Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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lunes, 31 de agosto de 2009

El derecho a la enfermedad




Un gran porcentaje de ciudadanos que acuden a la consulta, quejosos de diversas dolencias, están sanos. La certificación profesional de integridad produce con frecuencia el sorprendente efecto de la decepción. 


El padeciente oficialmente sano y decepcionado por ello se convierte en un peregrino en busca de una oficina que le extienda una acreditación de enfermedad. Necesita el certificado para que su sufrimiento sea reconocido socialmente. 


Los padecientes sanos no tienen papeles de enfermedad. Los inspectores de enfermedad los exigen para conceder bajas y subsidios ... derechos de enfermos. 


El sujeto sufriente debe aportar la debida certificación de que es un objeto enfermo. 


El padeciente sano se sabe enfermo porque se siente como tal y reclama su condición patológica. Envidia muchas veces a los padecientes con papeles, con análisis y radiografías que lo certifican, los que viven en organismos con infecciones, tumores y degeneraciones. Quiere ser enfermo como ellos. Necesita bajas, terapias y subsidios y, sobre todo, que sus allegados le traten como un enfermo y no como un parásito.  


Los padecientes sanos viven en tierra de nadie. Son invisibles y se les pide que sean también mudos pues perturban sus relatos no autorizados de sufrimiento.    


Los profesionales les conceden, a regañadientes, la condición de síndrome, una entidad confusa que no soluciona nada. Tener un síndrome no es lo mismo que tener una enfermedad pero al menos ya tienen un nombre, pueden salir al exterior con una etiqueta. 


La pertenencia a un colectivo afectado por un síndrome es la antesala del reconocimiento posible de enfermedad. Algo así como la beatificación como antesala de la santidad.


Muchos padecientes sanos están en esa condición de tránsito, en el síndrome. Luchan por conseguir el acceso al reconocimiento de enfermedad, la condición que les legitima y absuelve socialmente. 


De momento tienen, en el mejor de los casos, la opción de una posible enfermedad, misteriosa e incurable y unas vagas promesas de los avances científicos. 


Y... si... realmente no existe la "deseada" enfermedad... si realmente su organismo está sano? 


Dios ha muerto... Marx ha muerto... yo tampoco me encuentro nada bien... la enfermedad ha muerto... dicen que la tal enfermedad no existe...

viernes, 7 de agosto de 2009

Neurovacaciones





Está demostrada la bondad de las vacaciones para cualquier proceso. Es recomendable echar la persiana de cuando en cuando y dejar que el cerebro sedimente ruidos y señales.

En coherencia con ello me permito un parón en las entradas al blog. Siguen abiertos los comentarios para quien decida hacerlos. Serán contestados cumplidamente. Por mi parte, añadiré pequeñas notas a entradas anteriores.

Agradezco a todos los visitantes los minutos dedicados al blog, especialmente a aquellos que participan activamente con los comentarios.

En Septiembre reanudaré las entradas. Saludos y buenas vacaciones

jueves, 6 de agosto de 2009

Sentido y propósito del síntoma




Según la Real Academia Española un síntoma es un "fenómeno revelador de una enfermedad". Según esto si aparece un síntoma es que hay algún disturbio en el organismo. Cuando damos con él el síntoma ha cumplido con su función avisadora.

Un punto de picor en el antebrazo revela la presencia de un mosquito, el dolor punzante en un dedo advierte que la rosa tiene espinas y el mal olor certifica que el pescado no está fresco.

Cuando alertados por el síntoma no encontramos ninguna anomalía externa o interna tenemos un dilema que habremos de resolver:

- No me encuentran nada pero me encuentro fatal. Los médicos no dan con ello. Algo tengo. No es normal tanto dolor.

El síntoma certifica para el padeciente que algo no funciona debidamente y si no aparece es por incompetencia o impotencia del médico o la Medicina. El vacío diagnóstico es un síntoma de las insuficiencias del profesional.

- Señora, todas las pruebas son normales. No tiene usted nada. Serán los nervios. Le receto unos antidepresivos.

