimiento y cuando el dolor aprieta, por más que nos tengamos por abnegados y valerosos, podemos acabar solicitando la ayuda de los fármacos o de cualquier terapia ofrecida en el mercadillo de los remedios.

- No es usted el que quiere medicarse. Es su cerebro, el sistema de recompensa, el que le presiona hacia conductas de consumo de soluciones en las que cree dócil y cándidamente. El cerebro grita y patalea con el dolor como un niño pequeño para conseguir que usted tome el "calmante". Si obedece se queda tranquilo y retira el dolor (deja de gritar y pedir auxilio) o pide algo más fuerte...

El cerebro humano está capacitado para contactar con el entorno y construir programas, decisiones, encendidos y apagados... Sólo necesita experiencia y buen ejemplo (observar racionalidad y recibir información biológicamente correcta). Es un sistema plástico, con gran poder de adaptación. La cultura lo transforma en un sistema rígido, lleno de instrucciones: si se produce A respóndase con B...

Las propuestas son múltiples y compiten entre sí pero todas están cortadas por el mismo patrón de generar conductas preprogramadas, desvinculadas de lo racional...

El individuo será presa de su cerebro colonizado por la cultura alarmista y protectora, la que genera a la vez miedo y conjuros, falsos venenos y antídotos (siempre falsos pues no hay tal veneno). Es un magnífico hongo comestible.

Todos somos de esas personas que... Todos tenemos cerebro humano, potencialmente equivocado en la gestión de recursos de alarma, por obra y gracia de una genética que nos obliga a la dependencia cultural. 

Urge la revisión de los contenidos de la cultura en la que nos desarrollamos. Hace falta un período de ilustración biológica, saber que dependemos en gran medida de decisiones de nuestro poderoso y frágil cerebro.

Colesterol, omega 3, ejercicio, dietas, relajaciones... todo lo que quiera... pero cuide también la alimentación de su cerebro. A veces no come mas que comida basura,... miedo irracional... falsos remedios...

lunes, 3 de mayo de 2010

Estando tan tranquilo...











Con frecuencia los pacientes con dolor de cabeza expresan su extrañeza respecto a la aparición de dolor cuando éste aparece "estando tan tranquilos..."

Damos por supuesto que el dolor puede aparecer "normalmente" si andamos con ajetreo mental, se nos acumula el trabajo, hay barullo ambiental o no nos van bien las cosas. La cabeza sería sensible a "los nervios". Por eso cuando surge el dolor estando relajados, un fin de semana, de vacaciones o en ausencia de "tensión nerviosa", surge el mosqueo, la incertidumbre, el desconcierto.

Los pacientes con dolor no asociado a daño necrótico, tratan de buscar causas dentro de la lista tópica que la cultura provee: nervios, ajetreos, déficit de descanso, alimentación, transgresiones, cambios de tiempo, exceso de estímulos ambientales... a la vez que se protegen del dolor buscando sosiego mental y de entorno.

Se prodigan los ejercicios de relajación, los cursos de yoga, el control del pensamiento catastrofista, la distracción... El individuo pone el estrés en el punto de mira y trata de evitarlo por ver si así se despeja ese casco opresivo de su cabeza. Generalmente no se consigue nada.

El dolor siempre expresa una evaluación de amenaza por parte del organismo. Si aparece "estando uno tan tranquilo" ello sólo indica que es en ese momento y circunstancia cuando el cerebro ha activado la función de alerta sin que podamos saber por qué es así. Sólo podemos sacar conclusiones a posteriori: si duele los fines de semana no es porque se haya acumulado ninguna tensión en los días laborables que, finalmente, se descarga el sábado sino que el cerebro considera amenazante para la cabeza la actividad laboral.

Lo que debemos juzgar siempre es si existe una condición física (mecánica, térmica, infecciosa, química...) que justifique el encendido del programa dolor. Si no hay desgarros, compresiones-descompresiones, infecciones, quemaduras, falta de oxígeno... la aparición del dolor indica que en ese momento el cerebro valora peligro.

Sucede lo mismo con el Sistema Inmune.

- Estaba tan tranquilo y empecé a estornudar sin parar.

El suceso, una vez descartado el catarro, indica que el Sistema Inmune valora como peligroso un aire cargado de polen. Puede que los estados emocionales influyan en la expresión de esa evaluación errónea de amenaza pero no son necesarios ni suficientes para activarla. El problema es evaluativo: el polen no hace peligroso el aire que respiramos pero el Sistema Inmune valora amenaza y defiende el organismo inflamando las mucosas...

Necesitamos dar con las causas de los contratiempos para evitarlas. Cuando las causas se nos ocultan aumenta la atención al problema y, en el caso del dolor, eso no hace mas que empeorarlo.

Al dolor no hay que buscarle causas en lo trivial (respecto al daño necrótico). Sólo hay que exigirle racionalidad. No hay daño, amenaza física actual... luego estamos ante un dolor irracional, injustificado, erróneo. Si coincide con estreses y ajetreos sigue siendo un dolor irracional.

