Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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martes, 28 de septiembre de 2010

La caja negra




-YO sólo sé que si ... duermo poco, como chocolate, sale viento Sur, estoy nervioso... me duele la cabeza.

Entre las circunstancias (desencadenantes, estímulos) y el dolor (respuesta) se supone que existe un lugar oculto, oscuro, inaccesible, en el que se cuece la decisión de activar la alarma.

Al padeciente le han instruído en el YO sólo sé y el lo que YO necesito. Hay que ir a lo práctico, ser resolutivo y dejarse de elucubraciones. Lo que suceda en el lugar de las decisiones, lo que allí se considere, es irrelevante porque no nos conduce a nada. Si duele hay que identificar el desencadenante para evitarlo y si no lo identificamos nos centramos en disolver el dolor con restauradores de la calma: una buena molécula para neutralizar a la mala, una aguja para restaurar energías, relajación, control emocional... Los calmantes son una especie de policía que acude al barullo y pone orden con su presencia. El séptimo de caballería de las películas de indios y vaqueros.

Desencadenantes y calmantes. Lo demás sobra.

El problema surge cuando no conseguimos identificar los desencadenantes y los calmantes no calman. El dolor, el malo de la película, va ganando y nada hace pensar que vayan a  cambiar las tornas. La película, en contra de lo que debiera suceder, acaba mal.

El padeciente trata de ver alguna lógica en ese mundo kafkiano de dolor sin desencadenantes ni calmantes.

- No hago nada para que me duela pero...  ¿No hay nada para que se me quite el dolor?

La OMS proclamó hace ya unos años el derecho del ciudadano a no tener dolor...

- Exijo que me quite usted el dolor... Estamos en el siglo XXI... Tengo mis derechos...

- El problema del dolor es complejo. A mediados del siglo XX se proclamó la idea básica y cierta de que el dolor es una percepción que contiene además de una cualidad sensorial torturadora, una relevancia emocional, una trascendencia y una significación, un propósito, una razón de ser. El dolor tiene su miga, su arquitectura, su circuitería, su memoria de pasado, presente y futuro. Entre las circunstancias y usted está el cerebro, algo muy complejo pero abordable.

El padeciente imagina el cerebro como algo sometido a sus deseos y necesidades.

- O sea que le tengo que decir al cerebro que no me duela...

El cerebro no es un mayordomo solícito que hace sugerencias para ser consideradas por el señorito YO.
Tiene sus razones y emociones. Propone y, a veces, dispone. Si propone y el YO no obedece, aprieta las tuercas y consigue lo propuesto.

Los tiempos de la caja negra, del cerebro oscuro y misterioso, han pasado. Sabemos mucho. Sabemos que lo que creíamos era cierto no lo es. Conocemos mejor nuestra ignorancia y nuestras hipótesis son más certeras por el simple hecho de que nos hemos librado de tópicos y falacias. Sabemos que para disolver el dolor debemos disolver la angustia cerebral, el miedo al daño. Sabemos que el miedo del padeciente al dolor alimenta el miedo cerebral al daño. Sabemos que entre el cerebro y su YO se puede organizar un bucle de retroalimentación que dinamiza hasta la saturación la proyección de dolor. Sabemos que debemos dejar de buscar desencadenantes y calmantes (causas y remedios externos) para registrar el interior de la cabeza, la caja negra, el cerebro.

- ¿Por qué me hace esto mi cerebro?

- Supongo que cree que es lo mejor para garantizar la integridad física. Tiene miedo. Es como un niño asustado. Tiene que ayudar a calmarlo.

-  Los calmantes ya no me hacen nada...

- Debe reeducarlo. Calmarlo con engaños, caramelos, besitos... ya no sirve. Pide más. No sabe, en realidad, lo que quiere... Tiene que aprender a valerse por sí mismo sin pedir continuamente socorro... La gestión del dolor es complicada. El cerebro resuelve la incertidumbre apretando sin parar el botón rojo. Ayúdele a madurar...

- Lo veo negro, difícil, imposible...

La caja negra es negra porque llevamos la venda puesta. Hay que quitársela. Al principio no se ve demasiado pero luego uno se acostumbra a la penumbra cerebral y puede empezar a moverse, con cuidado y con tropezones... por la caja negra sin miedo a desencadenantes y sin necesidad de calmadores...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay monstruos de siete cabezas,no hay reyes magos, no hay dumbos...

El cerebro, solo está equivocado, confundido,igual que nosotros,también él es inocente, como nosotros. Esta podría ser la verdadera caja negra,como bien dice hay que quitarse la venda para verla, pero añadiría que debe quitarse totalmente la venda y no volverla a colocar.

Muchas gracias por haberme ayudado a quitarme la venda y a mantenerla quitada.

Saludos

arturo goicoechea dijo...

Anonimo: bienvenido al club de la sensatez. La vida con un cerebro hipocondríaco es un tostón. Disfrute de las vistas...

Saludos