El médico, ante la normalidad de una generosa batería de pruebas, concluye que las quejas de la paciente revelan una flojera de espíritu. Los síntomas, aun de apariencia física, indicaban engañosamente un disturbio somático pero la normalidad de los exámenes desenmascara el verdadero origen psicológico. El síntoma ha escrito como, al parecer, acostumbran a hacerlo algunos dioses: derecho con renglones torcidos... El cerebro ha presentado un disturbio psíquico como algo físico.

- Señora, es todo normal. Tiene usted una migraña. Es una enfermedad cerebral de origen genético. No coma chocolate, controle el estrés y tan pronto como note los primeros síntomas métase en un cuarto oscuro, pida silencio, póngase un paño frío en la cabeza y tómese estos calmantes.

El síntoma ha permitido desvelar gracias al conocimiento del médico la existencia de un disturbio genético para el que ya se disponía de un nombre desde hace unos miles de años. La etiqueta "migraña" parece que elimina cualquier incertidumbre. El síntoma sigue cumpliendo con su propósito revelador.

Los síntomas no siempre permiten, a pesar de la experiencia profesional, desvelar por sí solos el origen del mal. En estos casos el experto echa mano de los signos: señales objetivas que complementan el lenguaje del síntoma:

- Tiene usted más de 11 puntos dolorosos en sus músculos. Tiene fibromialgia

La comunidad de expertos fija un criterio consensuado para convertir un problema confuso en una entidad objetiva diáfana, con un nombre, como es obligado.

Cuando los síntomas no acaban de revelar su origen hay, como vemos, opiniones y resoluciones para todos los gustos. Cada profesional y cada paciente saca sus propies conclusiones y toma los caminos que considera convenientes. Aquél que alivie el síntoma es el que marca la dirección correcta.

- Estuve con el curandero. Me dijo que tenía un tendón montado. Me lo recolocó en su sitio y desde entonces estoy divinamente.

Los llamados alternativos encuentran su razón de ser viendo con sentidos especiales aquello que los profesionales tradicionales no alcanzan a ver. El síntoma, por fin, puede descansar tras cumplir con su misión reveladora.

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Los síntomas son la voz del organismo, percepciones que comunican al individuo una evaluación de alarma. Los seres vivos existen, sobreviven, porque pueden anticipar el comportamiento de la realidad. Unos más que otros...

Homo sapiens (ma non troppo) se pasa de listo y abusa de su capacidad predictiva. Le basta echar un vistazo a las estrellas para hacer deducciones inimaginables sobre cómo nos va a ir en la salud, los negocios o sentimientos. Otras veces conjuga la visión de los astros con la del iris y descubre disturbios hepáticos o circulatorios insospechados.

Hay un modo sencillo de encarar el problema del sentido y propósito ocultos de los síntomas: a veces, el cerebro se equivoca y nos puede volver locos dándole al botón de las alertas porque ha evaluado errónea y absurdamente peligro de disturbio.

- No tiene nada señora. Es su cerebro. Teme que pueda suceder algo. Se dedica a calcular probabilidades y cuando le da un pálpito necesita que usted colabore. Le proyecta en la pantalla de la conciencia una sensación desagradable, lo que llamamos un síntoma, con el propósito de que adapte su conducta a sus presentimientos.

- ?Y qué puedo hacer?

- ¡Mande al carajo al síntoma y a su cerebro y siga confiada con lo que estaba haciendo o iba a hacer!

- Y eso ¿cómo se hace...?

- ¿No ha hecho nunca un corte de mangas? Pues eso...

- Sí, pero a quién?

- Eso usted verá...

miércoles, 5 de agosto de 2009

Celedón. De grúas y ganchos celestes.




Ayer fué el día del Celedón en Vitoria.

