Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Relevancias






Homo sapiens (ma non troppo) tiene mucha cabeza, demasiada. Con nueve meses alcanza el límite para poder salir del vientre materno. La criatura aún no está acabada pero tiene que salir ya de fábrica y continuar el desarrollo al otro lado del canal de parto. Las conexiones neuronales están sin concretar, siguen naciendo neuronas, creciendo el cerebro, pero ya en contacto con el mundo externo, su incertidumbre, su barullo y sin una idea congénita clara de qué hay que hacer, salvo pedir auxilio. 

El cerebro del niño sapiens (m.n.t.) no distingue lo que es relevante y no. Su genética ha generado una red con una conectividad asombrosa. Miles de millones de neuronas con miles de conexiones para cada una de ellas. No  es posible prefijar con exactitud las conexiones concretas útiles, relevantes, para afrontar un mundo enormemente diverso y cambiante. Nacemos sin una idea genética clara de qué estímulos debemos atender o desatender y qué respuestas son las más adecuadas. No todo está definitivamente prefijado. Sólo hay grandes líneas generales. Espera un complicado y largo período de aprendizaje en el que se harán los ajustes necesarios para establecer conexiones que permitan segregar lo apetitivo de lo aversivo. 

Los sapiens (m.n.t.) estamos condenados por dictado genético de un desarrollismo neuronal excesivo a la ignorancia de partida, a la incertidumbre, a la metedura de pata, al ensayo-error. 

Para suerte o desgracia la criatura prematura se encuentra con todo un ejército de cuidadores que se precipita a procurar todo tipo de atenciones, vigilancias y correcciones para que su enorme, excesivo cerebro pueda ir dando con las claves del bien y del mal, del acierto y desacierto. Lo que los genes no han podido encarrilar, marcar con claridad, queda en manos de los congéneres expertos, sapiens  (m.n.t.) que ya han andado el camino y lo dejan señalado (y vallado) para que la criatura ande por donde debe andar.

El cerebro del niño sapiens no es una tabla rasa, un lienzo en blanco. Ya hay trazos pintados, un esbozo general de lo sustancial, una paleta y unos pinceles y unos profes de dibujo que muestran sus cuadros acabados y dicen al aprendiz cómo debe pintar los suyos.

El cerebro sapiens (m.n.t.) tiene muchos programas. Algunos son programas programados, acabados y otros son programas para programar.

El dolor está programado. Hay programas con encendido prefijado, reflejo, inevitable, rígido, inamovible a lo largo del tiempo. Cada vez que metamos la mano al fuego, haya desgarros o compresiones, en definitiva,  muerte violenta de células (necrosis) se activarán las áreas cerebrales responsables de la percepción dolorosa. También hay programas que tienen pendiente el mecanismo de encendido: el cuándo, cuánto, dónde, el ante qué, por qué ... y quién lo dice...

Los programas pendientes de decidir las condiciones de encendido tienden a confiar y desconfiar de todo. Analizan las relaciones posibles entre todo lo que sucede. Todo puede ser una causa de cualquier efecto. Si no fuera por los tutores tendríamos que probarlo todo para conocer su condición. Es un ejercicio demasiado arriesgado. Los tutores hacen posible eliminar la prueba general y nos indican en qué podemos confiar y desconfiar.

La relevancia queda así en manos de lo que los tutores señalen. La genética cerebral humana así lo ha establecido. Es pura biología.

Los tutores no se ponen de acuerdo. La oferta de relevancias es variopinta y contradictoria. El cerebro debe seleccionar, decidir, eliminar o aprobar las sugerencias o ir probándolo todo hasta que suene la flauta del acierto... aparente.

El programa dolor se activará, en ausencia de daño relevante, en presencia de aquello que una oferta cultural concreta ha conseguido etiquetar como relevante para justificar, al menos preventivamente, su encendido.

- Me duele cuando sale viento Sur...

- Su cerebro atribuye relevancia al viento Sur...

- Cuando me duele la cabeza, me como un caramelo y se me pasa...

- Su cerebro atribuye relevancia al caramelo...

Las informaciones políticamente correctas sobre relevancias consideran irrelevante a la información como señaladora cerebral de relevancias. No hay problema en cargar responsabilidades a genes, zanahorias, discusiones, insommios, ayunos o ventoleras... 

- ¿La información, dice?

- Eso es. Somos sapiens (m.n.t.) ¡Qué le vamos a hacer!

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