- He observado que me duele la cabeza cuando la golpeo contra una esquina, la meto al horno para ver si ya está bien tostado el pollo, tengo sinusitis aguda o el aire tiene monóxido de carbono...

Eso es racionalidad biológica. El resto (estreses, meteorología inestable, olores, ruidos, luces, insommios, exámenes...) forma parte de la infinita lista de desencadenantes que pueden dar pie a que el cerebro se alarme sin motivo...

- Estaba tan tranquilo...

- Agítese cuanto necesite y dígale a su cerebro que esté tranquilo, que se ocupe de evitar los cabezazos y las cabecitis.

domingo, 2 de mayo de 2010

Prestar atención...




- Te duele porque piensas que te va doler. No pienses en el dolor. Concéntrate en otra cosa. Distráete. No le hagas caso al dolor...

El dolor compite con las tareas que tenemos programadas. Queremos hacer un trabajo con el ordenador, salir a cenar, ir al monte o relajarnos pero el dolor está ahí reclamando nuestra atención, pidiéndonos, exigiéndonos, que renunciemos a lo proyectado y nos ocupemos de él.

Toda percepción tiene un propósito. La función de la percepción dolor es la de centrar la atención del individuo en una zona y adoptar una conducta defensiva, protectora: apagar el ordenador, renunciar a la cena o a la excursión y centrar las cavilaciones en el mensaje dolor, en explorar conductas que lo disuelvan.

Si los ruidos y las luces molestan el dolor exige y consigue que se haga silencio y oscuridad. Si tras tomar el calmante el dolor amaina el cerebro lo exigirá en sucesivas ocasiones. El individuo sacará sus conclusiones sobre qué conducta es la más adecuada para encontrar un cierto alivio.

La pelea entre el cerebro con su programa de alerta encendido y el individuo con sus planes  se resuelve generalmente con la victoria del alarmismo, del miedo al daño por parte del cerebro y del miedo al dolor por parte del padeciente.

En ocasiones parece que hemos conseguido una victoria centrándonos en la tarea, dirigiendo los recursos de atención hacia nuestros objetivos, pero, tan pronto como acabamos, reaparece el dolor, con nuevos bríos, disparado como un resorte.

Despreciar, desatender las percepciones proyectadas por el cerebro, no es una buena idea. Podemos no hacer caso, hacer como que no oímos el teléfono, pero este seguirá sonando, cada vez con más insistencia si no lo cogemos y nos interesamos por el motivo.

- En este momento no puedo atenderle pues estoy ocupado... Llame más tarde...

Puede que la estratagema resulte y durante un rato podamos centrarnos en nuestra actividad pero, una vez concluida, volverá a sonar la llamada, dolerá, esta vez con más fuerza.

Lo correcto es atender la llamada

- Dígame... Qué sucede?

- La cabeza está en peligro. Deberías olvidarte del examen y meterte al cuarto oscuro con la mente centrada en lo que pueda suceder... Ahora lo importante es la seguridad...

- ¡Anda ya! En la cabeza no pasa ni va a pasar nada. Me tienes harto... Te guste o no, voy a seguir con mi actividad...

Los pacientes que adoptan esta estrategia de afrontamiento activo, de atender la llamada y despreciar el alarmismo cerebral, consiguen resultados variables. No basta con decir que no pasa nada. Hay que estar convencido de que realmente es así. Uno debe confiar en la seguridad de los aviones o en su flotabilidad cuando se echa al agua en una piscina.

- Tengo que convencerme de que no nos vamos a caer al mar... los aviones son seguros... si nos caemos al mar probablemente flote y vendrán rápido a rescatarnos... tengo que mantener la calma... creo que sobreviviré... hay que ser positivo...el avión se ha inclinado...¿qué ha sido eso?... parece que ya está otra vez recto...

Una batalla de este tipo está condenada al fracaso

- Intenté hacerle caso. Traté de pensar que no sucedía nada en la cabeza... Al final tuve que tomar el calmante.

A corto plazo, lo mejor es obedecer al cerebro. Meterse al cuarto oscuro y tomar el calmante precozmente. Es lo que recomiendan los expertos. Si les hacemos caso estaremos hipotecando el futuro.

Suspender el viaje en avión evita el sufrimiento pero empeora el problema. Ningún psicólogo le hará esa recomendación.

El dolor en ausencia de daño necrótico consumado o inminente es la consecuencia de un miedo fóbico, irracional, del cerebro. Someterse al miedo fóbico no es una buena idea. Lo consolida.

No es fácil controlar los miedos, sobre todo cuando no podemos saber a ciencia cierta, lo que está pasando.

Es fundamental, necesario (aunque, a veces resulte insuficiente), que estemos convencidos de que no está sucediendo nada, que estamos ante un peligro imaginado, altamente improbable...

- Pudiera producirse un terremoto en Vitoria. Deja todo y corre al refugio...