Celedón es un personaje imaginario, un aldeano alavés chuflista y jaranero que acude a la capital a divertirse con su hatillo y su buen puro. Tiene un antecedente real de carne y hueso, Zeledonio Anzola, un popular albañil que se construyó una casa "con ventana y con balcón". Zeledonio falleció en 1866 pero debió dejar huella en el barrio pues en 1957 un grupo de amigos idearon lanzar un muñeco que le representaba desde la torre de la iglesia de San Miguel para dar inicio a las fiestas de la Virgen Blanca. Aquella ocurrencia ha derivado en un acto mulitudinario en el que los vitorianos saludan con champán y un puro la bajada desde el cielo de Celedon (Zeledonio Anzola) mientras cantan el mantra de "Celedón ha hecho una casa nueva, con ventana y con balcón...". Celedón vuelve a subir al cielo cinco días después para dar el cerrojazo a la jarana... hasta el año siguiente.

La presencia de Celedón no se debe a fuerzas sobrenaturales. Es un muñeco que cuelgan desde la torre y baja por una cuerda hasta el mirador de una casa. Allí se produce el cambiazo y un Celedón de carne y hueso atraviesa a duras penas la muchedumbre para saludar desde la balconada de la Iglesia de San Miguel.

No hay ganchos celestes que descuelgan a Celedón desde el cielo a la torre. Hay que subir el muñeco, tender el cable, colgarlo y dejarlo caer cuando suene el chupinazo.

Daniel Dennet es un filósofo americano, defensor de las esencias del darwinismo frente a aquellas teorías que pretenden desvirtuarlo o enterrarlo. Escribió un exitoso y, para mi gusto, excelente libro: La peligrosa idea de Darwin. No tengo capacidad para valorar sus aciertos o desaciertos pero es de los libros que uno siente un empujón mental cuando lo lee. En él habla de "ganchos celestes" y "grúas".

Los ganchos celestes son teorías que consiguen explicarlo todo a base de conceptos esencialistas, metafísicos, no demostrables: Celedón bajando del cielo e instilando alegría a la tropa.

Las grúas son cosas triviales que explican, hasta donde pueden, los sucesos: el difunto Zeledonio, una cuadrilla de amigos, una chufla con una ocurrencia, ganas de juerga colectiva, la fuerza de los símbolos... un muñeco, un cable y la fuerza de la gravedad.

Para el dolor se proponen todo tipo de explicaciones. Muchas de ellas no se sostienen (ni pretenden hacerlo) en hechos conocidos. Son ganchos celestes o, más bien, infernales. Poco a poco vamos sabiendo cosas, vamos descubriendo nuevas piezas del puzzle. Tenemos grúas más altas. No existe un verificador consensuado de lo que es una grúa o un gancho celestial. Para gustos...

- El dolor tiene que venir de algo. No es normal

"Todo dolor es siempre una respuesta normal a lo que el cerebro considera una amenaza"

Es una afirmación de Lorimer Moseley que suscribo totalmente.

- Si duele la cabeza o el pie o el epicóndilo es porque el cerebro considera que está amenazado.

El problema, las grúas, es cómo podemos descubrir los motivos que le han llevado al cerebro a predecir una amenaza cuando esa suposición es muchas veces descabellada.

Una vez tomada la decisión todo lo demás está bastante bien explicado (serotoninas y adláteres).

Celedón existe, para unos sólo es un muñeco y para otros es algo más..., especialmente para los vitorianos...


martes, 4 de agosto de 2009

Pedagogía y/o psicoterapia





Los padecientes que acuden a la consulta con la idea de recibir explicaciones y soluciones, ambas de un determinado tipo, se sorprenden de lo que allí escuchan y reaccionan de diversas maneras.

Basicamente se les dice que su dolor no procede de un tejido lesionado o vulnerable sino de una evaluación errónea alarmista de su cerebro, inducida por una cultura patológicamente catastrofista y equivocada que facilita explicaciones y recomendaciones de las que uno debe librarse y emprender el camino en dirección contraria. La receta es sencilla: piense y haga justamente lo contrario de lo que le han indicado: en vez de al Norte vaya al Sur.

- Olvídese que esto es una consulta, que usted es una padeciente y yo un médico. Realmente es una clase. Usted es alumna y yo el profe.