El corte de mangas es necesario...

sábado, 1 de mayo de 2010

El dolor "psicológico"




Uno puede ver una persona robando en su casa. Las cámaras de seguridad captarían al ladrón y todo el mundo estaría de acuerdo en que se había producido un robo.

Pudiera darse el caso de que alguien vea en su casa a una persona en actitud amenazante y que, sin embargo, las cámaras de seguridad no la capten. Se trataría de una persona imaginada, percibida como si fuera real pero inexistente. A este proceso de percepción sin objeto le denominamos alucinación. Quizás también podríamos afirmar que se trataba de una persona "psicológica".

Hay dolores que se corresponden con un proceso que destruye tejido en una zona y que, por tanto, activa los receptores de daño en ese lugar. Un escaner o la visión directa de los tejidos detectarían la zona necrótica y todo el mundo entendería que el dolor es la forma en la que percibimos ese proceso, por obra y gracia de una serie de procesos interpretativos cerebrales que dan lugar a esa cualidad sensorial, emocional, cognitiva y conductual que llamamos dolor. Estaríamos ante un daño necrótico real.

Pudiera darse el caso de que alguien sostenga que le duele la cabeza pero que los escáneres o la visión directa del interior de la cabeza no mostrara ningún suceso de daño. Lo correcto sería afirmar que se trata de una alucinación de daño, de una percepción sin objeto, sin suceso.

Pienso que los dolores sin daño corresponden precisamente a un proceso alucinatorio sobre nocividad. El organismo construye una percepción sin objeto. Percibimos lo que percibiríamos si tuviéramos una meningitis o una hemorragia subaracnoidea en el interior de la cabeza pero no hay ninguna alteración. Es un daño imaginado, irreal, alucinatorio.

Pienso que eso sería lo correcto pero lo digo aquí en el blog con la voz muy bajita para que no lo oiga nadie pues suena no sólo extraño sino, pudiera ser, incluso ofensivo para los padecientes de migraña.

Rodolfo Llinás es un reputado Neurofisiólogo de la Universidad de Nueva York. Ha escrito un libro que releo de cuando en cuando: "El cerebro y el mito del YO". Sostiene Llinás que el cerebro sueña, emula la realidad. A veces lo hace guiado y limitado por los sentidos. Vemos personas y sentimos dolor porque, realmente hay personas y nos hemos golpeado con la cabeza contra una esquina.

Hay veces en que el cerebro sueña los sucesos con los sentidos en suspenso, con el individuo apagado por el propio cerebro para no perturbar su sueño (el cerebral), el procesamiento libre, alucinatorio de los sueños. El YO se apropia de todo y comenta cuando el cerebro vuelve a encenderlo: "he estado soñando", atribuyéndose el proceso.

En ocasiones el cerebro sueña la realidad sin apagar al individuo pues lo necesita despierto, activo. Activa los programas defensivos del dolor, las náuseas, la intolerancia a estímulos, que obligan al individuo a tomar la decisión de dejar lo que estaba haciendo, retirarse al cuarto oscuro, vomitar y tomarse "un medicamento". El cerebro sueña, imagina el daño necrótico y fuerza al individuo a una conducta defensiva.

En la cabeza no sucede nada. Es una alucinación no controlada por los sentidos. No hay estímulos de daño necrótico pero el cerebro construye la misma percepción que si los hubiera.

Los neurofisiólogos consideran que la percepción es un proceso alucinatorio guiado por los sentidos. Estoy de acuerdo. La percepción de dolor en la migraña es una alucinación sin-sentido, sin señales sensoriales de daño necrótico.

Algunos sostienen que si alguien dice que tiene dolor en una zona donde los escaneres no encuentran nada estaríamos ante un dolor "psicológico". Es un término que no me gusta. Lo tengo censurado y no lo utilizo nunca.

Hay dolor con daño necrótico y dolor en ausencia de nocividad necrótica (actual o inminente). El dolor es el mismo. Es una percepción real proyectada por el cerebro a la conciencia. Para el individuo se trata de una percepción que hace sufrir y obliga a centrar la atención en una posible amenaza, a considerarla y actuar como si fuera a producirse.

Dicen los neurólogos que la migraña aparece porque existe un cerebro genéticamente hiperexcitable, alarmista por naturaleza.

Creo que se trataría, más bien, de un cerebro soñador, que va más allá de lo que proponen y limitan los sentidos. Ese cerebro soñador migrañoso podría imaginar otros sucesos pero ha aprendido, por imitación-observación e instrucción experta, a quedarse atrapado en el sueño recurrente del daño necrótico.

Para deshacer ese sueño terrorífico, esa pesadilla cerebral, sólo hay dos modos: dormir al individuo (es una decisión cerebral) o calmarlo... con calmantes-engaño o con información sobre lo que realmente está pasando... es decir, nada.

- Cálmese. En la cabeza no pasa nada.

- ¿Por qué no me da un calmante...?