Como en todo buen proceso educativo el alumno también enseña y el profe aprende. Una vez expuesto el marco teórico de sus síntomas se entregan unos apuntes sobre cerebro y dolor y se cita en un plazo razonable para que lo piensen, lean y decidan.

En la segunda consulta se hace la historia de los síntomas haciendo hincapié en los significados que se van acoplando sobre su origen y neutralización. Para entonces ya nos podemos hacer una idea de la disponibilidad de la alumna. En no pocas ocasiones la exposición del marco modifica ya los síntomas y el consumo de fármacos.

En las siguientes sesiones se repasan conceptos sobre neurofisiología de la percepción, sistema de recompensa, copia eferente, necrosis, imaginación, atención, estructura fóbica, adicción a fármacos, efecto placebo... La padeciente trae de casa mucho trabajo hecho si se ha tomado su tarea en serio.

Si ha habido episodios de dolor se repasan individualmente, poniendo el acento en los desencadenantes, el afrontamiento, la toma de fármacos, conducta de refugio etc.

El proceso es bastante rápido: dos o tres revisiones. Las cosas van bien desde el principio o... rematadamente mal y la padeciente no vuelve por el aula.

En la consulta hay habitualmente algún residente de Psiquiatría, Medicina de familia o Interna. En general dan su aprobación al procedimiento pero tienden a poner una objección: el proceso se queda cojo porque no se contemplan "factores emocionales".

No se analiza la vida del padeciente, sus estreses y reveses. Registramos la vida del organismo, la forma en la que va construyendo sus temores e incertidumbres sobre integridad interior al calor de la información ambiental.

Entiendo que los síntomas proceden del organismo y van dirigidos al individuo consciente. Creo que el factor emocional es importante pero me interesa detectar ese estado emocional como estado de incertidumbre y relevancia somática. El cerebro propone o impone, según los casos, y el individuo generalmente acepta las propuestas pues está criado en el mismo barrio cultural y con los mismos colegas que su cerebro.

El parlamento neuronal en el tema de los "síntomas sin explicación médica" es monocolor. No hay oposición. El individuo está indefenso: no puede interpretar, predecir ni controlar. Las cosas están como están, no hay salida y hay que aceptar el lamentable estado corporal y apechugar con dignidad.

- Me parece bien el planteamiento. ¿Qué podemos hacer ahora para dar un golpe de estado?

- Si me lo pregunta a mí... mal asunto. Yo le acompaño por si necesita ayuda pero tiene que ir usted por delante...

- Pensaba que habría alguna terapia. Usted es como un psicólogo ¿no?

- No exactamente. No me importaría serlo. Nos vendría bien a los dos. Pretendo ser un neuronólogo, un entendido en lo que hacen las neuronas. Usted es sujeto y objeto de su trabajo. Necesita un mínimo prospecto sobre su funcionamiento para que su aportación juegue a su favor.

- Me sigue pareciendo extraño eso de ser alumna, profe, neurona... ¿No sería más sencillo ser una paciente y usted un médico... usted recetar y yo tragar...?

- Por supuesto pero eso ya ha sucedido en el pasado y mire cómo le ha ido....

lunes, 3 de agosto de 2009

Ronroneo mental y sentido común




La percepción instila significado a la realidad. Los contenidos de la conciencia: lo que vemos, oimos, palpamos, pensamos e imaginamos son la consecuencia de un proceso interpretativo que asigna significado a sujetos y objetos.

Los significados no se producen de forma refleja, por colisión de la realidad con los sentidos. Surgen del "corazón" del cerebro, el circuito córtico-talámico, una estructura que coordina e integra los flujos de información de los sentidos con los provenientes de los centros de evaluación-decisión a todos los niveles de complejidad.

Lo percibido informa en ocasiones sobre lo que está sucediendo en ese momento y lugar y en otras sobre lo que se teme o desea pudiera suceder en ese u otro momento y lugar.

Generalmente el cerebro nos proyecta una interpretación coherente del mundo externo. Imagina anticipadamente la realidad externa con pequeños retoques inducidos por la información de los sentidos. A lo percibido se acopla siempre un ronroneo mental (cognitivo y emocional) sobre posibles sucesos o presencias: "ese coche me puede pillar..., esta comida puede estar contaminada... este tío me la quiere liar... no sé si seré capaz...". Distinguimos bien lo percibido de lo imaginado. El ronroneo se produce en una capa paralela y no distorsiona las percepciones.

El interior es un medio ideal, con parámetros de banda estrecha, casi constantes, necesarios para la supervivencia de las células. Estas habitan en un estanque purificado, de aguas transparentes y asépticas, una especie de paraíso extracelular.

El circuito córtico-talámico imagina ese interior desde la perspectiva del temor, valorando todo tipo de posibles-probables sucesos. Ese trabajo probabilístico hipocondríaco es similar al de unos padres viendo jugar a sus retoños en un tobogán o al de un vigilante de seguridad de un super.

El individuo percibe el ronroneo mental, un eco de las deliberaciones probabilísticas de su cerebro. Normalmente no pasa de ser un ronroneo, un espacio imaginativo de hipótesis y reconsideraciones sobre pasados, presentes y futuros. Sin embargo de ese ronroneo emerge de cuando en cuando una percepción, una pequeña opresión en la sien o un leve mareo. Ello indica que el cerebro añade a lo imaginado una relevancia, una probabilidad. El ronroneo ha pasado de una tranquila especulación teórica a un estado emocional somático. Los padres se inquietan, el vigilante se plantea la intervención sobre ese ciudadano sospechoso...

El dolor en la sien implica al individuo en la reflexión, le obliga a dedicar parte de su atención a la probabilidad de que algo se esté cociendo en la cabeza. El paciente también ronronea, en fase con el circuito córticotalámico. Lo imaginado va tomando cuerpo, presencia perceptiva, realidad (aparente)...

Los estudios de neuroimagen (resonancia magnética funcional o PET) demuestran que las zonas cerebrales activadas con la imaginación sobre olores, dolores, escenas visuales... son las mismas que se activan cuando se presenta realmente lo imaginado. Sólo es cuestión de intensidad.

Los ronroneos son el caldo de cultivo de las percepciones. La cultura alarmista alimenta la imaginación catastrofista cerebral y facilita el paso de lo imaginado a la pantalla de la conciencia. Basta con que el individuo haga un leve gesto de incomodidad con las propuestas alarmistas de su cerebro para que éste reduzca lo suficiente el nivel de credibilidad de sus reflexiones y vuelva a la capa de lo imaginado (posible pero no probable).

- Presiento peligro en el lado derecho de la cabeza. Debería alertarle...

- Vaya, ya está este pesado con sus miedos del lado derecho de mi cabeza... Anda, déjame tranquilo que tengo que preparar este trabajo para mañana...

Los síntomas en ausencia de enfermedad son la consecuencia de un ronroneo especulativo cerebral sobre posibles estados y agentes que alcanza suficiente cuota de probabilidad como para traspasar el ámbito de lo especulativo al de la percepción.

No sucedería nada si el individuo pudiera poner a su cerebro en su sitio debido, en el de la cordura, en el del sentido común... pero esta tarea se me antoja imposible mientras la cultura popular alarmista no deje de azuzar el fuego de lo inverosímil. Los expertos tienen la obligación moral de proveer de sentido común al proceso imaginativo cerebral sobre interior. Me temo que la incertidumbre sobre interior está alimentada por los expertos quienes hacen la labor contraria a la que debieran: fomentan el temor irracional y la credulidad en mágicos remedios.

Puede que así disminuyan sus propias incertidumbres como profesionales... Sus sueños se hacen realidad...

domingo, 2 de agosto de 2009

Falsas alarmas y sesgos de confirmación


El marco doctrinal en el que se nutren y sustentan las teorías y recomendaciones prácticas de los expertos respecto a la aparición de síntomas en ausencia de enfermedad (falsas alarmas) no se corresponde con lo que actualmente sabemos sobre detección de señales y activación de respuestas en la red neuronal.

La fascinación por el poder de las moléculas mágicas que todo lo explican y remedian ha dejado de lado la tarea absolutamente necesaria de actualizar los marcos teóricos neuronales a la luz de los continuos avances sobre componentes y organización.

Los síntomas son avisos del organismo. Algo sucede y deben hacerse averiguaciones y tomar precauciones. La sirena está sonando y es mandatorio averiguar por qué. No basta con ponerse tapones en los oídos, hacer como si no sonara o resignarse a que va seguir sonando de por vida hagamos lo que hagamos (indefensión).

Intuitivamente deducimos que las "neuronas del dolor" sólo saltan cuando algo nocivo las sobresalta. En ausencia de peligro estarían a cero de actividad. Existirían, por tanto, dos estados: no sucede nada (cero) y algo nocivo sucede (uno). La frontera entre el cero y el uno estaría definida por el umbral, un límite que no debe sobrepasarse. Si se sobrepasa, salta la alarma.

¿Qué sucede cuando el estímulo es inofensivo pero hace saltar la alarma?

Las propuestas de los expertos son:

1) Un robo previo ha dejado el sistema sensible y ya no vuelve a su estado basal. La oficina del banco atracado hace varios años ya no es operativa porque el sistema de seguridad sigue en el estado: "están atracándonos" e impide las tareas habituales de una oficina en estado: "todo en orden". Ha habido que cerrarla. La culpa es de la oficina (dolor neuropático)

2) Los clientes ya no se atreven a entrar en la oficina antaño atracada por lo que ha habido que cerrarla. La culpa es del usuario (dolor somatoforme... psicológico, para entendernos...)

Aunque parezca increíble no se contempla una tercera posibilidad:

3) Se han restablecido las garantías de seguridad tras el atraco y analizado los fallos del sistema. Se pueden reanudar las tareas habituales de la oficina con menor riesgo de un nuevo atraco.

La cultura ceba los sistemas de alarma, los sensibiliza. Eso hace que salten por miedo al daño necrótico (el atraco).

No habría problema si cada episodio de falsa alarma fuera contabilizado debidamente como tal. El sistema iría habituándose hasta conseguir un nivel de disparo (criterio) razonable.

El problema surge si cada falsa alarma es contabilizada como una confirmación de los temores. El error no se contabiliza como tal sino como acierto (sesgo de confirmación).

El famoso umbral no tiene una posición fija que separa la normalidad de lo amenazante. Oscila constantemente en función de expectativas y creencias. Eso hace que salten falsas alarmas.

Hay otra cuestión: los ladrones (señal) no aparecen en horas de oficina perfectamente diferenciados de los ciudadanos normales (ruido), con antifaz y pistola en mano preguntando al vigilante por la ubicación del dinero. "Buenas, soy el ladrón. Sería usted tan amable... "

La red neuronal es un gallinero. El parloteo continuo, la algarabía, es la norma, aunque no suceda nada aparentemente trascendente. Sobre ese bullicio (ruido) resalta de cuando en cuando algo novedoso o relevante (saliencia). Las neuronas vuelven la cabeza hacia ello (señal) y le prestan más o menos atención aplicando determinadas evaluaciones (criterio).

No hace falta que suceda nada especial. Basta con que sea martes y trece, haya gente con amarillos, se haya derramado sal o se cruce un gato negro. Es la falsa señal. Saltan las alertas y comienzan los errores, el círculo vicioso, la pescadilla que se muerde la cola y engorda.

- Sistemas de seguridad, sensibilización, alarmismo, señales, ruidos, criterios, sesgos, habituación, condicionamientos, enculturación, retroalimentación positiva, falsas alarmas, resonancia... ¿de qué me está hablando? YO he venido porque me duele. Déme algo que me lo calme y déjese de pamplinas...

- ¿ No le interesa mejorar el criterio del sistema...? Si no hacemos nada seguirán saltando las alarmas... le puedo dar información.

- Las palabras no me sirven. Necesito una solución...


sábado, 1 de agosto de 2009

Traumas del pasado




Tal como sugería el Premio Nobel F. Jacobs, existe una verdad operativa, aceptada como caja de herramientas necesaria para operar socialmente y respecto a uno mismo. No es preciso que sus componentes sean necesariamente correctos. Basta con que sirvan en su conjunto. De hecho la caja de herramientas de la Evolución ha operado de este modo, acumulando aciertos y chapuzas, echando mano de lo que había, poniendo parches y remiendos que luego acabaron convirtiéndose en aparentes prodigios de una mente diseñadora excepcional.

Una verdad aparente y operativa puede perfectamente estar constituida por un conjunto bien organizado de falsedades pero que dan para seguir tirando mientras llega otra verdad más resultona.

Sin prisa pero sin pausa la evolución del conocimiento va dejando un poso bastante fiable de lo que Jacobs llama verdad absoluta o verdadera, una verdad contrastada "científicamente".

Podríamos clasificar la verdad también según un ranking de éxito. Desde esa perspectiva lo verdadero es lo que tiene éxito social como verdad, como explicación.

Una de esas verdades exitosas es la que resuelve todo tipo de dolorimientos físicos, psicológicos y sociales atribuyendo las culpas del sufrimiento presente a procesos mal gestionados en el pasado.

Individuos y grupos sociales están condenados a la disfunción porque han quedado estigmas que impiden la normalización.

La fibromialgia es una enfermedad a la que se aplican varias verdades operativas, exitosas... y, probablemente falsas. Oficialmente es misteriosa, no tiene remedio (aunque podemos aplicar apaños y bálsamos) y puede provenir de lejanos esguinces y latigazos cervicales, cargas laborales, infecciones, desamores, soledades, defunciones o cualquier otro suceso afectiva o físicamente negativo que no quedó bien rematado.

Las propuestas exitosas sobre fibromialgia sacan de la caja de herramientas de las explicaciones chapuceras el remiendo de echar la culpa al pasado, al organismo o a su usuario, el individuo.

Aun cuando las cosas parecen estar ya suficientemente claras respecto a la responsabilidad cerebral, no acaba de aceptarse la verdad verdadera y no exitosa, simplemente porque no es exitosa ni operativa, aun cuando pueda ser verdadera.

- A mí, eso que me explica no me soluciona nada... luego no es verdad.

Cuesta recuperar el buen nombre del organismo como sistema que repara perfectamente desgarros, machacamientos, esguinces y latigazos (sin entrar siquiera en la veracidad de que realmente se han producido).

- Me han explicado que todo me viene de aquél accidente que tuve hace quince años. Tuve un "esguince cervical" y todo viene "a raíz" de aquello.

- Suponiendo que realmente tuviera ese esguince, yo le aseguro que su organismo habrá dejado su cuello como si nada hubiera pasado. Otra cosa es que después de la reparación el cerebro la dé por buena. Puede que los tiros vengan por ahí. El cerebro es un desconfiado y si desconfía de su cuello ya no le dejará utilizarlo a su antojo. A partir de ahí la desonfianza irá afectando a todo el aparato locomotor y su cerebro acabará desautorizando y desmotivando sus acciones: dolor y cansancio, lo que llaman fibromialgia.

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La verdad no siempre la tenemos a mano, en la caja de herramientas. Nos pasamos la vida revolviendo una y otra vez esa caja buscando la herramienta resolutiva y esperando desesperadamente a que aparezca en el mercado: un nuevo fármaco, una operación, unas hierbas... Puede que no busquemos bien porque seguimos buscando en el sitio inadecuado. En esos casos hay que salir del lugar una y mil veces registrado y... explorar.

Decía C F Gauss, "el príncipe de las Matemáticas", que "el investigador no sabe lo que busca hasta que lo ha encontrado"... pero hay veces que podemos saber si estamos buscando en el lugar adecuado aunque no sepamos muy bien lo que nos vamos a encontrar...